Capítulo 8

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Sebastian miraba la playa con desinterés.

Había estado dos horas esperando a Grecia, pero simplemente no llegaba.

La brisa le revolvió el cabello. Bufó molesto. Se iba a levantar, pero sintió unos dedos pasar por su pelo, arreglándolo, y poniéndolo como le gustaba a ella. Grecia, era la única que se atrevía a permanecer a su lado sin sentirse amenazada. Eso era lo que le gustaba de ella, su valentía.

No era su culpa que su padre estuviera loco. Valentine era un médico horrible que había experimentado la cura de algunas enfermedades en su propio hijo.

Sebastian aún se sentía trastornado por todo lo que su padre lo había hecho pasar, y aún se despertaba en las noches gritando por las pesadillas. Les tenía un odio especial a las jeringas, y un aprecio al fuego.

La única manera que encontró para que su padre lo dejara en paz había sido quemar todas sus curas. Había sido una catástrofe. La cura se había perdido, pero al menos no lo habían culpado. Él no era culpable de querer ser libre respecto a su cuerpo, la gente lo entendió, pero nunca lo habían tratado igual.

Excepto Grecia.

Ella se había acercado a él en una fiesta, cuando nadie se acercaba a él a menos de un metro, y susurraban cosas de él. Se había formado un círculo vacío a su alrededor. Como si les hubiera puesto una barrera.

Grecia había pasado entre toda esa gente y había bailado con él.

Eso lo había cautivado.

Grecia le dio un abrazo como saludo.

-Perdón, perdí el camión.

Pero tenía muy poco dinero. Claro, eso no había sido un impedimento para ella, porque trabajaba para mantenerse a sí misma.

Sebastian le sonrió.

La abrazó de vuelta. Ella era la única a la que le permitía acercarse sin que recibiera una sarta de amenazas.

Grecia se recargó en el hombro de Sebastian, quien pareció vacilar sobre algo.

- ¿Por qué no vivo contigo? - dijo él –Eres increíble, no sé por qué tienes que tomar un horrible camión cada vez que nos vemos.

Grecia alzó las cejas.

- ¿Me estás pidiendo que viva contigo? - dijo ella con voz divertida.

Sebastian sonrió. Cabe aclarar que nunca lo hacía.

-No sólo eso, te estoy pidiendo que seas mi novia- dijo él, tratando que ocultar los nervios que crecían en su interior segundo a segundo.

Grecia se sonrojó, y se llevó ambas manos a la cara.

Sebastian esperó pacientemente, hasta que ella, lentamente, apartó las manos de su cara y dejó ver la enorme sonrisa que adornaba su rostro.

Sebastian volvió a sonreír, pero ahora, la sonrisa que antes había sido tímida, ocupaba toda su cara, y dejaba ver sus blancos y alineados dientes.

Grecia se lanzó a él, y lo abrazó.

Sebastian la abrazó de vuelta, riendo, porque lo había tirado al suelo a propósito. Grecia sabía que no le gustaba ensuciarse.

Pero por ese día, Sebastian se había dejado llevar, incluso había perseguido a Grecia por toda la playa lanzándole agua de vez en cuando.

Cuando volvieron, Grecia le robó un beso en los labios y, por primera vez, Sebastian supo lo que era estar enamorado.

Cuando el amor llegó a nuestras vidas (Shadowhunters)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora