Bianca
—Déjame acompañarte adentro, apenas puedes caminar— pidió Simón por cuarta vez desde que Vanesa los había abandonado para volver a su casa. Tenían suerte de vivir en un pueblo que era lo suficientemente tranquilo como para poder caminar por la noche sin miedo, lo cual en esos días era más de lo que muchos podrían desear.
—Si mis padres me ven entrar contigo pensarán que eres mi novio o algo así— Bianca arrugó la nariz cuando los rulos de Simón le hicieron cosquillas en la nariz y se aferró un poco más fuerte a sus hombros para no resbalarse.
—¿Y crees que sería algo malo tenerme de novio?— preguntó él con aquella voz insufrible que usaba cuando quería salirse con la suya, lo cual ocurría casi siempre.
En el bosque, por un momento, le había parecido una persona completamente distinta a la que veía a diario en el colegio. Había algo distinto en la forma que miraba a Vanesa: algo real y tangible y quizás por eso había accedido a ese estúpido proyecto en el medio del bosque. Hubiera sido una desalmada si se hubiera opuesto luego de ver la mirada esperanzada de aquellos dos. Por la forma en que sus ojos se iluminaron uno hubiera pensado que se trataba de una mina de oro y no de un montón de escombros, pero finalmente llegó a la conclusión de quizás terminaría trabajando menos si ellos dos estaban tan entusiasmados por reparar aquella casa olorosa.
—Creo que tenerte cerca es una mala idea en general— replicó Bianca finalmente y la realidad era que en ese momento lo tenía demasiado cerca. Podía sentir sus hombros fuertes y sus brazos rodeando los muslos de la muchacha eran todo menos débiles. Era imposible no notarlo incluso en la distancia: a través de la camisa blanca del uniforme, en las clases de educación física, en las fiestas cuando bailaba por encima de toda la multitud, sus brazos flexionados sobre su cabeza como si quisiera alcanzar el cielo con ellos.
Era incluso más difícil de ignorar ahora, que básicamente todo el cuerpo de ella estaba en contacto contra el suyo. A eso se le sumaba la calidez que le otorgaba en el medio de aquella noche otoñal, la cual le envió una sensación extraña directamente al estómago.
Simón rió ante su respuesta, como si ella lo dijera en broma.
—Deberías ponerte hielo antes de que se ponga peor— agregó cambiando de tema repentinamente— recomendaría ir al médico, un esguince mal tratado podría causarte daños permanentes. Por evitar ir al médico me ha quedado un dolor permanente en la muñeca izquierda que no sé si algún día va a curarse, no recomendaría que eso te sucediera en el tobillo.
—¿Te caíste?— preguntó Bianca. Nunca había notado que Simón pudiera tener algún tipo de dolor en el cuerpo. El chico era el mejor en los deportes escolares y ahora mismo la estaba cargando como si no pesara más que una pluma. Aunque cuando se trataba de peso, ella sabía que probablemente pesaba menos que cualquier otra persona que hubiera cargado antes.
—Algo así— contestó el chico luego de una pausa que se prolongó por un tiempo sospechosamente largo.
Ya era entrada la noche cuando finalmente llegaron a sus casas.
—Supongo que debería darte las gracias por traerme hasta aquí— murmuró Bianca tímidamente, pero pronto comprobó que Simón no la estaba escuchando. Se encontraba mirando fijamente al auto aparcado en la puerta de su casa.— ¿Qué sucede?
Simón la miró, distraído. Su mente parecía estar en un sitio completamente distinto.
—¿Dijiste algo?
—Si entras por la ventana, tu papá no notará que no estabas en tu casa— dijo Bianca y el muchacho abrió mucho los ojos. Así que eso pasaba.— ¿Crees que uso las ventanas porque me gusta complicarme la vida? Para ser el chico rebelde del curso, todavía tienes mucho que aprender.
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Los últimos días de juventud
RomanceSi de ellos dependiera, Bianca, Simon y Vanesa nunca hubieran intercambiado una palabra entre ellos en toda su vida. Pero cuando su profesora de Arte los obliga a hacer un proyecto grupal que podría definir su calificación final, no les queda otra o...