Capitulo seis

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El final del túnel

 

- Por Gea.

La sangre goteaba y manchaba el interior del túnel subterráneo bajo los pies de Giadel que estaba recostado contra una de las uniformes paredes y aguantaba el dolor apretando los dientes. Su hombro derecho estaba destrozado; sangraba profusamente y le faltaba un buen pedazo de carne. El corte de su costado, en comparación,  era un juego de niños tranquilos ante el juego escandaloso que se traía el hombro.

Anil se separó del grupo y tomó la delantera para acercarse al joven antes que la misma Fena llegara hasta él. 

La Hija del Dragón se detuvo ante el joven y contempló su horrible herida con el cuerpo descompuesto y con la cara blanca como la cal.

- Por los Dioses, ¿qué te ha ocurrido? - le preguntó a Gia al cual le fallaron las rodillas. Ella le sujetó por la cintura y sintió que algo pegajoso y calido se le pegaba en la palma de la mano. Galidel, al lado de su gemelo, sujetó a Gia por el hombro sano.  

- Aguanta, hermano - lo animó la joven en el momento en que llegaba Fena y los carros que portaban lo más relevante que poseían la gran sanadora de Queresarda.

- ¿Fetiches? - fue lo que preguntó la mujer mientras instaba a que Giadel se sentara en el suelo. El carro de sanación se detuvo a un lado mientras los demás ciudadanos y carros pasaban de largo.

Zerch, como segundo al mando,  fue en busca de su abuelo y los dos se pusieron al frente de todas aquella turba de personas que escapaban con sus posesiones más valiosas y sus animales. Un grupo de soldados se les unió en la vanguardia para enfrentarse a cualquier peligro que se atreviera a interponerse en su camino hacia la salvación.

- Sí - asintió el muchacho. Fena quitó el vendaje improvisado del su hombro mientras Anil lo contemplaba horrorizada.

- ¿Qué son los Fetiches? - preguntó la hija de Corwën.

- Unos seres que no te recomiendo ver - respondió el herido con un gruñido.

- Una especie de seres antropomórficos nacidos de la tierra que les encanta la carne y la sangre - dijo a su vez Gali.

Anil resopló mientras se limpiaba la sangre de Gia de la mano. ¿Qué le ocurría a aquella Tierra que estaba infestada de monstruos y bestias repugnantes y terribles? Sin duda, Urano y Gea deberían haberse aburrido mucho durante los milenios anteriores a la creación del mundo y tal vez fuera ese el motivo por el cual soltaran en Nasak aquella ingesta desproporcionada de seres brutales.

- Se han comido, literalmente, mi hombro y para colmo, en mis propias narices - rezongó su amigo.

Los activistas pasaban por su lado en filas y sin detenerse mientras Fena iba al carro a por los utensilios y remedios que curarían al bisnieto de Chisare. Regresó acompañada de su única hija y Nadeï les saludó con una sonrisa amistosa mientras se agachaba al lado de su madre y depositaba a su lado unos tarros con ungüentos y un manojo de vendas de lino limpias.

- Primero, hay que desinfectarte la herida - dijo la sanadora y Nadeï quitó el tapón de una gran botella de cristal que contenía alcohol puro -. Te va ha escocer mucho - avisó a su paciente alzando las cejas. 

Él asintió y Nadeï le entregó un pedazo de cuero para que lo mordiera. Pero, a pesar del cuero, el grito y gruñido de dolor de Gia hizo que a Anil se le partiera el corazón y que su hermana se mordiera el labio inferior mientras dejaba que su hermano menor le apretara con fuerza la mano. 

Con toda la delicadeza posible que un caso como aquel permita, Fena le lavó la herida con sendos trozos de tela hasta que la hemorragia remitió un poco. Después, y instando a que Gia continuara mordiendo el trozo de cuero, le arrojó otro líquido en el hombro desfigurado y el chico volvió a gritar y a morder el cuero.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora