Capítulo XVI - Cuando el infierno se congele.

187 18 1
                                    

Como si nada.
Ya pasó todo.
Y ahora,
Nos vemos y hablamos como si nada,
Como si la nada,
hubiera devorado lo que ocurrió entre nosotros.
José Emilio Pacheco.

Kaneki Ken...
Un chico con una existencia normal hasta que cruzó su camino con Kamishiro Rize y su existencia se volvió otra amenaza para la estabilidad construida por los Washuu.
Debo admitir que desde aquel momento llamó mi atención, sin embargo no me imaginé que fuera a convertirse en alguien tan importante.
Fue hasta que nuestras miradas se cruzaron que pensé, <<Es él. Mi sucesor>>. Pasaron los meses y cada día estaba más absorto en él —si negara aquello, sería negar lo obvio—, pero mi condena fue Sasaki Haise.
Lo amé, y lo sigo haciendo, incluso si era un cúmulo de personalidades adquiridas; un fraude como él se autodenominaba. A su lado experimenté algo que creí inalcazanble, casi prohibido. Fui feliz. Lo que me llevó a ceder a una actitud infantil; pensar que podía vivir en un sueño para siempre, incluso olvide mis planes envuelto en la dulzura de su presencia. Sin embargo la fatalidad es complicada —nunca viene cuando quieres—, Haise murió envenenado por las palabras de Furuta, y desde ese día nuestra relación cambió drásticamente. La existencia de Kaneki Ken no solo se convirtió en algo real, sino también en algo doloroso, Haise se había ido para siempre, y ahora él podía hacer lo que quisiera con su cuerpo.
A pesar de saber el destino que nos deparaba termine amándolo a él también, incluso cuando en sus besos y caricias solo estaba el deseo de venganza. Dicen que nadie se engaña mejor que cuando es consciente que lo engañan otros, y ese fue mi caso seguí su juego hasta darme cuenta que cada decisión que los dos habíamos tomado en nuestra vida en realidad fueron tomadas por otros. Todo encajó y supe que no había marcha atrás.
Pero ya era demasiado tarde, habían logrado su objetivo.
No tuve dificultad para creer —tal vez por engreimiento— que podría cambiar nuestro destino impuesto, sin embargo para lograrlo, el dolor y  el remordimiento, deseo y deber, todo debía ser olvidado. Etto tenía razón, no había otra solución.
Eso era lo que me torturaba ahora, pero debía actuar pronto ya que Furuta no tardaría en llegar.
Kaneki seguía sentado inmóvil y en silencio pero su mano se había depositado delicadamente sobre la mía. Lo miré, no había ningún brillo de locura en sus ojos o de demencia reflejado en su rostro. Sólo ese gesto amargo, esa tristeza inconsolable.
   —¿Cómo te sientes? —En su rostro marchito se isinúo una sonrisa irónica.
   —Si tomamos en cuenta mi concepto emotivo de la vida.... excelente. —se serenó un poco y persiguió más seriamente llevándose las manos al vientre—, aunque él parece inquieto, quizás tenga hambre de nuevo.
    —Es natural Yoshiro es un híbrido.
    —Yoshiro. —dijo con una mezcla de alegría y de pesar.— ¿Es el nombre que le ha otorgado Tsuneyoshi?
    —No, he sido yo.
Ambos nos quedamos mudos por unos momentos.
Lo besé.
Su cuerpo se acercó al mio.
Cuando nos separamos vi en sus ojos un adiós, Kaneki lo sabía todo o al menos lo intuía.
   —Debemos movernos puedo escuchar sus pasos acercándose. —dijo al tiempo que se ponía de pie y se dirigía a las escaleras.
Lo seguí hasta el techo del edificio, desde ahí se podía ver el mar cuyas olas chocan contra los muros de contención. Nos acercamos a la orilla y disfrutamos del viento frío de la noche. Los pasos se hicieron más fuertes, sujeté a Kaneki del cuello sacándolo del edificio. Su cuerpo se volvió sumamente ligero y sus brazos permanecieron laxos en sus costados.
   —Este es el único final posible y lo sabes. Tú crearás, después de todo un nuevo mundo.
Kaneki no dijo nada, su mirada era tan suave y tranquila que dudé por unos instantes.
   —Yo confíe en ti.... y no me arrepiento pero voy a extrañarte Kishō.
Entonces escuché la voz de Furuta a mis espaldas, seguida de un intenso dolor en el brazo.
   —Te amo Ken —musité y lo arrojé del techo. Sus ojos grises inyectados ahora en sangre y ensombrecidos me miraron unos instantes, luego se enfocaron en un punto a la izquierda hasta que se hundió en el mar, siendo tragado por las olas.
En algún receso profundo de mi mente siempre resonarán sus últimas palabras, <<Nos encontraremos en el lugar donde no hay oscuridad.>>*

***

* Fragmento de 1984 del autor George Orwell.

Requiem Donde viven las historias. Descúbrelo ahora