Capitulo treinta y cuatro

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Baño de sangre

-¡Preparaos!

El grito de Hoïen corrió entre el ejército de boca en boca y de grito en grito y ella aferró con fuerza las empuñaduras de sus espadas cortas.

Hacía escasos instantes que habían llegado los dos destacamentos encargados de defender la muralla oeste comandados por Malrren y Corwën. Los dos generales, vivos, había logrado contener y sobrevivir a los ataques de los zepelines y de la infantería del nuevo tirano de Nasak. Con novecientos cuarenta y siete guerreros de dos mil; Hoïen ordenó que se colocaran el las filas más alejadas para que recuperaran las fuerzas mientras ellos, completamente descansados, luchaban en primera línea.

- Yo estoy bien padre, y no voy a moverme de tu lado - dijo Malrren con algunas abolladuras en su armadura de escamas plateadas.

- Y yo no pienso abandonaros a ninguno - puntualizó Zerch que, por su juventud, era el más impetuosos de los tres -. Alguien tiene que cubriros las espaldas.

El General Rojo soltó una carcajada mientras tomaba su poderosa y afilada hacha de combate.

- Que agallas que tiene el cachorro - dijo sin alejar la vista del frente. Ya podía verse al enemigo.

- No te alejes de mí, hijo - le ordenó Malrren.

- Ni tú de mí.

Galidel apartó la mirada de ellos y se volvió para mirar a su familia. Con el rostro afilado como una daga y los músculos visiblemente relajados, Gia, a su lado, se volvió hacia Gali para comunicarse con ella sin necesidad de palabras. Yo te protegeré hermanita; eso decían sus ojos y ella se lo agradeció.

"Yo te protegeré a ti. A ti y a la abuela."

Aunque Chisare tenía a su propio guardaespaldas.

Araghii, que parecía haberla buscado como un sabueso mientras corrían hacia ellos, había decidido quedarse a su lado. Con la mirada estupefacta al verla vestida para matar, el contrabandista la había tomado por los hombros y había acercado su rostro herido al sereno e inmaculado de su abuelo.

- ¿Qué hacéis aquí, majestad? - le preguntó horrorizado.

- Voy a luchar, Araghii - había respondido ella sin alzar la voz y con la hoja de la espada mostrando su letal filo al mundo.

- ¿A luchar? ¿Estáis loca? - miró a los gemelos -. ¿Y vosotros? ¿Cómo permitís que ella permanezca aquí? ¡La van a matar!

Giadel, como hombre de la familia, le dedicó una mirada furibunda.

- Mi abuela sabe luchar y yo estoy aquí para protegerla de todo mal.

El hombre, si ya parecía amenazador cuando estaba sereno y limpio, lo parecía aún más ensangrentado y con un humor de perros. Su rostro, siempre atractivo, había sido mancillado por un feo golpe en la sien derecha donde tenía un gran moratón y en su clavícula había un feo corte que aún seguía sangrando.

- No me vengas con memeces, niñito - le soltó con los músculos tensos y un tic nervioso en su mentón donde tenía aquella cicatriz que le hacía parecer más amigo de lo ajeno y ladrón de corazones que otra parte de su fisonomía -. ¿Y quien te va a proteger a ti del peligro? ¿Tu hermana? -preguntó con cierta ironía.

- No necesito que nadie me proteja y, si por un casual, lo llegara a necesitar, mi hermana es más que capaz de hacerlo.

Araghii la miró y sus ojos avellana le dedicaron una mirada tan profunda que se sintió desnuda ante la inquisición del general.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora