Capitulo veintidos

8.1K 506 8
  • Dedicado a A todos los fans de Cronos y Rea
                                    

Perdido en el pasado

 

La bebida y las risas aún corrían en el comedor cuando Rea y Kerri abandonaron la fiesta. El rey, con las mejillas sonrojadas por la buena comida y el exquisito vino, tenía una mano colocada en la cadera de Rea y la joven, con un nudo en la garganta, intentaba olvidar lo ocurrido en la terraza.

La Fortaleza se le estaba cayendo encima.

Las paredes parecían aplastarla y las muestras de afecto de su rey no ayudaban a recuperarse de su desasosiego. Todo lo contrario. La cercanía de Kerri era un continuo martilleo incesante que golpeaba una y otra vez su corazón. Deseaba con desesperación que la dejara en paz y a la vez necesitaba que estuviera a su lado para impedirle rememorar el beso apasionado que Cronos le había dado aquella tarde.

¿Por qué? ¿A santo de qué había ido a por ella? ¿Por qué la había besado si su único deseo era acabar con su vida?

Por culpa de su intromisión, no había sido capaz de disfrutar del gran banquete, aunque también había otro asunto que le había impedido probar bocado.

Miró a Kerri de reojo. Había mandado encerrar a su madre; ¡a la reina! No podía creer que hubiera hecho algo así a la mujer que le había dado la vida. Cierto era que a ella le había hecho muchísimo mal y a su hijo también, pero… ¿de verdad merecía ese castigo?

“¿Y Xeral? ¿Se lo merecía él? ¿Merecía morir por la espalda y a manos de su propio hijo?”

Fijó los ojos violetas en el pasillo y se obligó a dejar de pensar en ellos. Ella no era nadie para juzgar la moralidad o la inmoralidad de nadie y mucho menos la de Kerri. ¿A santo de qué se discutían o se recriminaban los actos de un rey? Él había actuado de la mejor manera posible tanto para su propio bien como para el bien del reino. Sin Xeral, el Señorío sería mucho más próspero y feliz y sin Sonus, la vida en La Fortaleza sería más tranquila y sana; menos ponzoñosa y llena de rencor.

Sin decir ninguno de los dos una sola palabra, recorrieron el corredor, subieron las escaleras de mármol con alfombras rojas de terciopelo y volvieron a andar varios pasos hasta arribar a la puerta del dormitorio de Rea. Las antorchas apostadas en las paredes alumbraban el pasillo y la luz creaba grandes juegos de sombras en las paredes, en el techo y en el suelo. La joven miró los ojos de Kerri y éste miró los suyos.

Tomándole el rostro con las manos, el joven rey de Nasak acercó su cara a la de  ella y capturó sus labios en un beso lento y profundo. Con los ojos cerrados, Rea saboreó los labios y la lengua de Kerri mientras él se deleitaba y tomaba lo que quería de ella con parsimonia. El beso, que parecía no acabar nunca, derivó a algo más y las manos de él abandonaron su rostro y fueron bajando por sus hombros y sus brazos para instalarse en sus caderas. Una vez allí, las ardientes manos varoniles del monarca subieron hasta sus costillas y ella hizo una mueca al sentir un leve ramalazo de dolor.

Respirando con dificultad, Rea se aferró a la camisa de él y Kerri acarició su espalda, el borde de sus pechos, su vientre y después bajó peligrosamente su mano ardiente hacia su lugar secreto. La joven, sin poder evitarlo, empezó a temblar y las lágrimas amenazaban con salir de su prisión.

“¿Por qué son tan diferentes? ¿Por qué con Cronos siento que estoy viva y con Kerri me rompo en pedazos?”

Asustada por lo que él pretendía hacerle, la joven se apartó de él y se tapó la boca con una mano para evitar sollozar. Sorprendido por su reacción, Kerri la contempló con un visible dolor dibujado en el rostro y un brillo triste en sus ojos amarillos que, en la penumbra, parecían bello ámbar. Ella, avergonzada por ser incapaz de aceptar el amor del rey, agachó la cabeza para no mirarle y despedazarse por dentro. 

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora