2. ¿Qué hacer cuando lo roto no es un objeto sino uno mismo?

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Simón

—Creo que la profesora te odia— se burló Tadeo, su cabello naranja se veía como fuego bajo la luz del sol del mediodía— todos saben que Vanesa no te soporta y Bianca...me sorprendería si no los mata a los dos y lo presenta como proyecto final.

—Esa chica es tan rara— Kiara tembló desde su lugar con su espalda recostada contra el pecho de Simón— siempre hablando de matarse, ¿Por qué no lo hace de una vez?

—Oye, no seas mala— la cortó el chico.— Ha pasado por una situación difícil.

—Todos tenemos complicaciones en la vida, Simón, pero no por eso significa que tengamos que hacerle la vida imposible a los demás.

Simón le hizo cosquillas para que dejara de hablar y ella se rió antes de separarse.

—Tengo que hacer un trabajo con Adrián, nos vemos mañana, ¿Si?— se despidió dándole un beso a Simón y un puñetazo en el estómago a su otro amigo.

Los dos muchachos la observaron hasta que se perdió a la vuelta de la esquina y Tadeo no perdió el tiempo en tomar su mano y llevarlo hasta un callejón cercano.

—Dios, pensé que nunca se iría— comentó antes de darle otro beso a Simón. Ésta vez más profundo que el de su amiga y definitivamente menos apropiado de dar en público.— ¿Quieres venir a casa?

—No puedo, tengo que ver qué hago con este proyecto o realmente terminaré el año en una bolsa de consorcio.

Tadeo tembló visiblemente.

—Ugh, turbio. Apuesto a que a Bianca le calentaría oírte decir eso.

—Tadeo...— comenzó a decir Simón, pero su amigo lo calló con otro beso.

—No me interesa, te veo mañana imbécil.

Simón lo observó irse y se quedó en aquel callejón un largo rato. Si alguien le preguntara qué estaba sintiendo en esos momentos, probablemente no sabría contestarle.

🍂🍂🍂

Simón cerró la puerta de entrada de su casa, tiró su mochila a un costado del pasillo y aguardó un instante: silencio. El alivio que lo recorrió de pies a cabeza fue tan grande que tuvo que recargarse contra la puerta para recuperarse. Su padre no estaba. La última vez que se había ido lo había dejado solo en la casa por casi una semana y esos siete días habían sido los mejores días que había tenido en muchísimo tiempo. Si se fuera por un año entero tampoco me molestaría. Pensó el muchacho y se quitó el saco verde oscuro del colegio y la corbata para quedarse solo con la camisa blanca.

La casa era un desastre, como siempre: papeles de comida tirados por el suelo, prendas de vestir sucias que nadie se había dignado a meter en el lavadero, botellas de cerveza dispersas por los sillones y los estantes. Simón sabía que debía ordenar un poco, pero no tenía la voluntad suficiente para hacerlo en ese momento y sabía que su padre tampoco le diría nada: tenía la cabeza tan desordenada que lo físico era solo un contenido agregado.

En vez de limpiar, se preparó un omelette y una ensalada y se llevó el almuerzo a su habitación, la cual estaba casi tan desordenada como el resto de la casa. Apenas había prendido la computadora cuando un ruido al otro lado de su ventana lo hizo soltar el grito menos digno de su vida.

—Vaya, deberías audicionar para Scream 7– contestó Bianca, su compañera de clases, que se encontraba parada fuera de su casa con sus antebrazos apoyados sobre el marco de la ventana.

—¿Te importa?— se quejó Simón y desabotonó un botón de su camisa para disimular lo agitado que estaba por el susto—Estás entrometiéndote en una propiedad privada.

Los últimos días de juventudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora