Jaqueca

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To: Hela Gómez


–¡No estoy con una mujer para que salgas con que te duele la cabeza, si no lo quieres hacer sólo dilo y no inventes excusas baratas!

Kagami se levantó de las piernas de su pareja furioso, era la sexta vez que Daiki le decía aquella evasiva para frenar sus avances íntimos, pero incluso él tenía una paciencia que el moreno comenzaba a sobrepasar. Enojado como estaba prefería salir de casa antes de decir cualquier cosa que pudiera estropear un poco más su relación.

Sin medir la fuerza, la puerta principal pago la situación reciente.

Las ventanas vibraron junto con la cabeza de cierto moreno que se encontraba con la camisa a medio abrir. Chito ante semejante ruido. El silencio se esparció como humo por el lugar, se arrastró un poco hacía abajo para que su cabeza quedara en el respaldo del sofá. Regulaba su respiración en un intento desesperado para calmar su corazón.

¿Cuántas veces iban ya?

Daiki no podía llevar la cuenta clara porque desde hace un par de semanas la cabeza no le dejaba en paz. Le dolía horriblemente, cualquier cosa le lastimaba, los focos los sentía el sol mismo, los sonidos como si tuviera un maldito taladro martillando su cráneo. No se diga cuando se alteraba su ritmo cardiaco, palpitaba a la vez que su cabeza. Era como tener los bajos de una bocina en lugar de una cabeza. Apenas lograba dormir y ni se diga de descansar.

No le gustaba estar peleado con Taiga, pero esto ya se había salido de sus manos y control.

Se moría por tener sexo con su chico, más nada le sacaba lo irritado que se encontraba por toda esta situación. Sin embargo, una parte muy en el fondo de él, se sentía triste, al pelirrojo no le importaba su estado de salud, sólo su pene para autosatisfacerse. Mejor ni pensar, se levantó para meterse a la ducha, quizá el agua le ayude a calmarse un poco. Nada le ayudaba. A la mala descubrió que el chocolate, vino y café lo único que lograban era aumentar la intensidad del dolor.

Se preparó algo ligero para cenar, pues ni hambre le daba por culpa del intenso dolor. Mientras comía, en un traste vertió un poco de agua con hielos, se sobaba el puente de la nariz o las sienes. No soportaba más.

El agua sólo duró un par de horas, las cuales le supieron a gloria. Daiki ya no sabía que más tomar y la situación con Kagami no pintaba nada bien, pues este no durmió a su lado. Con hastío se volvió a duchar y cambiar. Al salir, el pelirrojo se encontraba en la cocina.

–Buenos días.

Revisó el refrigerador y la alacena, pero nada le llamaba, al contrario, todo le dio asco.

Kagami, por otro lado, veía al moreno actuar a su alrededor con cierto pesar. No le contesto el saludo, pues si iba a jugar a ver quién cedía primero, él no lo haría.

–¿Dónde dormiste? –Cuestiono el moreno.

No contestó. Saco un par de cosas de la despensa.

–Kagami por el amor a dios, la ley de hielo déjalo para los niños.

–No soy un niño.

–Actúas como uno. –Ambos se miraron, uno ceñudo y el otro relajado. –¿Me dirás si dormiste acá o no?

–No te importa. –Se volteó a la barra.

–Kagami mi...

–¡Kagami nada! ¡Llevas semanas rechazando mis avances, coqueteos e insinuaciones para tener sexo, te pido explicación y tú me sales con la más estúpida y usada desde tiempos ancestrales! ¡Si ya no quieres nada con...!

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