Capitulo dieciseis

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Arrastrándose en la piel

 

El día acababa de comenzar y él ya se sentía increíblemente cansado y hastiado. Y eso que aún le que quedaba toda una jornada por delante; una increíblemente agotadora que lo ponía enfermo.

Araghii miró las marcas que aquel maldito cachivache le estaba produciendo y prácticamente mutilándole los antebrazos. ¿Quién le había llamado a aceptar la proposición del General Rojo para encargarse, juntamente con sus hombres, del traslado de los dragones mecánicos? Soy un bocazas – se recriminaba una y otra vez.

De tanto querer ser útil se iba a quedar completamente inútil.

“Menudo chiste más malo.”

El contrabandista se puso de espaldas contra las mantas que le hacían de cama en la tienda que compartía con sus hombres y estirazó los dedos de los pies antes de decidirse a levantarse.

Vestido solamente con un nuevo par de cazones – cortesía de algunos activistas – se alejó de las mantas y fue a lavarse la cara, las axilas y el pecho antes de salir fuera de la tienda y respirar el aire matinal cargado de rocío. A pesar de ser una hora tan temprana, en el campamento ya había una ligera actividad y muchas mujeres salían de las tiendas para preparar el desayuno, hacer una colada rápida, atender a los niños y preparar la nueva jornada hacia Mazeks.

Entrando de nuevo en la tienda, Araghii vio como sus hombres, iban despertándose cada cual a su ritmo. Mientras se agachaba para tomar su chaleco, vio a Pólvora incorporarse y bostezar, a Zorro preparando los útiles para afeitarse y a Sanguijuela lavándose en la palangana antes de rociarse con agua perfumada. Por su parte, Cascabel, Tocino, Carroñero y Mochuelo seguían profundamente dormidos.

Suspirando y atándose las botas, el jefe contrabandista comenzó a despertar a los holgazanes de turno, propinándoles patadas en las costillas, salvo a Mochuelo.

-         -  ¡Arriba, perros! ¡Tenemos una jornada nueva por delante!

A causa de la fuerte patada y el griterío de Araghii, Cascabel, Tocino y Carroñero dieron un gran bote encima de sus mantas mientras maldecían y se quejaban por la forma tan violenta de su jefe para despertar a unos pobres contrabandistas cansados y agotados.

-         - ¿Qué cansados y qué ocho cuartos? ¡Arriba ya!

Riendo con disimulo, su segundo esperó a que Zorro se aseara para coger el testigo mientras los holgazanes rechistaban entre dientes y Araghii les miraba desde las alturas por el simple hecho de estar de pie y los otros sentados.

Convencido de que aquellos dormilones habían captado su orden y se preparaban para lavarse y vestirse, Araghii se acercó al joven Mochuelo que miraba a sus compañeros con su rostro poco agraciado demasiado ojeroso incluso para él.

-        -  ¿Cómo te encuentras hoy, muchacho?

El aludido le miró fijamente.

-          Estoy bien, jefe. No sé por qué no puedo llevar yo el dragón – he hizo un mohín por tener que ir tras la espalda de Carroñero mientras Zerch se ocupaba del dragón que él creía con derecho de pilotar.

Araghii frunció las cejas.

-          Eso lo dirá la sanadora. ¿Cómo va la tos? Creo que esta noche te he oído toser menos.

-         - Ya te he dicho que estoy bien. No sé por qué te empeñas en que los sanadores pierdan su tiempo examinándome cuando estoy como un roble.

-          - Creo que te has pasado de la raya, mochuelín – le dijo jocoso Cascabel mientras se recogía el pelo en una pequeña trenza -. Exactamente como un roble no estás, chicuelo. Aún te queda mucho para tener un cuerpo de mármol.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora