Capítulo cuarenta y seis

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  • Dedicado a al amigo loco de crazy-read
                                    

Máscara rota

Era una noche clara, una noche perlada de estrellas y con una gigantesca luna que, al día siguiente, llegaría a estar completamente llena. Había tanta belleza en el cielo estrellado que nada de todo aquel conjunto parecía real; sino una ilusión que engañaba a los incautos y a los soñadores.

Pero ella no iba a dejarse engañar por el apacible paisaje; la calma antes y después de la tempesta.

Anil, dándole la espalda a esa belleza fatal y sin sentido, estaba de rodillas al lado de la cama de Gia. Entre sus manos tenía la izquierda de él para poder sentir su piel y el pausado latir de su corazón. Su rostro, igual de hermoso que la noche, mostraba una falsa ilusión; una imagen que no se correspondía con la verdadera realidad que su razón y su corazón estaban comenzando a aceptar.

Sus párpados estaban completamente sellados y sus pestañas perezosas descansaban sobre la piel algo moteada y pálida. ¿Y qué importaba su pálidez, la traslucidez que estaba tomando? Seguía viéndose tan bello, tan él, que sintió deseos de llorar. 

Echaba de menos ver el color verde de sis iris, el tono varonil y amable de su voz, sus gestos, su manera de andar, sus besos, sus brazos... ¿Por qué? ¿Por qué le tenía que ocurrir a él? Y ella no había estado a su lado. Como una vil y traidora serpiente, se había mantenido al lado de Sanguijuela durante toda la batalla porque ansiaba y necesitaba protegerle. 

"Gracias a los Dioses que él no salió herido."

Porque si además de Giadel, Sangujuela hubiese sido herido de gravedad o muerto...

No quería ni pensarlo. Y no por el hecho del dolor malsano que sentía en el pecho sino por los remordimientos que la carcomían. 

Era una mala mujer. Era una persona horrible. ¿Acaso no amaba a Gia? ¿Acaso no le había confesado su amor y él había aceptado el iniciar una relación? Él la quería y ella le quería a él. Entonces ¿por qué no podía sacarse a Sangujuela de la mente y del corazón?

No había ni un sólo segundo del día que no pensara en él. Que no viera su rostro sarcástico, su sonrisa ladina y su mirada brillante y muy oscura. Por Gea; no había un mísero instante que no recordara sus besos, el calor de su cuerpo, su respiración, su olor, las sensaciones que su cuerpo experimentaba cuando él estaba a su lado. Jamás había sentido algo así por nadie, ni siquiera por Giadel.

Asustada por profundizar más en lo que verdaderamente sentía, fijó la vista sobre el rostro sereno y tranquilo de Gia y sonrió mientras le acariciaba los dedos, se los llevaba a los labios y los besaba con ternura.

- Te echo de menos, Gia. Sí despertaras, sí regresarás a mi lado de ese mundo oscuro y abismal, yo podría...  - calló y agachó la cabeza. 

¿Qué haría?

¿Qué seguiría escondiendo en su corazón?

- Continua, no calles ahora- dijo una voz suave, masculina y soñada.

Antes de alzar el rostro la joven ya supo la persona que estaba en el vano de la puerta; persona que no había llamado a dicha puerta para pedir permiso, persona que siempre que acudia a ella lo hacía sin avisar, silenciosamente y a la vez de manera exigente e imperiosa. Y aquello mismo era lo que sus ojos denotaban; una exigència ante sus pensamientos en voz alta.

Ante su deseo que ni ella misma se atrevía a terminar para sus adentros.

- Sanguijuela... - murmuró con el corazón en la garganta. La mano de Giadel continuó inerte entre las suyas.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora