Resistencia

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Resistirse estaba en sus planes. Negarse e intentar dar la vuelta. Intentar olvidar lo ocurrido, pero su mente no entendía un no y mucho menos conocía la compasión. Pero ahí estaba, rememorando una, otra y otra vez. Se supone que su mente debería estar concentrada en la junta que presenciaba, más nada lograba captar su atención.

Recuerdos. Memorias de piel que comenzaron rodeados de éxtasis, alcohol y luces fluorescentes. El termino fue en una habitación cálida que al despertar le supo al frío de los extremos del planeta.

Apenas despertó, olvido completamente la forma posesiva en que le tomaban. El tacto firme, pero suave sobre su piel, dejando cosquillas tras su paso. Convirtiendo su piel en vapor apenas le tocaba. Los besos pasionales, tímidos por momentos y otros demasiado demandantes. Exigiendo su alma a cambio de unos efímeros segundos de placer.

Sin embargo, su noche de ensueño terminó en el momento en el cual el sol se coló por las cortinas. El broche de oro. Encontrar la billetera de su acompañante.

Veinte años. Trece años tras él. Trece años que le faltaban por vivir y él ya había vivido.

Apenas reaccionó tomó sus cosas y se largó de ahí. Sí, fue la mejor sesión de sexo que haya tenido en toda su puta vida, pero no estaba dispuesto a perder su empresa por un acostón nocturno y menos por un jodido menor.

No.

No había perdido tanto para lograr su sueño.

Más el tiempo hizo de las suya, pues ahora le veía salir justo fuera de su edificio, con una sonrisa pequeña y un porte de militar. Maldito. Él intentando olvidar la única noche donde se ha sentido alguien y no un medio para obtener algo, resultaba que este ya se encontraba ocupado.

Ignorando su alrededor caminó hasta el ascensor, su teléfono no paraba de sonar ante tantos mensajes que revisar, reuniones que confirmar, citas presenciar y viajes que realizar. En su vida no había cabida para nada más salvo respirar, comer y dormir.

Sin embargo, apenas pudo reaccionar cuando fue aventado contra la pared del elevador, sus cosas cayeron y sus labios fueron cazados.

–Desapareciste.

–Piérdete mocoso.

–No.

Su cuerpo fue oprimido, por primera vez se sintió indefenso ante la virilidad que mostraba el joven. Le oprimía a tal punto que por un instante se sintió un chico menor y no un treintañero a punto de perder la virginidad.

Nuevamente.

Las sábanas tras su espalda, su pecho apretado por otro, sus piernas siendo invadidas por unas extrañas que para su absoluto asombro recordaban bien. Un rival con invitación de oro. Sus manos apenas podían quedarse en un sólo lugar, sus labios eran succionados de tal forma que por un momento los sentía una paleta y no una extensión más de su cuerpo.

–¿Tu nombre?

Se negó. No revelaría algo tan íntimo para aquella ocasión. Ni siquiera para una futura. No estaba dispuesto a ser el puente de nada.

–Vamos viejo, dímelo, sino ¿cómo te llamare mientras te tomo?

Su pequeña burbuja de éxtasis se rompió. La realidad le mordió como un perro rabioso. Era un vil viejo con millones en los bolsillos que estaba dispuesto a abrirse de piernas con tal de sentirse querido un par de segundos. Aquellos brazos que se sintieron como el sol se tornaron tan fríos como el más crudo invierno. Intentó alejarse, pero consiguió ser apretado con mayor fuerza contra el colchón. Envió una mirada de advertencia al chico, pero este sólo le observó y al verse reflejado en aquel iris rojizo no hizo más que reírse con demencia.

Años buscando aquello que se le entregaba con facilidad, sin ataduras o verdades de por medio, más sólo era algo vinculado con la excentricidad de indicar en algo que se supone debe ser experimentado.

–No sirve el dinero cuando lo que buscas es amor.

Sin mediar palabra y soltando aquello a nadie en particular, quito al chico sobre su cuerpo para levantarse e irse. Derrotado y ahogado en su miseria.

–No busco dinero, sino un alma.

La respuesta le detuvo como imán negativo siendo atraído por el positivo.

–¿Estás dispuesto a cambiar la tuya con la mía?, Daiki.

Sólo una maldita mirada acompañada de las palabras correctas lograron lo que muchos intentaron.

¿Por qué simplemente no se quedaba callado?    

Caja de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora