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- ¡Ay! Disculpa… - dijo ella – Santo… ahora qué desastre hicimos…

- Perdona, salí sin fijarme. Yo te ayudo. ¿A dónde las llevas?

- 5017. Pero no te preocupes.

- No… en parte fue mi culpa. Yo ayudo.

Recogimos las toallas, ella llevaba casi la misma cantidad que yo y aún así casi le cubrían el rostro.

- ¿no hay carritos para llevar de estas? – pregunté al verla forcejear con la puerta de la habitación

- Soy nueva, estoy en prueba y son un poco menos privilegios… - me sorprendí ante su respuesta. Puse las toallas en la mesa en la que ella puso las suyas miré la camilla. - ¿podría abusar de ti y pedirte que abras las persianas y despiertes a la señora Isabel? Necesito ir por otras cosas… gracias – dijo si  mas antes de salir

- Está bien…

Me  acerqué a la camilla y vi la mujer allí dormida. Tenía la piel blanca, traía puesto un pañuelo que cubría su poca cabellera. Sus labios eran lo que más adornaba su rostro, en conjunto con sus largas y onduladas pestañas. Ella dormía con una mueca sonriente en el rostro. Tendría unos 50 años o más, pues ciertas líneas también daban un aire de amabilidad y sabidurías propias de una persona mayor. 

Abrí las persianas y tomé la mano de la señora entre las mías. Ella sintió mi tacto y abrió los ojos lentamente.

- ¿ya estoy muerta? ¿eres mi ángel?

- No señora… - sonreí y ella hizo igual

- Eres realmente bella, se me hace muy conocido tu rostro… han de ser alucinaciones de esta anciana - rio ella - ¿Quién eres, linda?

- ¿Abi? – esa voz me era muy familiar – Abigail – me volví y vi a Emiliano sacándose el abrigo y la bufanda - ¿Qué haces aquí? – acercó sonriendo

- Am… la enfermera me pidió un favor… - dije un poco tímida

- Ustedes se conocen… - Emiliano se acercó a la anciana y besó su frente

- Buen día madre. Ella es Abigail, la chica que te enseñé el otro día

- Oh… - la mujer pareció comprender – eres tu la que tiene loco a mi Emiliano desde ayer… ya veo porqué, eres realmente muy linda – he de admitir que me sonrojé un poco

- No te voy a contradecir, madre… - Emiliano se acercó a mi y besó mi mejilla – vaya casualidad ¿no crees? – preguntó, no sabía si a mi o a su madre…

- Yo creo que no debería estar aquí… - dije lo más lento posible – así que los dejo…

- No querida… quédate. Emiliano me tiene harta con sus historias de una chica linda leyendo en una cafetería… - observé a Emiliano y él solo sonreía mientras saltaba la vista de su madre a mi

- Que quede constancia de que no te gustan mis historias.

- No estoy diciendo eso. Ahora tráeme mis arepas de queso y maíz que tengo hambre. Estoy casi segura de que nunca has probado una arepa, pequeña. Ven – me llamó – come una.


- No… yo…  - miré a Emiliano y él solo reía en silencio, lo maldije por dentro – está bien. – dije y me senté junto a la mujer. Ella me dio un poco de esa masa redonda que se veía deliciosa, a decir verdad – esto está muy bueno – Emiliano rio

- Cien por ciento sabor colombiano, querida.

- ¿Colombiano? – pregunté

- Mamá es originaria de Colombia. Me enseñó a preparar estas desde que tenía nueve… he perfeccionado mi técnica

- Calla muchacho, que solo saben así de bien porque también te enseñé a preparar el queso

No pude evitar soltar una que otra risilla, Emiliano y su madre hablaban como si yo fuese una allegada a su familia desde siempre. Él se sentó junto a su madre y yo me senté en la silla junto a la canilla y solo los miré platicar durante un buen rato. Su madre hablaba con un acento muy peculiar, enredaba las “eles” y las “haches”, lo cual la hacía sonar más graciosa.

La enfermera llegó y regañó a Emiliano y la señora Chabela, como le gustaba que le dijeran de cariño, por traer comida no autorizada al hospital y lo envió a la cafetería por media hora.

- ¿en serio te sanciona? – pregunté cuando íbamos de camino a la cafetería

- Ya nos acostumbramos… pero mi mamá siempre le guarda un poco de arepa y la soborna con eso – reímos - ¿por qué te fuiste? – preguntó después de un momento en silencio

- Grace tuvo una emergencia… - lo miré – no llamaste.

- Son las 7 am… yo te creía durmiendo. Pero estabas hablando con mi mamá, ¿Quién lo diría? – reímos y una de las enfermeras no silenció bruscamente. Reímos aún mas pero por lo bajo.

Caminamos hasta la cafetería y nos dirigimos a la barra de comidas. Él pidió dos emparedados y yo pedí un pastel de jamón y pollo. Él pidió café y yo chocolate. Nos sentamos en una de las mesas.

A B I G A I LWhere stories live. Discover now