Una, solo una,
llamé a tu puerta.
Esperé sentado,
grité tu nombre.
Las migajas caídas
de aquél cariño
recogí hacendoso
y volví la cara.
Nadie vio mi rostro,
nadie oyó mi grito,
y los charcos de mis ojos
inundaron tu puerta.
Marché aullando,
herido de muerte,
y en un rincón oscuro,
desgarré mi vientre.
Suena el reloj, dan las doce,
y la noche amorosa
guarda mi espalda.
Una, solo una,
busqué tu mirada.
Sentir tu hiedra
envolviendo mi alma.
Atrás quedan,
la pasión del alba,
y marcando mi huella,
guardo tu deshecho.
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