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El pulso de JungKook estaba al límite, sus pasos eran apresurados y no pensaba con razón. Los pasillos de la mansión Jeon estaban inundados de gritos y sollozos, unos que JungKook conocía a la perfección y lograban romperle su corazón hasta destruirlo.

JungKook ignoraba la mirada interrogante y curiosa de algunos guardias, de los nuevos. En ese momento su máxima preocupación no era comportarse como el hijo de puta que era con todos ellos. Los guardias antiguos se mantenían neutrales, como Moon, ellos sabían que en esos momentos debían mantenerse al margen y no interrumpir al señor, dejándole el camino libre.

A medida que avanzaba en la gran casa y llegaba al cuarto, observó como los presentes miraban con lástima la puerta cerrada, pero nadie se atrevía a decir algo, nadie quería la ira de Jungkook.

Frente a esta, se relaja y toma aire, preparándose a sí mismo a lo que venía. Necesitaba despejarse, necesitaba dejar de lado sus propios sentimientos.

Al momento que JungKook atraviesa la puerta de Jimin, la imagen que ya había visto cientos de veces, no dejaba de dolerle como la primera vez. Un Jimin, en un rincón de su cuarto, llorando y gritando, mientras que todas sus pertenencias se encontraban revueltas y destruidas.

Pasando saliva, queriendo que desapareciera el nudo de su garganta, camina hasta su amado, quien lloraba manteniendo sus manos sobre sus oídos.

—¡Aleja tus manos de mí! ¡Para! ¡No quiero! Por favor.... Po-por favor, te lo ruego, no me toques— Gritaba y sollozaba con sus ojos cerrados, su rostro estaba totalmente empapado y su cuerpo no dejaba de temblar. Estaba cerrado dentro de sí mismo, queriendo protegerse.

Con cautela y tomándose su tiempo, se acerca a una suficiente distancia y JungKook se coloca de cuclillas, cuidó sus movimientos para no ser brusco a pesar que su corazón latía con fuerza. Acerca una mano, apenas esta rozó el cuerpo del menor, Jimin soltó un alarido. Como un cachorro dañado.

—¡No, no, no, no! ¡No me toques! ¡Por favor, haré lo que quieras, pero no me toques! ¡Haz que pare! ¡Detente!— Sus sollozos incrementaron y JungKook deseó llorar junto a él, pero debía ser fuerte y reprimir sus propias ganas de derrumbarse.

Los últimos días habían sido difíciles, JungKook trataba de reprimir sus propios demonios, pero no podía. Apenas dormía, se ahogaba en alcohol y sus nervios estaban de punta. Aunque quería ser paciente, no podía, Jimin y él necesitaban consuelo.

En un acto de desesperación, toma la muñeca de Jimin y lo acerca a su pecho, rodeándolo con sus brazos, mientras que su cuerpo se deja caer en el suelo, con Jimin encima suyo.

—¡No, por favor!— Jimin se removía con brutalidad sobre suyo, forcejeando y poniendo todas sus fuerzas para que lo soltara. Quería liberarse de sus brazos y eso solo mataba a JungKook. —No... No sigas, no me toques— Cada vez sonaba más derrotado, pero nunca dejó de luchar con sus ojos cerrados y llorando.

—¡Soy yo, Jimin! ¡Soy JungKook! ¡Yo no te haré nada!— Alza la voz sobre la del menor, quebrada y desolada, con la esperanza de que este dejara de luchar. Ya no tenía motivo para hacerlo. —Estoy aquí, no te harán nada... Ya no.

Con sus palabras, Jimin dejó lentamente de luchar, como si le costara asimilar sus palabras y salir de su propio escenario mental. Calmándose entre los brazos de JungKook y abriendo sus ojos, se encontró con los del mayor. No sabía que era posible, pero a JungKook cada vez se le rompía más el corazón, odiaba ver en lo que se había convertido Jimin. En lo que esos bastardos lo habían convertido.

Jimin no podía ser autónomo, lo necesitaba él, necesitaba de alguien que lo cuidara. No hablaba, habían hecho que sintiera tanto asco de su propia voz, que el menor había elegido nunca más hablar. Habían logrado convertir a Jimin en una persona dependiente, solitaria, depresiva y autodestructiva. Jimin a sus veinticuatro años, era un niño dañado.

—JungKook... Haz que pare— Susurra desesperado contra su pecho. —Haz que pare, estoy tan sucio y... Y no puedo soportarlo más.

Aquellas palabras fueron las últimas antes del desmayo del menor, su cuerpo ya no soportaba tantas emociones, obligándolo a colapsar. JungKook lo sostuvo durante mucho tiempo, acariciando su cabello y secando su rostro lleno de lágrimas, cuidándolo a pesar que Jimin estaba inconsciente. A veces se preguntaba si su historia podría haber sido diferente, haber crecido como los típicos vecinos, enamorarse y tener una vida juntos.

Tenían una vida juntos, pero llena de demonios y monstruos que nunca los dejarían en paz.


Inner Demons →kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora