Llegaron a casa cansados, con el cuerpo humedo y el pelo pastoso. Entraron sacudiendose los zapatos sobre el felpudo y prosigueron ir directo donde Lizbeth, quien ya no se encontraba sobre el sillón, solo estaba la manta bien doblada a la esquina sobre un almohadón, Demeter miró el perchero por extrañeza, viendo que no estaba el chaquetón de Ernesto y sí el gorro rosado de mamá, pudo calmar ese pequeño miedo que había cultivado en cosa de segundos.
Argos, por su parte, caminaba en silencio por la casona, siguiendo ese delicioso olor a canela que emanaba desde el segundo piso, comenzó a subir las escaleras y se dio cuenta que ese humedo vapor pertenencia a la cocina, donde, al empujar el pequeño portón se encontró con la Madre recién despertada, amasando enérgicamente sobre una bandeja encima de la mesa, mientras vigilaba que sus otras creaciones no se quemaran en el horno.
Demeter venía detrás suyo al verlo tan concentrado seguir pistas, observando junto a él tras el medio del portón a Lizbeth envolviendo de la masa.
"La comida es la muestra más grande de cariño, quien te da de comer, pone una pequeña parte de sí mismo en ti, da a conocer un alma preocupada, una accion solidaria que no a todos se le concilia, compartir la comida es un signo de amor, un signo de cuidado, una manera de mostrar interés por el prójimo"
—Mamá, ya llegamos.— Avisó Demeter, quien avanzaba con los brazos extendidos dispuesto a rodearla en un caluroso abrazo maternal. Lizbeth lo correspondía con emoción, acariciando el castaño cabello de su hijo. Argos esperaba tras la puerta y, cuando Demeter se separó de mamá prosiguió a entrar a saludarle, tomando con suavidad de su mano y besando la palma de esta con cordialidad.
—¿Cómo se encuentran los dos?— Preguntó la madre abnegada. Pronto Argos se veía sujetando la bandeja con las dos manos mientras Demeter abría el horno dejando que este introducira las formadas masas con efigio de obvio pan.
—Nosotros de maravilla ¿Cómo te encuentras tú mamá? Me alegra que Ernesto no hubiera llegado en nuestra ausencia.— Bufó, limpiando de sus manos con el paño de cocina, ernesto yacía estático frente a la puerta y en silencio, mostrandose lo más inexistente posible para no incomodar nadie.
—Llegará cuando caiga la noche.— Murmuró Lizbeth, mirando el cielo que daba la ventana, estaba aún era de día y en unas horas comenzaría el atardecer. —Chicos.— Volteó su madre mirando con ojos de angustia a los dos menores presentes en la sala, Lizbeth hacia un ademán para que Argos también se acercara y pronto, ambos estaban en frente de mamá que parecía costarle hablar.
—¿Qué pasa, mujer?— Reprochó Demeter con aires de pena, Argos solo la miraba esperando con paciencia a que hablara. —¿Qué quieres decirnos? —
—Pequeños, yo sé que el ambiente ha quedado tenso tras lo sucedido y cuando Ernesto vuelva habrá una incomoda presión que nos estará atormentando, Demeter, hijo mío, te ruego por la piedad de tu madre que no recurras a la violencia si llegas a conversar con Ernesto, yo llamaré a la policía si trata de hacerte algo a ti o a Argos pero por ahora solo te pido que mantengas la calma, sé que tienes sed de rencor pero el odio no es más que un sentimiento que envenena el alma y tu, tienes una pulcra y maravillosa, debes comprender que papá ha sufrido mucho más que nosotros y ahora ultimo con lo de su abuelo ha perdido la poca cordura que trae, yo dormiré bien. —Mintió —Estoy segura que me podré mantener fuerte ante las befas de Ernesto y sus abyecciones, pero por lo más que se los pido no quiero verlos pelear a golpes menos en esta casa.
Su madre rogaba con aires de angustia frente a los dos hombres, Demeter solo estaba neutro, no lo veía justo, no se rebajaría a los niveles de su padre porque sería volver a ser un mediocre más eso destestaba, pero si algo intentaba hacerle a mamá o incluso a Argos no sabría como reaccionaria, aún desconoce parte de su rabia puesto que siempre evito sentirla y ahora tenía una pequeña crisis la cual calmar. Tragó saliva, entendía que para su madre iba a ser un nuevo problema que la hundiría si viera a su padre golpeando a su hijo o viceversa, no sabía si estaba seguro de poder confiarle la promesa más solo dijo de su respuesta.
