Capítulo 11 - Café más besos robados

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Me cuesta conciliar el sueño, la mayor parte de la noche me la pasó preocupada por Thomas y Alex. Me despierto en cuanto la alarma suena, solo hay silencio en la casa, bajo a la cocina esperando escuchar ruidos, gritos o cualquier sonido. Al entrar solo encuentro a Alex desayunando tranquilamente, no levanta la vista al escucharme.

—Buenos días —digo con voz tímida.

Silencio. Se levanta y lleva su taza al fregadero sin mirarme, los lava y cuando termina apoya sus manos sobre la mesa con gesto cansado. El silencio es perturbador tanto como lo escucho respirar.

—Estas segura de esto —no es una pregunta— Sam no lo conoces vas a salir lastimada. ¡Mierda! ¿Por qué nunca me escuchas? No tienes idea en donde te estas metiendo pero no importa cuántas cosas diga nunca me escuchas. ¿Es que no confías en mí? Si te pido que te alejes de él, ¿lo harías? Por supuesto que no, has lo que quieras, pero no vengas a mí cuando todo termine.

Su voz es dura. Empieza a dirigirse hacia la salida, está a punto de salir cuando se detiene y me mira por sobre su hombro.

—Hay personas que no pueden amar y hay quienes no quieren hacerlo, recuérdalo.

Se va. No voltea a mirarme ni una vez.

Hay tanta indignación en su voz y también hay dolor. No me da tiempo de responder a ninguna de sus preguntas antes de irse. Creo que piensa que es un caso perdido escucharme, me recuerda la única vez en que pelee con él. Fue cuando mi muñeca favorita se había roto mientras jugábamos, llore y le grite que lo odiaba. Dos horas, dos horas fue lo que duro todo. Alex junto todo sus ahorros y me compro una nueva, no era como la que tenía de hecho era de segunda mano, pero en ese momento se convirtió en mi favorita. Esa fue la única vez a veces teníamos pequeñas discusiones sin llegar a pelear. No imagino a nosotros estando peleados. ¿Cómo puedo pelearme con él después de eso?

Lo cierto es que no me puedo enojar con el único que me ha acompañado y protegido cuando nuestra madre debió hacerlo.

Lo último que dijo... me da miedo averiguar a quién se refería. ¿Thomas o yo? Alex me hace sentir que debo elegir entre los dos, no me gusta la sensación.

—Espero una buena explicación jovencita, estuve a punto de llamar a la policía —Dorotea me mira severamente— ¿Dónde estuviste todo el día que no pudiste ni mandar un mensaje?

Piensa, vamos cerebro coopera. El sonido de la puerta principal anuncia que alguien llego, al fin llego el día en que agradezco que seamos tan descuidados con la seguridad.

—Sami, será mejor que ya estés despierta —la voz de Alan se escuchan hasta en la cocina, cada vez acercándose. Dorotea no se distrae, mantiene su vista fija en mí.

—Bueno... yo estaba... en... y luego...

—Habla claro mi niña.

—Estaba con Sara, si eso —me pregunto si lo dije demasiado rápido— ella estaba triste porque... porque se murió su conejito. Estaba muy triste y necesitaba que la acompañara.

— ¡Madre mía! Pobre niña. Todavía recuerdo como me sentí cuando murió Pepe, mi periquito, no te preocupes no hay nada que mi pie de manzana no pueda hacer.

Saca los ingredientes para su famoso «pie de que todo lo cura»

Necesito un psicólogo.

—Sam, todavía no estás vestida —me recrimina mi mejor amigo—. Olvidaste que hoy íbamos a acompañar a la traidora a adoptar una mascota —gracias Alan, lo fulmino con la mirada. Dorotea deja de hacer lo que estaba haciendo y me mira con el ceño fruncido.

Dile, NO al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora