"NO ERES LA ÚNICA"

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El sudor corría por mi frente, una que otra gota se colaba en mis ojos y estos ardían, pero trataba de ignorar la reacción. Estaba estresada. Solo quería quitar todo lo que yo sentía, estaba enojada, desesperada, no sabía que acción tomar. Las consultas con la psicóloga hacen que me confunda aún más, la verdad es que ya no sé qué hacer, el drama de este caso me está volviendo loca y lo único que quiero hacer es relajarme y huir. Por suerte, Leo no ha venido a correr desde que le revele mi edad, ha desaparecido, lo cual me está gustando mucho, ya que no lo tengo como mosca a un postre y me puedo relajar sin que él me esté acechando con sus preguntas y sus insinuaciones sobre su hermano. Sobre Rubén.

Era una semana plena, mucha gente me dejo de molestar y de hostigar. Leo, Charlotte, mi madre y Abel. Me han dado unas vacaciones, pero mi mente aún sigue siendo mi verdugo ante mi presente, lo cual le tenía mucho miedo. Estoy asustada ya que el pasado de Rubén está a la vuelta de la esquina y lo único que querría saber es otra cosa acerca de él, su verdadera edad me tenía asustada, no me imaginaba si me enteraba la verdad compleja. Aun así, siento cosas por él, sigo sintiendo amor, me sigue encantando como el primer día que lo vi. Yo tenía vértigo y él era mi montaña rusa. Algo raro, pero es cierto. Hay momentos en los que recuerdo cuando me hacía reír, llorar, enamorarme o enojarme. No lo niego, esto me pasa por tonta. Por ser tan enamoradiza, pero el amor es un juego y a mí me encanta jugar. Aunque, me siento una tonta por amar al dolor.

Después, del duro "ejercicio" de hoy. Me dirijo a mi casa, con una sonrisa fingida para mi hermosa mamá, que con sus esfuerzos intenta hacerme feliz, aunque ella se esté cayendo a pedazos por el divorcio provocado por mí, lo único que quiero para ella, es que me mire sin intentar de llorar.

— Hola. – Decía ella con una sonrisa fingida, aun mas falsa que la mía. Acomodaba la mesa para poder desayunar, me acerqué y le di un beso en su mejilla.

— Hola. – respondí a su saludo. - ¿Qué vamos a desayunar?

— Fruta con cereales y miel. – me respondió a mi pregunta. - ¿Cómo amaneciste?

— Bien. – Volví a responder mientras me sentaba en la mesa, ella fue un momento a la cocina y volvió con la comida entre las manos, depositó mi platillo enfrente mío. - ¿Me podrás recoger el día de hoy? – Me miró confusa.

— Pensé que ya no querías que te recogiera. – Me respondió. – Además, hoy tengo mucho trabajo en la oficina. – Miré hacia abajo un poco triste. — No te pongas así. – La volví a mirar. - ¿Tú amigo no puede recogerte? – Recordé el motivo por el cual ya no hablo con Abel, en el acto yo negué con la cabeza. – Que pena.

— Sí. – Dije tratando de que ella se compadeciera conmigo.

— Creo que vendrás en bus.

**

Salí de clase. Los chicos de mi edad salían de la institución como relámpago, mi mente divaga entre mis pensamientos que no encontraban refugio alguno. Recordaba las imágenes que estallaban en mi cabeza, como el beso entre Abel y Charlotte, mis madres peleando, mi niñez, el rostro perfecto de Rubén. Era triste recordar que me estaba haciendo adicta a algo tan tóxico como mis pensamientos, saber que no podía dejar de pensar en ello me ponía mal, pero no lo podía negar, sin ellos estoy perdida.

Caminó hacia la estación de bus, tenía las manos puestas en mi chaleco, el viento movía mi cabello castaño, me siento en la banca de aquel lugar y saco mis audífonos de mi mochila para poder distraerme hasta que veo un coche que se estaciona frente mío, lo cual me entra una duda. Era un jeep, negro, con los vidrios polarizados. De pronto, uno de esos baja lentamente y puedo ver el rostro tan parecido a Rubén y poco a poco lo puedo reconocer.

— Hola – me saluda – ¿Cómo estás? – me levanto y camino hacia el coche.

— ¿Qué haces aquí, Leo? – me sonríe, pero trato de parecer fuerte.

— Quiero invitarte a comer. – fruncí mi ceño, mire a ambos lados para que nadie me viese – no, no vendo droga – bromeó - ¡anda! No te voy a hacer nada.

— No me fío de ti – dije sin rodeos, su sonrisa desapareció – dime lo que quieres, aquí y ahora.

— Deja estacionarme. – decía serio, asentí. Encendió el coche y rodeó la calle, perseguí el coche con asperezas. Veo que baja de aquel coche y se acerca a mí, vestía con su uniforme de doctor, todo blanco con una bata.

— Ve al grano – dije fuerte como una piedra – no pierdas tu tiempo, por favor.

— ¿Qué pasó esa noche? – levante las cejas.

— Fui a la fiesta, estaba en el bar cuando el se me acerco, empezamos a hablar y luego me dijo que quería dar una vuelta por el bosque, caminamos alrededor de 3 horas por allí, me llevo a su cabaña y... paso lo que tenía que pasar. A la mañana siguiente, me levante temprano para regresar a casa.

— No te dijo nada más – negué con la cabeza – no lo viste triste.

— No – respondí – ¿otra cosa, oficial? – pregunté sarcástica. Dio una larga pausa, respiro por la nariz y lo saco por la boca.

— Mi hermano no era malo – sus ojos se empañaron – el siempre fue especial, un niño único, nunca fue malo. El... sí, tanto solo estuviese mas tiempo en casa hubiese hecho lo posible. A veces me pongo a pensar que estuvo pasando en la cabeza de mi hermano, tal vez sintió que esta no era su vida y decidió quitársela.

— No se la quitó, se la quitaron – corregí – alguien lo mató. – el se me quedo viendo.

— ¿Ahora, Diana? ¿quieres hacer esto ahora?

— ¿Qué?

— Pensar tus tontas hipótesis, el se mató, se suicidó.

— ¡No! – el tomo su cabeza con sus manos – el no lo hizo. Ve las inconsistencias del caso, su cuerpo no le pudo haber permitido hacer eso. Él tenía una discapacidad.

— Yo lo sé. Sé que tenía una discapacidad y cómo se la causo, ¡diablos Diana! Soy su hermano, estuve con el siempre.

— No parece. – me miró con furia, pero trate de mirarlo de la misma manera.

— Diana – me llamó – soy su hermano mayor, lo vi nacer, crecer y morir. Y no voy a permitir que una zorra de una noche cambié los años que estuve a su lado. – Mis ojos se empañaron al escuchar el insulto.

— Tal vez tengas razón, que soy la zorra de una noche. Pero fui la última persona que lo vio con vida, por lo tanto, tengo más derechos que tú. – también le hice daño, pero no voy a dejarme dañar. Tomo un tiempo para pensar en su respuesta.

— No eres la única que sufre Diana – me dijo eso y caminó hacia su coche para poder irse.

— ¡Sí no hacemos nada, nadie lo hará! – el siguió su camino.

RUBÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora