Dragón

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To: Kano Francis


Debía correr. No podía detenerse por nada del mundo. Debía ignorar todo lo que su mente, piernas y corazón le susurraban como vocecillas a la oreja. ¡Dioses, ¿por qué no hizo caso?! Ahora pagaba las consecuencias de su ingenuidad. Pecó de confiado y quien pagaría por ello sería su precioso dragón. Un precioso ejemplar de reptil con escamas negras, pero cuando la luz del sol chocaba con ellas se volvían un azul precioso, como si tuviera pequeños zafiros o algún tipo de gema preciosa de color azul.

Sonríe mientras corre, pues recuerda la primera vez que lo vio. Echado al pie de la cascada, protegido por la brisa y parte del agua cayendo. Quedó anonadado. Nunca había visto un dragón, leído sobre ellos sí, pero no vivo y mucho menos uno tan cerca.

Atraído por su naturaleza curiosa se acercó. A escasos metros el enorme animal abrió los ojos, él se detuvo. El animal le observo por varios minutos que le supieron horas hasta que volvió a acomodar la cabeza sobre sus patas. Tragando en seco, siguió acercándose. Su corazón palpitaba frenético, lo acarició y a los segundos se echó a correr como abolido. Al llegar a casa no podía dejar de regañarse por lo estúpido de su accionar.

¡Debía ser más valiente!

Se gritaba mentalmente cada día, temblaba por su cercanía, pero el dragón nunca le hizo nada. El tiempo paso, le fue cogiendo confianza y cariño hasta el punto de sentarse a su lado mientras le contaba su día o lo que pensaba, otras veces se descargaba con él, no con golpes, pero si con palabras, gritos y gestos. El dragón rara vez se movía se su posición, más sabía de su atención por los ojos siguiéndole el paso.

Y cuando menos se dio cuenta, se enamoró del dragón.

No supo por qué, cuándo y cómo. Simplemente paso, pues se encontraba feliz y triste cuando se iba, ansioso cuando el tiempo pasaba y no podía escapar de sus hermanos o padres para ir con él. En una ocasión, confió en la pareja de uno de sus hermanos y este le pagó contándoselo a su familia y esta al pueblo. La indignación del amorío hacia el dragón llegó a oídos del rey, quien ansioso por encadenar al reptil bajo su mano viajó al pueblo junto con varias cuadrillas de soldados acompañados de carretas llenas de cadenas y sogas.

A él le habían encadenado y encerrado para que no fuera en aviso de la situación. Más sus ruegos y llantos ablandaron el corazón de uno de sus hermanos mayores, quien le dejó libre. Ahora corría como caballo desbocado en busca de su dragón.

Al llegar, lo único que encontró fue hollín, pequeñas llamas y sangre.

Llamo al dragón, lloro y grito, pero este nunca apareció. Su peor miedo se hizo realidad. Habían matado a su mejor amigo y amado. No supo cómo, pero regreso a casa. Al ingresar a su cuarto encontró a su padre parado en medio de la habitación con un collar que como gema poseía una pequeña escama. Su reacción fue tan violenta que por primera vez vio miedo en aquellos ojos cafés.

–¡No te atrevas a volver a tocarlo!

Lo saco a punta de golpes, empujones y gritos. Estuvo encerrado por dos semanas, hasta que él mismo dijo basta. No podía dejarse morir, su dragón no lo hubiera querido. Sin embargo, el trato hacia su familia no volvió a ser lo mismo. Les hablaba lo estrictamente necesario, ya no les contaba de su día ni lo que había descubierto, ya no cuestionaba y mucho menos reía con ellos. Parecía un muñeco. Una marioneta.

Kagami Taiga, había muerto junto con aquel reptil perezoso y silencioso.

El tiempo siguió su curso. El invierno se abrió paso entre los vientos lluviosos del otoño. Taiga caminaba a la cascada congelada por el frío. Aquel lugar se volvió su santuario después de la muerte del dragón. Nadie se atrevía a ir junto con el pelirrojo por temor a perderlo, pues el pueblo le quería, más no encontraba la forma de redimirse por sus acciones.

–Han pasado varios días con sus respectivas noches y sigo sin poder olvidar a mí dragó azul, mi dios. –Una risa se escuchó por el lugar, extrañado la buscó encontrando una silueta delante de la cascada de hielo. –¿Quién eres?

–Dices amarme, pero no me reconoces. –El extraño volvió a reír. –Humanos, demasiado ingenuos para su propio bien.

–No sé quién sea usted señor, pero no le permito que me insulte cuando ni quiera le conozco y usted a mi mucho menos.

–Daiki Aomine, líder de la manada drayva, tu dragón azul, pequeño idiota.

El pelirrojo no creía lo dicho. Negó muchas veces ante lo revelado.

–Miente, no sé quién ha osado pagarle para venir a burlarse de mí y mis sentimientos.

–Eres demasiado testarudo Taiga.

Y antes de que Kagami pudiera refutar aquello, el hombre se transformó en un majestuoso dragón negro, con alas enormes, abiertas y dispuestas al vuelo; un rugido imponente y fuerte le aturdió por instantes. No podía creerlo. Ahí estaba. Su dragón azul, más grande de lo que recordaba, con una mirada más fría y amenazante jamás vista.

Importándole poco que el hielo bajo sus pies se rompiera, corrió hacia su dragón. Beso su piel escamosa, le embarro de mocos y lágrimas el pecho. Estaba ahí. Estaba vivo. Su amor silencioso regreso entre las llamas carmín.

–Ven conmigo Taiga.

–Siempre.

El pelirrojo no necesitaba más. Nada le detenía en aquel pueblo, pues ellos mismo se encargaron de matar toda raíz. A Taiga no le importaba si no tenía un futuro claro al lado del dragón que apenas conocía, pero lo que sí sabía le bastaba para estar a su lado. Las explicaciones vendrían después. 


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Sangre en los dedos... esto es un récord personal. 

Caja de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora