Capitulo diecisiete

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 Choque de amores

 

-          ¡Vaya! Esto cada vez tiene mejor pinta.

Giadel sonrió mientras Fena, con su buen humor de siempre y su gran profesionalidad, le quitaba el vendaje de su hombro y observaba con su vista de lince el avance de su herida.

-          ¿De verdad? – preguntó el chico sin tenerlas todas consigo aún.

 No habían transcurrido demasiados días desde el ataque del fetiche y, aunque se moría de ganas de prescindir de aquellos emplastes que le producían un escozor y un picor de padre y señor mío, aquello era lo único que disipaba el dolor y aceleraba el proceso de curación para que los tejidos se recompusieran con más celeridad.

-          ¿Quieres verlo por ti mismo, jovencito incrédulo? Madre del amor hermoso, ¿a quién habrás salido, niño?

Divertida, Anil río por lo bajo mientras Fena cogía un espejo de mano y se lo entregaba. Gia, tomando el espejo por el mango observó su hombro descubierto y se maravilló al comprobar que la Gran sanadora tenía razón.  Aunque los gruesos puntos aún le cubrían la piel, la hinchazón y el enrojecimiento habían abandonado su maltrecha piel para regresar, prácticamente, a su estado habitual; sobre todo aquellas partes que no habían sido arrancadas de su cuerpo. El joven, asombrado, entreabrió los labios.

-          Guau – suspiró mientras apartaba el espejo y se volvía hacia la sanadora -. Es increíble.

-          No es increíble, Gia – dijo Anil con una preciosa sonrisa -; es maravilloso.

-          Desde luego que lo es – asintió Fena con el emplasto del día preparado y, mientras el mestizo hacía una mueca, la mujer se lo colocó.

-          ¿De verdad todavía es necesario este emplasto? – preguntó esperanzado mientras el picor invadía su herida.

-          Si deseas seguir avanzando en tu curación, sí.

Esa respuesta no consoló a Giadel lo más mínimo que se limitó a mirar a las dos mujeres con ojos de cordero degollado. Fena, con una sonrisa de condescendencia,  se lavó las manos en la palangana de la segunda consulta improvisada de la tienda-enfermería y se marchó para hacer su ronda pues aquella tortura debía permanecer en su hombro media hora. Su amiga, sentándose a su lado, le tomó la mano en un gesto amistoso. Él, agradecido, le sonrió.

-          ¿Tan malo es? – quiso saber ella.

-          Me escuece como si me estuvieran echando litros y litros de alcohol y me pica como si un maldito cuervo estuvieran picoteándome sin piedad ¿Quieres probarlo?

Ella, horrorizada por su explicación, negó efusivamente con la cabeza.

-          No gracias.

-          Eso pensaba – y soltó una carcajada.

Se hizo el silencio durante unos instantes mientras la hija de Corwën observaba su alrededor con sus rasgados ojos verdes.

-          Parece que tu abuela es muy amiga del contrabandista – dijo lentamente.

Giadel se volvió para mirar la otra punta de la tienda donde había una mesa que hacía de camilla y Nadeï examinaba los brazos de los contrabandistas, los encargados de transportar los dragones mecánicos juntamente con el hijo de Malrren, Zerch.

-          Sí. Parece ser que Araghii la ha tratado muy bien. Según me ha explicado, durante su estado catatónico en Queresarda, él iba a visitarla a menudo y le contaba historias de lo más disparatadas e interesantes.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora