Mi jefe es un Saiya...¿qué? Trunks y Tú [EDITANDO]

«19»

19| El viaje ha llegado a su fin. 

Había pasado aproximadamente un mes desde el suceso con Baby, hasta ahora Giru todavía no captaba señal alguna de la próxima esfera del dragón.

Me la pase entrenando un poco con el señor Goku, quién amablemente accedió a darme unas clases de combate a cambio de hacerle de comer cada vez que tuviera hambre. Fue un buen trato, aunque Trunks se la pasará poniéndonos límites puesto que el azabache podría destrozar la nave.

El chico de ojos azules cada vez se asombraba más por mi progreso, de hecho, hasta yo lo hacía. Eso no era normal, ¿o sí?

Seguidamente, estaba sentada leyendo en la sala de comando en uno de los sillones junto a Trunks, quién piloteaba.

Los dos azabaches y el robot estaban dormidos en la otra habitación.

Mientras leía llegaron muchos recuerdos a mi cabeza de todo lo raro que me había pasado durante estos meses.

Por un lado, estaban los saiyajin y por otro lo que Rildo declaró sobre mi fuerza, además, estaba la felicidad del doctor Myu al verme. También el cómo ese científico se dirigió a mí: —Querida ___ —repetí mentalmente—, sumando que Baby me señaló como mestiza.

Eso no era casualidad, ellos sabían algo que yo no.

¿Qué significaba eso?

Volví en sí, encontrándome con unos ojos azules a centímetros de mi cara. Me sobresalté y él alzó una ceja, estaba de cuclillas frente a mí.

—Estuve repitiendo tu nombre tres veces —me mostró una sutil sonrisa—. ¿Qué pasa? —preguntó, con curiosidad.

—Estaba pensando en todo lo que hemos pasado —declaré—, también en lo que les conté.

—¿Sobre lo de Baby? —cuestionó, dudoso.

—Así es —resoplé—, hay algo en todo eso que no me deja tranquila.

—No debe ser tan malo —frunció el ceño, después, tranquilizó su semblante—. Quiero hablar de algo contigo.

—¿Sobre qué? —ahora yo era la curiosa.

De la nada se sonrojó a lo que sonreí, instantáneamente.

—Bueno...y-yo —titubeó varias veces y se alejó de mí, rascando su nuca.

Creo que ya sé a dónde va todo esto.

Tranquila, no te emociones antes de tiempo.

—Te escucho —intenté guardar la compostura.

Él suspiró para después mirarme. Se acercó a mí, nervioso, para finalmente agacharse nuevamente, quedando a mi altura.

Yo seguía sentada, tomó mis manos entre las suyas. Mi corazón palpitaba una y otra vez a mil por segundo.