Capitulo cuarenta y tres

5.1K 448 19
                                    

... y entonces él la besó

Estaba terminando de hacer su petate cuando ella llegó.

Mas sería mucho más cercano a la verdad decir, y especificar, que estaba haciendo un intento de ello puesto que su muñeca, conjuntamente con sus dedos rotos, no le servían de mucha ayuda en aquel momento.

Con la frente perlada de sudor por la frustración y los ramalazos de dolor, Zerch alzó sus ojos burdeos para mirar a Nadeï que, en el vano de la puerta, le observaba en un silencio sepulcral. Más hermosa que de costumbre, con un esplendoroso vestido del color del trigo seco muy ceñido desde el busto hasta la cintura. Al rededor de sus caderas, un cinturón blanco con pequeñas perlas adornaban su sencillísimo atuendo de seda.

¿Era posible que los Dioses o el destino fuesen con él más crueles de lo que ya lo eran normalmente?

Aquella era la primera vez que no la veía vestida con una túnica de sanadora sino con un auténtico atavío de dama.

De mujer.

Se le secó la boca  y estuvo a punto de perder el equilibrio y caer de culo al suelo como un completo estúpido redomado. La dignidad ante todo - se dijo.

Desviando la mirada de su tía hacia la manta que estaba intentando meter en su petate, Zerch regresó a lo que estaba haciendo antes de la llegada de ella y refunfuñó por lo bajo al ser incapaz, una vez más, de hacer entrar aquella cosa doblada de mala manera en la boca de entrada de su petate de algodón teñido de color verde musgo.

- Deja que lo haga yo - se ofreció la mujer.

Apartándolo con delicadeza, Nadeï desdobló la manta, la volvió a doblar hasta conseguir una forma gruesa rectangular y la metió en el interior del petate donde el joven guerrero había guardado también una muda de ropa, embutido, queso y un par de manzanas para su viaje.

- ¿No vas a llevarte pan? - le preguntó dándole la espalda, ocupada al parecer en ordenarle el petate de las provisiones.

- Sí pero nos los entregarán al amanecer cuando marchemos para que nos dure tierno un poco más de tiempo - explicó desapasionadamente.

- Entiendo, es mejor así.

- Desde luego pues mis dientes, mi garganta y mi sentido del gusto lo van ha agradecer, te lo puedo garantizar.

Nadeï se volvió y le miró con el ceño fruncido. Su cabello corto le ocultó la mitad del rostro y él deseó acercarse a ella y apartárselo de la mejilla para poder contemplar sus facciones antes de marcharse. Pero no lo hizo porque sabía que ella lo rechazaría; que huiría de él y no deseaba que se le añadieran nuevos tormentos a su alma atormentada por centenares de sombras con uñas que lo desgarraban por dentro a cada instante.

El silencio se tornó pesado, sofocante y abrumador entre los dos.

Como siempre.

Sonrió con tristeza.

- ¿Qué haces aquí, tía? - le preguntó sin poder evitar darle un retintín irónico a la última palabra. 

Tía.

Su tía. 

Nada de eso importaba en su mundo; en el mundo de los Hijos del Dragón o de los mestizos. Ni siquiera importaba en el de los Hombre. ¿Para qué iba a importarle a él? Mas a ella... A ella parecía que sí.

- He venido para intentar convencerte - respondió Nadeï cerrando el petate con un tirón de las cuerdas y dejando que cayera sobre el lecho por la fuerza de la gravedad.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora