Capítulo 20.- Popocatépetl e Iztaccíhuatl, los Amantes Legendarios

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En el Monte Olimpo, cinco hombres se encontraban reunidos en los alrededores de una mesa, iluminada por la potente luz del sol que se filtraba entre ellos. Aquellas personas eran en realidad dioses, y no solo simples dioses, sino que son algunos de los 12 Olímpicos. Sus rostros denotaban que el tema que trataban era sumamente delicado.

Apolo: Hemos recibido noticias de que Poseidón y Hades fueron vencidos. Algunos mensajeros aseguran que los humanos se han rebelado contra nosotros. De ser cierta dicha afirmación, debemos intervenir cuanto antes y darles un merecido castigo a los humanos. El peligro que enfrentamos no es, en absoluto, menor a los que hemos enfrentado en el pasado, y los humanos necesitarán una lección.

Hermes: Sin embargo Apolo, el hacerlo podría ocasionar grandes desajustes en el universo, tal vez irreversibles y nefastos. Es mejor esperar otro momento más.

Dionisio: ¿Podríamos arriesgarnos a realizar esto? A lo mejor, en lugar de encontrar soluciones, tal vez causaríamos más problemas de los que ya existen.

Apolo: No lo sé... Es por eso que quería comentarlo con todos ustedes. Seguramente entre todos encontraremos el mejor camino a seguir.

Hefesto: Yo creo que lo mejor será no intervenir, hasta que Artemisa tenga la información exacta sobre lo que está haciendo Athena.

Ares: ¡No! ¡No podemos seguir sin hacer nada como hasta ahora! ¡Seguir tolerando las faltas de respeto que los humanos hacen hacia nosotros es totalmente imperdonable! ¡Debemos hacer algo antes de que sea tarde!

Apolo: No podemos desobedecer las órdenes de nuestro padre, el gran Zeus. Tengan un poco de paciencia.

Ares: Pues entonces tenemos las manos atadas, no podremos hacer nada, aunque quisiéramos.

Dionisio: No necesariamente, para lo que Apolo pretende hacer, no es necesario que nos mostremos frente a nuestros súbditos.

Hefesto: Bueno, quizás el gran Zeus nunca nos prohibió intervenir en los asuntos de los humanos.

Hermes: Creo que... tal vez si haya algo que podamos hacer, después de todo...

Apolo: Un momento, antes de que empiecen a tomar la decisión final, hay algo que debemos poner en claro: Athena está ayudando a los humanos a levantarse el puño contra nosotros. No creo que sea justo que sea ella la única que use a los humanos para sus propios intereses personales.

Dionisio: Pero... ¿Y sus caballeros?, ¿qué sería de ellos su no tuvieran a su dios o diosa?

En este momento llega Artemisa, la diosa de la Luna y de la caza.

Artemisa: Tendrían oportunidad de llevar una vida tranquila, o, de unirse a otro dios, si así lo decidieran.

Ares: ¿Cambiando de lealtad? ¿Puede un caballero hacer eso?

Artemisa: Ciertamente no podrían seguir luchando en el bando que antes defendían, ¿no lo creen? (Sonrió de manera irónica)

Apolo: Tenemos que pensarlo con mucha calma, si queremos llegar a una decisión acertada.

Los demás dioses asintieron y volvieron a sentarse los que estaban de pie.

Apolo: ¿Les parece si lo discutimos por partes?

La conversación entre los dioses siguió por mucho tiempo en aquel Monte Olimpo, hasta que la luz dorada comenzaba a alejarse del sitio, y las sombras de la noche tomaron control de aquél sagrado sitio. Mientras tanto, en Teotihuacán, la batalla para salvar a Athena y a Quetzalcóatl del sacrificio de sangre, sigue en pie, y cada vez queda menos tiempo. En medio del camino hacia la cima del Palacio de Quetzalpapalótl, ahí se encuentra June de Camaleón, quien camina campante en medio de las ruinas.

Los Caballeros del Zodiaco: La Saga de QuetzalcóatlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora