Capítulo cuarenta y siete

5.3K 453 47
                                    

Adiós

Los  primeros rayos del astro rey asomaban tímidamente por la línea del horizonte  mientras se ultimaban los preparativos para el inminente viaje. Asegurando zinchas, equipajes y provisiones, los siete guerreros, ataviados con las ligeras y resistentes armaduras; se miraron los unos a los otros.

El momento había llegado.

Era la hora de las despedidas antes de la partida.

Malrren, acompañado de su hijo mayor, acarició el lomo de su equino antes de alejarse unos metros de su lado para ir a abrazar a su esposa por última vez. Con los ojos hinchados por el llanto, su hermosa esposa - sujetando un pequeño Jen dormido-, intentaba permanecer entera y tan erguida como la más resistente y sólida columna. 

Mirándola con adoración y profundo amor, Malr contempló a Zelensa, a su pequeño y hermoso niñito travieso y a su hijita adorada mientras la figura de su hijo y la de su tío se colocaban a su alrededor. Dando un paso adelante, el general - el heredero de su difunto padre - salvó la distancia que lo separaba de su esposa y le acarició la mejilla con ternura.

- Cuida de nuestros hijos - le dijo con una voz tan dulce que incluso alguien sin escrúpulos o un completo desalmado, habría llorando sin poder evitarlo. 

Zelensa, temblorosa, permaneció en silencio derramando gruesas lágrimas. No quería que se fuera; ni él ni mucho menos su pobre hijo. Zerch había sufrido tanto en tan poco tiempo y aún así, el chico seguía lastimándose para auto-castigarse. Eso le partía el alma al igual que el horrible presentimiento que le atenazaba el alma.

La noche anterior, su última noche, Malrren le había hecho el amor como si no hubiera un mañana; como si aquel instante fuera el último de sus vidas, el último antes de la separación definitiva. Había sido tan suave, tan dulce, tan lento... No hubo ninguna prisa. Tampoco hubo otro pensamiento que no fuera hacia el uno y el otro y amarse como si no existiera nada más que el ahora; ese momento.

Pero ya había pasado. 

Había quedado atrás no así la amarga y dificultosa despedida.

- ¿Cuidarás a tu madre por mí, princesita? - escuchó que le decía su amado a Kotsë.  

La niña - que hasta entonces había estado aferrada a la falda de su vestido - se apartó de su lado y supo que se había arrojado a los brazos de su padre.

Malrren sollozó cuando los bracitos de su preciosa hijita lo abrazaron con todas sus fuerzas mientras lloraba desconsoladamente.

- No te vayas, padre - le suplicó con la voz rota -. No nos abandones.

- No os estoy abandonando. Volveré muy pronto - respondió con el tono de voz más firme que pudo otorgarle a sus palabras. 

- ¿Y si no vuelves? ¿Y si te ocurre lo mismo que al abuelo? - dijo Kotsë desconsolada -. ¡No quiero que ni a ti ni a mi hermano os ocurra nada malo!

La muerte de Hoïen la había marcado profundamente, tanto que por las noches sufría incontables pesadillas y se despertaba gritando. Desde entonces, Zerch y él habían estado muy pendientes de ella pero sobretodo su hijo. Desde el fallecimiento de su abuelo; Zerch había cambiado radicalmente: se había tornado más silencioso, más distante y a la vez más cercano a su hermana menor a la cual consolaba y acompañaba cada vez que podía.

- Esta guerra tiene que terminar, cariño, y solo nosotros podemos hacer que esta termine o se prolongue. Marchamos hacia el enemigo para que la paz llegue al fin.

- Y para vengar a todos los nuestros que han caído injustamente - agregó Zerch colocándose a la altura de su hermana.

Con la mirada inexpresiva, el joven guerrero limpió las lágrimas de las mejillas de Kotsë y le dio un beso. Ella se lanzó a sus brazos y él la acunó intentando no lastimarse la mano herido. 

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora