¿Por qué sigues?

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–¿Por qué sigues metiéndote en peleas?

Silencio.

Kagami siempre recibe silencio cuando hace aquella pregunta. Lo detesta, pero nada puede hacer para sacar una mísera palabra de aquellos labios amoratados.

Verde, negro, azul y morado, antes eran colores que le gustaba ver, ahora, apenas puede tolerar el morado. Poco a poco ha comenzado a detestarlos, a odiarlos. Esos colores no deberían ser presentes en una piel tan hermosa como la del chico frente a él.

Y los detesta más, cuando ve el sufrimiento en los ojos azulinos, los aborrece porque le provocan malestar. No sabe qué hacer para ayudarlo, sólo tener el botiquín lleno y listo, la puerta o ventana siempre abierta para su doliente visita.

Le gustaría tanto poder decirle que pare, que se detenga, que puede irse a vivir con él, más sabe que aquello es imposible.

Detesta las palabras crueles en la escuela, los murmullos de los profesores y el hostil trato en el equipo. Ya no sabe qué hacer. Le ama, pero sus sentimientos no le llegan. Pareciera que una muralla de hierro protegiera a una de concreto y cristal. Lo intenta, más nada parece poder atravesarlo. No le importa si lo arruina, si ya no le ve o le habla. Ya no puede más.

Sus dedos se deslizan por el brazo, sube por el hombro, el cuello, la mejilla y los labios.

Le desea tanto como le anhela. Ese amor no puede quedar el algo imposible. En algo platónico. Ese no.

Le sonríe. La más hermosa de las sonrisas le da aquellos labios agrietados.

–Ven a vivir conmigo.

El silencio se vuelve incómodo, la tensión se siente a través de sus falanges. Sabe que lo ha arruinado, que no vendrá hasta que no pueda ocultarlo o peor, debe coser alguna herida. Se acerca despacio, con calma para no asustarle mientras le ve. Vuelve a repetir la pregunta, más sabe que no habrá respuesta, porque el chico no teme por su vida o por los cientos de hematomas que pueblan su cuerpo o las innumerables profanaciones en su mente. Teme por el pequeño ser que comparte el infierno detrás de la puerta de madera.

Y se odia más porque no estuvo ahí para evitarlo. Se odia porque él transforma ese temor en puños contra las pandillas de otras escuelas.

–¿Por qué insistir en alguien fracturado?

–¿Y por qué no?

Le mira, por primera vez no rehúye su mirada, se queda ahí. Esperando, se muerde los labios, mueve el iris a un lado y regresan a los suyos. No necesita palabras para ver la respuesta. No esta vez, pues han pasado tanto tiempo juntos que a veces no son necesarias entre ellos.

Un rose. Un choque. Un ósculo con tintes de hierro le reciben, sabe que el sabor es momentáneo porque ha aceptado su ayuda. Irá a ese infierno a domar a Cerbero, a Caronte y burlara a los jueces, pero saldrá con el tesoro de su amado.

Saldrá porque nadie más les tocará, no mientras él tenga aliento y pulsaciones.

Porque no verá más la mueca de dolor cada vez que se sienta, que toca una parte de su cuerpo o la relajación cuando se acuesta en el frío piso.

No más.

Ahora él le pertenecía y por Hades que no permitirá a aquellos colores volverse a mostrar en todo su cuerpo, salvo en sus cadera o alguna parte de sus muslos. Hechos y cuidados por él mientras ve una pequeña sonrisa en aquel rostro desfigurado de tanta felicidad.


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Viejito y cortito este escrito. xD

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