—Madre, soy un hombre de paz y aborrezco la violencia, no conozco mi lado exaltado y realmente temo que desahogue en cualquier lugar contra quien fuese, te ruego que ahora seas tú, la que me perdona si llego a cometer una tontería, pero me comprometo a evitar con todo efugio la violencia que nada la justifica, trataré de no ser ecuánime, pero comprende que soy un hombre de cuidar lo que esta en mi corazón y que reciban un golpe sería golpearme a mi.— Demeter se sintió insatisfecho, incompleto, que incluso llegaba a mentir, primera vez que ponía en juego sus emociones desconocidas, era como entrar lentamente a un círculo vicioso en ideas que ni él conocía con exactitud. Pero ahí había llegado, nervioso, exhausto, comenzaba a sentir punzones en su cabeza que lo desalentaron, pero asintió, besando el dorso de su mano, la mano de su madre, quien le miraba con ojos glorificantes.
—Eres mi pequeño caballero.— Murmuró Lizbeth, botando una pequeña lagrima de sus ojos cristalinos, Demeter se sintió un hipócrita, su madre le confiaba su alma mientras que él no estaba seguro de sus acciones, solo sonrió y miró a su fiel compañero Argos quien, habiendo tomado distancia de ellos dos fijó sus ojos al castaño con angustia, sabiendo que el destino era incierto, nadie sabía lo que se esperaba en Demeter.
×
Los tres comieron en el salón, en una hermosa cena familiar llena de risas y cariño, disfrutando el pomposo pan horneado aún caliente sobre la cesta en medio de la mesa, saboreando el buen té inglés seleccionado sobre porcelana romántica. Lizbeth le contaba de sus experiencias y constantemente tomaba las manos de los chicos entregando un amor maternal maravilloso y tan acogedor que relajaba. Argos se limitaba a comer con demasía, deglutando el pan hambriento, empero, Demeter se perdía es sus dudas, desapareciendo de la mesa a ratos como si estuviera ausente por el astuto silencio. Mamá lo regañaba y este atinaba a sonreír con labia efímera. Estaba nervioso, sentía pánico.
Tras una eterna hora sentados frente a la mesa, los tres terminaron de cenar, llevandose la loza luego de haberse levantado hacia la cocina, Lizbeth había ofrecido a limpiar todo, pero Argos se unía para ser su edecán secando y guardando en los muebles la porcelana.
Demeter bajó las escaleras en silencio cuando dejo de seguirlos, en medio de la oscuridad deprimente, sus pasos eran toscos y cabizbaja se sentó en el sofá rojo del salón, desabrochó de su camisa hasta la altura de su pecho y se quito las joyas que traía, en ese entonces un collar de plata y dos anillos de punta que decoraban su indice y dedo anular.
Estaba al lado de la puerta principal, y por su instinto de enfrentar el miedo prefería verlo cara a cara. Demeter sintió que alucinaba el rechinido del portón, pero al mirar de reojo la puerta seguía ahí, vacía, inerte como lo que era.
Ocho de la tarde, el reloj se lo marcaba, Ernesto volvía a las 9 de la noche de su "trabajo", ansioso, enfrentó su hipnotizante tic-tac observandolo estático, Argos lo despertó de su ensueño colocandole una mano en el hombro.
—¿No crees que es suficiente?—
—No.—Contestó tajante. —Nunca es suficiente, estoy a punto de vivir un hecho incierto, no sé que ocurrirá, mis emociones dependen de las actitudes ajenas, será como pelear con un león. No querra escuchar mis palabras.— Estipuló Demeter mirando en frente un cuadro pintado al oleo.
—Es un humano, Demeter, si mantienes la compostura de dialogar como personas civilizadas, no conseguiras nada más extremo que una mirada de odio.— Insistió Argos, concentrado en un punto fijo en el suelo.
"No, no era tan fácil. "
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El Banquete de los Dioses existencialistas [Homoerotica]
RomansaLa filosofía es un estilo de vida, un motivo de sabiduria, de reflexión y protesta, hay que entender que el pensar se extiende de manera ambigua con el paso del tiempo, de pequeño nos acompaña la inocencia, la capacidad del descuido y la curiosidad...