Capitulo trece

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Sueños en venta

Un agradable olor fue la causa de que abriera los ojos y dejara a un lado el agradable sueño que estaba teniendo: la paz de no soñar y dormir tranquilamente.

Rea abrió los ojos y se quedó unos minutos con la mirada perdida en aquella tienda militar de tres metros de largo y dos y medio de alto antes de percatarse donde estaba y con quien estaba. Hizo un amago de sonrisa cuando vio a Kerri que, dándole la espalda, estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas sobre una alfombra y unos mullidos cojines. Frente a él había una pequeña mesa de madera plegable y allí, la fuente del maravilloso aroma nutritivo.

La joven se incorporó en el lecho - que no era más que un delgado montón de mantas - y se pasó una mano por las costillas vendadas. Suspiró al sentir un gran alivio al tenerlas bien sujetas y, también,  por haber recibido atención médica por parte del sanador militar que acompañaba al príncipe. El hombre que la había atendido, le había asegurado que dentro de cinco semanas estaría como nueva y eso era un gran alivio al igual que lo eran los ungüentos y las pócimas que le había recetado para el dolor.

“Al menos hay un dolor que puedo calmar.”

Sí, porque hay padecimientos y sufrimientos que ningún remedio, por milagroso que sea, son capaces de curar. 

Pero hay una medicina universal, una panacea que es capaz de curar las mas hondas heridas del alma: el cariño, la comprensión, la amabilidad, la amistad.

El amor.

Rea miró la espalda de Kerri, anchas, fuertes, musculosas. Bajó la mirada y contempló sus estrechas caderas, su trasero, una sombra de sus piernas de acero. Alzó la vista y contempló su rostro duro, con las facciones muy marcadas y masculinas, la nariz bien proporcionada pero un poco torcida, el cuello fibroso y una poderosa nuez. Detuvo el deambular de sus cuencas violetas en los ojos amarillos de él y vio en ellos ternura, preocupación y felicidad.

Kerri era atractivo, era muy guapo, pero no era tan bello como Cronos que, a pesar de haber perdido su melena resplandeciente y su mirada cual celeste estrella, seguía siendo hipnótico y tan hermoso que no podía serle indiferente a ninguna mujer y, tal vez, tampoco lo sería para algunos hombres.

Y, aun así, la belleza exterior no lo era todo. La belleza física no valía ni una triste moneda de bronce si la persona en cuestión - ¡el Dios! - no poseía a su vez una belleza interior deslumbrante y cálida, buena y honesta. Por muy doloroso que fuera, Rea había comprendido que la belleza del alma de Cronos se había marchitado y muerto en el pasado, tal vez en el momento que Eneseerí murió o tal vez feneciera en el instante que decidió eliminar la obra de sus padres.

Mas, ¿qué importaba? Lo que fue una vez ya no podía volver a ser. Ella, a pesar de sus recuerdos, ya no era Eneseerí, ahora era Rea, una huérfana que habían criado los reyes del Señorío y él ya no era el buen Dios del Tiempo, ahora era el Dios vengativo del Tiempo y entre ellos dos todo había terminado por el simple hecho de no haber comenzado una vez más.

Con las lágrimas amenazando con salir y con las manos temblorosas, Rea se encogió para evitar que Kerri la viera llorar haciendo que el príncipe, que no rey todavía, se acercara a ella y la mirara con preocupación.

- ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que avise al sanador?

“Lo que necesito es que alguien recomponga mi alma y mi corazón.”

- Estoy bien - dijo en vez de su deseo desesperado -. Me ha sobrevenido un ligero temblor, pero ya está remitiendo.

Kerri suspiró aliviado y esperó a que ella recobrara la compostura antes de ayudarla a acercarla a la mesa plegable y acomodarla sobre los cómodos cojines de plumas de oca.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora