Chef

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To: Geraldine Ortega


El caos en la cocina era peor que otras veces. Él chef principal estaba de aquí para allá gritando órdenes y supervisando los platillos, el sub-chef iba por el otro lado y los demás movían las manos con una maestría digna del mejor acróbata de circo. Las flamas se elevaban, el vapor pululaba libre y las verduras, carnes, frutos o vinos iban y venían.

Siempre le gusto aquel mundo de extrema presión, incluso, se atrevería a decir que era peor que ser militar u oficial de la ley. En aquella cocina y restaurante, había un lugar reservado exclusivamente para él, ahí podía hacer lo que quisiera. Casi siempre se quedaba horas con un plato de postre y una taza de café. La vista era hermosa, los chicos le conocían y le trataban bien.

Allí, aunque el caos y los vapores fueran igual de intensos que los sentimientos, al final se trataban como una segunda familia, pues estar juntos por casi doce horas debía traer sus consecuencias. Sin embargo, aquel día necesitaba a su esposo. Al idiota que le siguió como oso a la miel por todo el mundo. Le necesitaba tanto, pero el idiota no daba señales de vida. Comprendía su trabajo, ser portador de dos estrellas Michelin no era fácil y menos cuando se buscaba la tercera; pero ese día le había llamado para decirle que necesitaba hablar con él. Era urgente.

Ahora ya dudaba de todo aquello. La noche ya iba por la mitad y este no aparecía, cuando casi a diario le iba a ver unos minutos, le dejaba la cocina a Riko para ser sólo ellos e incluso le tomaba como critico porque a veces salía batiendo, mezclando o con plato en mano en su búsqueda.

–Prueba.

Y la cuchara ya estaba en su boca sin apenas asimilar nada.

Furioso se levantó de su lugar. Ya no pudo soportar más. Ignoro las miradas de los meseros y la del metro. Al abrir las puertas de la cocina el ruido, olores y gritos no se hicieron esperar. Todos se movían como hormigas en quemazón. Busco a su pareja, quien se encontraba salteando un pedazo de carne.

–Taiga, ¿podemos hablar?

Este le ignoro, le cedió la sartén a un chico para girarse a otro que removía una salsa. Lo volvió a intentar. No hubo respuesta. Gritaba por platos, veía la parrilla con el pescado. Le volvió a llamar. Nada. Enojado tomo los platos que se colocaron en la barra de emplatado y se los aventó.

–¡Taiga!

El choque de los platos junto con su grito capto la atención de todos los presente.

–¿Pero qué...?

–Serías tan hermoso de dedicarme cinco minutos.

El pelirrojo le siguió observando, los demás regresaron a lo suyo sin dejar de prestar atención a sus jefes.

–No había necesidad de aventar la losa, Daiki.

–No me hacías caso.

–¿Y desde cuándo actúas como una mujer?

El moreno no le mentó la madre por respeto a la señora que aún vivía, quien era muy linda con él. Dispuesto a entablar la conversación, enfoco su vista al pelirrojo, pero este ya estaba moviéndose por toda la cocina revisando todo. Ahora sí, dolido y rabioso, se fue tras la barra para quedar de frente al idiota que tenía por pareja, volvió a tomar un plato y se lo lanzó.

El pelirrojo se cubrió con el brazo el rostro por puro reflejo. La mirada era de completa incredulidad.

–¿Pero qué te pasa? Hacer eso en una cocina es...

–¡Me importa una mierda tu estúpida norma! ¡Necesito hablar contigo, te lo dije por la tarde!

–Estoy ocupado, necesito sacar estos plat...

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