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La piscina está completamente transformada desde ayer. Brillantes luces fluorescentes iluminan el agua, y la habitación está llena de ruido.

Las altas filas de gradas en ambos lados de la piscina están casi llenas, estudiantes usando nuestros colores-plateado y azul-y la escuela contraria, los cuales son aparentemente rojos y amarillos.

El marcador de la lista parpadea con nombres y tiempos. Aparentemente nos perdimos a los primeros nadadores, pero Bernasconi está aún abajo en la lista. Y después lo veo.

Nuestro equipo está en un grupo en la parte lejana al final de la habitación, apretados juntos en las bancas aun lado de la piscina, con sus mochilas y botellas de Gatorade en una pila de toallas. Están riendo y empujándose unos a otros. Agustín está alejado por su cuenta, parado con su espalda contra la pared y sus brazos cruzados. Se ve como si se las arreglara para apagar todo el sonido, y está mirando atentamente a la piscina.

No puedo creer que vaya a nadar después de lo que paso anoche. Quiero caminar hacia ahí y arrástralo fuera, pero eso sería un poco sospechoso, especialmente en frente de Jorge, quien pregunto dónde me quería sentar.

De mala gana, encuentro un asiento vacío en las primeras líneas en las gradas. Miramos unas cuantas rondas, Jorge moviéndose con aburrimiento. Ni uno de los otros nadadores son tan buenos como Agustín, y creo que Agus lo sabe. Tiene un indicio de sonrisa. No puedo mirarlo demasiado o Jorge lo notará, pero mis ojos siguen encontrándolo.

Está por su cuenta, pero no luce aislado. Luce como que está en control. A lo mejor estaba equivocada sobre él estando solo. Cuando su nombre es llamado, me inclino hacia adelante involuntariamente. Él no tiene ningún rastro de cojera mientras se acerca al trampolín, sus hombros erguidos y la sonrisa perversa siguen ahí. Por primera vez, un silencio cae sobre toda la habitación.

Los nadadores que se alinean en los otros carriles se ven intimidados.

—Vietto, Lozano, Ferro y Bernasconi-anuncia el locutor.—Bernasconi se agacha en el trampolín, doblado como un resorte. Sus ojos entrecerrados. Él parece un tigre con un propósito singular: atacar.

Me doy cuenta de que estoy aguantando la respiración. A mi lado, Jorge se reclina y rueda sus ojos. El locutor cuenta hacia atrás, y Agustín se sumerge, disparándose dentro del agua como una jabalina. En segundos está muy por delante de los otros nadadores. La primera vez que lo vi practicar; eso no fue nada. Él realmente está haciendo su mejor esfuerzo ahora. Es asombroso. Apenas puedo seguirlo, se mueve tan rápido. Todo lo que logro ver es un destello, aquí y allá, de un brazo tonificado.

Apenas tengo tiempo de preocuparme por su pierna antes de que la carrera, y él gana. Por mucho. El locutor no puede ocultar el asombro en su voz mientras lee los tiempos. Pero no hay ovaciones, solo unos inciertos aplausos.

El silencio aún está allí, y creo que así es como a Agustín le gusta. Su sonrisa perversa es aún más grande mientras sale del agua y camina hacia el vestuario, su cuerpo reluciente. Es ahora o nunca.

—Ya vuelvo. Baño—le digo a Jorge y me alejo antes de que él pueda decir algo. Dejo la habitación de la pileta. Fuera de las puertas dobles, el ruido se reduce a un sordo rumor.

Me deslizo por el lado del pasillo y... oh.

Es el vestuario de los chicos. Mis mejillas se ponen inmediatamente calientes, pero me digo a mí misma que es solo por un minuto y abro las puertas.

Hay toallas por todos lados, pero está vacío. Todos los miembros del equipo están afuera. ¿Dónde está él? Examino los casilleros medio abiertos, las baldosas del húmedo suelo. Entonces noto que hay vapor saliendo de detrás de una de las blancas cortinas de las duchas. Oigo el correr del agua.

Doy un par de pasos hacia ella y entonces me doy cuenta de que muy evidentemente no puedo interrumpirlo mientras se está duchando. Me giro para irme, pero hay un charco en frente de mí y mis pies resbalan.

Patino un par de pasos, giro violentamente para atraparme, pero ya estoy cayendo y agarro la cosa más cercana en frente a mí; una cortina blanca de una ducha.

Hay un sonido de rasgadura y un golpe, y de repente el mundo está ahogado en blanco. Entonces el blanco es retirado, y estoy pestañeando hacia un muy desnudo Agustín, el agua caliente y el vapor rodeándolo. Retrocedo, balbuceando algo que no tiene sentido, y no puedo evitar quedarme boquiabierta por unos segundos ante su estrecha cintura o sus anchos hombros, a cada centímetro definido de su piel.

Y su... guau. Él cierra el agua.

—Déjame saber cuánto tiempo vas a estar mirando. Tengo otras cosas que hacer.

Hago un incomprensible sonido estrangulado, trato de levantarme, me enredo en la cortina de la ducha, y caigo sobre mi cara de nuevo. Voy a morir de la vergüenza. Los científicos van a examinar mi cuerpo y dirán sí, definitivamente fue de vergüenza.

Se supone que estoy en la universidad, no en la secundaria. Tengo que moverme toda al mismo tiempo.

Suspira y agarra una toalla del estante de la ducha, anudándola alrededor de su cintura antes de arrodillarse en frente mío. Él desenvuelve la cortina de mis tobillos y en realidad toma mi mano, poniéndome sobre mis pies, lo que es bastante útil, porque no puedo recordar cómo funcionan mis piernas.

—Tienes por costumbre meterte en situaciones estúpidas, por lo que veo.
—Lo siento... yo... vine a devolverte tu sudadera—digo pobremente, sacándola de mi bolsa y la empujo hacia él.

Está empapado.

Él la agarra con el mismo destello de sorpresa que vi antes de decirlo que lo saqué del agua ayer. Tomo un par de profundos alientos, intentando atornillar mi cabeza de vuelta.

—¿Cómo está tu pierna? No me di cuenta de que planeabas nadar hoy también, especialmente después de anoche.—Él inclina su cabeza para sacudir el flequillo de sus ojos.

—Eres consciente de que este es el vestuario de hombres.

¿Cómo se las arregla para cambiarme de mi increíble humillación a furiosa en medio segundo?

—¡Sé que es el vestuario de hombres! Estaba vacío aparte de ti, así que...

—Así que decidiste que lo mejor era atacarme mientras estaba en la ducha.

—¡Tropecé!—protesto, completamente nerviosa— Yo solo... dejaste tu sudadera en la playa y pensé que la querías de vuelta. Y... quería asegurarme de que estabas bien.

Él levanta una ceja hacia mí como si no hubiera casi muerto anoche. Él camina alrededor mío, agarrando otra toalla y secando su cara y su cabello.

—Deja de molestarme.

Lucho por alguna forma de explicarme, para explicar el hecho de que casi caigo encima de él mientras él estaba... agh.

—Tú sabes, podrías ser un poco más agradable. No estoy diciendo que me debes algo, pero salvé tu vida. No me opongo a un agradecimiento.

Él desliza la toalla sobre su hombro y se mira al espejo, que está empañado.

Él murmura algo que no estoy totalmente segura de captar, pero que suena muy parecido como el infierno a:

"Ninguna persona cuerda te agradecería por salvar a alguien como yo".

¿Qué?

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:V

Torrencial |Aguslina|✔|Adaptada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora