Vanesa
Esa misma tarde
Por estadística, el noventa por ciento de la ropa de Vanesa estaba completamente manchada por algún tipo de tintura. Normalmente no le hubiera prestado mucha atención, pero el rosa eléctrico en su camisa blanca del colegio resaltaba demasiado e incluso ella tenía ciertos límites en su libertad estética.
Estaba restregando el cuello de la camisa en el lavadero de su cocina cuando su madre llegó de trabajar. Vanesa podía reconocer el sonido del motor de su auto deteniéndose en la vereda, el familiar tintineo de las llaves, el ritmo de sus pasos sobre la madera del hall de entrada.
—¿Vane?— la llamó la mujer a los gritos desde el otro lado de la casa.
—¡Hola!— respondió la chica para anunciar su presencia. Vanesa escuchó a su madre moverse por las distintas habitaciones, probablemente buscándola.
Cuando finalmente la encontró, se recargó contra el marco de la puerta y fingió desmayarse.
—¿Vanesa Muriel limpiando una prenda por voluntad propia? ¡El fin de los tiempos ha llegado!
Vanesa rodó los ojos.
—No es la primera vez que limpio algo— contestó la chica a regañadientes.
—¿Ah si? Dime dónde se encuentra el limpiador de la ropa blanca.
La muchacha parpadeó.
—Aquí mismo, en el lavadero.
Vanesa y su madre solian discutir todo el tiempo sobre este tipo de cosas triviales. Su psicóloga le diría que era la forma que ambas se relacionaban, que era su forma de demostrar cariño. Vanesa a veces simplemente creía que su madre no estaba lista para hablar seriamente con ella. Que no le gustaría lo que descubriría si lo hacían.
La chica dejó su camisa en remojo y se dirigió hacia su habitación. Graciela siempre le decía que amaba su habitación. La muchacha había elegido todo por su cuenta: los muebles de madera pintados de blanco, el color rosa pastel de las paredes, las decoraciones en distintas tonalidades de rosa, dorado y negro. Incluso tenía su propio tocador y su equipo de luces para filmar tutoriales de maquillaje. Amaba mostrar su talento en las redes sociales y no le avergonzaba admitirlo.
Vanesa revisó la caja de barritas de cereal arriba de su cama. La había comprado con su propia mesada semanal para llevárselas a Bianca, la chica malhumorada del curso y ofrecerle alguna los días que la veía demasiado pálida.
Según se había enterado, la muchacha había empezado a tener problemas con la alimentación desde la muerte de su hermano. Graciela le decía que no debía preocuparse por ella, que ni siquiera eran amigas. Pero Vanesa sabía lo era sentir que tu propia mente te jugaba una mala pasada. Especialmente durante la noche, un par de preguntas lograban ocupar los rincones más oscuros de su mente.
La muchacha se preguntaba a diario si algún día alguien iba a amarla. Pero era una pregunta extraña. Vanesa no estaba particularmente interesada en tener ningún tipo de relación, ni siquiera le interesaba la idea de besar a alguien. ¿Era normal que una chica de diecisiete años no pensara en eso? Bastaba con abrir Netflix para ver que todas las series sobre la gente de su edad trataban sobre eso: fiestas, sexo, amor. A ella le gustaban las fiestas, incluso le gustaba tomar alcohol si la situación lo ameritaba pero, ¿Un novio? ¿Una novia? La idea le resultaba tan poco atractiva como lejana.
Sin embargo, con el paso de los años esa presión se había vuelto una sensación constante para ella. Las preguntas de su madre, "¿Cuándo será que me vas a presentar a tu novio?", de sus tías, "¡El amor adolescente es hermoso, no queremos que te pierdas la experiencia!", las conversaciones de sus amigas, "¿Pero no hay nadie que te interese?"
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Los últimos días de juventud
RomanceSi de ellos dependiera, Bianca, Simon y Vanesa nunca hubieran intercambiado una palabra entre ellos en toda su vida. Pero cuando su profesora de Arte los obliga a hacer un proyecto grupal que podría definir su calificación final, no les queda otra o...