Capítulo 22.- Los Vigilantes de la Puerta del Inframundo

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Ichi continuó corriendo hacia la cima del Palacio de Quetzalpapalotl, igual que todos los otros  caballeros y amazonas atenienses. Su corazón latía tan fuerte que lo podía sentir en su pecho; la adrenalina lo invadió y lo hizo correr aún más rápido de lo que hubiera querido. ¡Al fin! ¡Estaba en una misión de verdad! Esta vez no se conformaría con verlo todo desde lejos. Por fin había logrado entender algo que no pudo captar durante su entrenamiento, y que Hyoga le había mostrado en su encuentro en el Torneo Galáctico, algo que se había esforzado en todo ese tiempo en alcanzar y que, por un instante, mientras protegía a Seika del ataque de Hades, había podido entender, aunque no hubiera tenido oportunidad de utilizarlo.

El cosmo. Su maestro le habló de él en incontables ocasiones, pero... parecía algo tan irreal como la Athena de la que también le hablaba, en realidad, todo eso a él le parecían cuentos de niños, fantasías conservadas durante muchas generaciones y que habían pasado a su maestro, de alguna forma. Curiosidades... pero luego conoció a Hyoga y de un golpe destruyó lo que a él le parecía la técnica perfecta, un poderosísimo veneno, tan fuerte que una cantidad increíblemente pequeña (inclusive difícil de detectar en la sangre) podía cesar toda actividad celular en un ser vivo en minutos. Algo asombroso. Pero su cosmo no tenía nada que ver ahí. Era un hermoso milagro de la química, nada más. Su entrenamiento había sido muy duro, si. Había aprendido el combate cuerpo a cuerpo a la perfección. El inconveniente de utilizar este veneno para matar a tu adversario es que tenía que ir directamente al torrente sanguíneo. Y si el adversario va cubierto por una armadura de metal, el asunto se complica aún mas. Sin embargo, no sólo contaba con el veneno, sino con una armadura que convenientemente tenía unas inmensas garras retráctiles, que podían ser llenadas con el veneno y que se regeneraban de la nada con tan solo desearlo. Eso era algo increíble hasta para él que dominaba la técnica de manejarla. La armadura parecía tener una inteligencia propia que le llevaba a producir nuevas garras y mas veneno cada vez que fuera necesario. Una máquina perfecta. Y sin embargo fue destruida en un segundo por Hyoga... y su cosmo... eso era tan enigmático para él como el pensar que esa señorita estirada que les había hecho pasar tan malos ratos cuando eran pequeños pudiese ser la reencarnación de una diosa griega.

Hyoga y él habían tenido entrenamiento similares. En lugares fríos y cerca del agua, tal vez fuera algo común para todos los acuarianos; sin embargo Ichi jamás soñó con poder dominar las fuerzas de la naturaleza como hacía Hyoga, haciendo descender la temperatura a tal grado de congelar inclusive el metal de su armadura que había resistido las temperaturas extremosas del lago Horut en Finlandia. El cosmo de Hyoga... ni siquiera podía "sentirlo" como oía que hacían los demás. Así que después del torneo galáctico regresó con su maestro, derrotado y totalmente intrigado a comenzar su entrenamiento de nuevo. Su maestro se empeñó en hacerlo despertar su cosmo e Ichi se esforzó en aprenderlo. Pero parecía que no era un dotado para eso, como los demás caballeros. A base de grandes esfuerzos logró sentir la energía que emitía su maestro cuando encendía su cosmo y lo elevaba. Luego regresó al Santuario cuando Saori estuvo en problemas. Ni siquiera tuvo la idea de seguir a los otros escaleras arribas. Enfrentar guardias sin cosmo era algo que podía manejar fácilmente. Pero también descubrió algo más. El cosmo de Athena. La chiquilla estaba ahí, inconsciente en el suelo, con una flecha traspasándole el corazón, y sin embargo su cosmo era tan fuerte, que inclusive él lo podía sentir... era tan diferente al de su maestro... era tan cálido y suave, como la sensación que se tiene al entrar en un hogar tibio en el invierno y descubrir que ahí dentro te esperan... amor... destilaba amor y protección. Ichi se concentró en absorber la esencia de ese cosmo que le hacía sentir tan bien y el de los cinco caballeros de bronce que pelaban en la cima de aquella montaña. Aunque todos eran diferentes, tenían algo en común. El valor y el arrojo que a él le faltaban, eran brillantes y se compenetraban perfectamente. Como deseó entonces poder hacer algo semejante.

Los Caballeros del Zodiaco: La Saga de QuetzalcóatlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora