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Una vez que estamos en la pista de esquí, una cosa rápidamente se convierte aparente, soy terrible esquiando.

Ando unos centímetros y caigo unos cuantos metros de distancia mientras Jorge, quien solo ha esquiado una o dos veces en la escuela secundaria, intenta instruirme. Mientras tanto, Agustín esquía perfectamente dando vueltas alrededor de nosotros hasta que Jorge, perdiendo su paciencia, hace una bola de nieve y la lanza a su cabeza.

Falla por como una milla, pero su salvaje tiro lo desbalancea. Estoy aferrada a su brazo desesperadamente, y ambos terminamos en un montón de nieve.

—No trates de tirar algo más. La próxima vez podrías caer contra la cabaña. —Agustin llega a un alto a un lado de nosotros, levantando sus esquíes y derramando nieve sobre nosotros.

Es un día nublado, pero una división en el cielo pone una luz resplandeciente del sol en mi cara así que tengo que taparla mientras él se inclina para levantarme.

Tomo su mano enguantada, dejándolo hacerlo.
—Déjame mostrarte cómo hacerlo —dice, guiñándome el ojo.

—Yo le puedo mostrar —se queja Jorge, batallando para levantarse, pero golpea un parche de nieve suelta y cae otra vez. Agustín me gira, gentilmente reposicionando mi cuerpo.

Su aliento es cálido y visible, una nube de humo, sobre mi hombro. Su pecho está presionado contra mi espalda mientras mueve mi hombro, mostrándome como sostener los bastones. 

—Deslízate, no camines. Es más como nadar verticalmente que otra cosa.

Toma mi mano. Deslizo mi mano enguantada en la suya, los latidos de mi corazón incrementando unos cuantos niveles. Se mueve lentamente lo suficiente para que mire, y gradualmente lo entiendo.

Hay un momento cuando casi me caigo, y me atrapa, dejándome tambalearme contra su pecho. Aun en la nieve, está tan bien balanceado que sé que nunca me dejaría caer al piso. Luego giro y veo a Jorge mirándonos, el viento levantando sus ondas rubias.

Hay algo como celos en sus ojos. El agarre de Agustín se aprieta por un segundo antes de que me suelte. Quiero que me sostenga por siempre.

Cuando estoy esquiando lo suficientemente bien que es menos probable que la brisa me haga caer, tomamos la pequeña subida de la más chica pista de esquí y esquiamos hacia abajo.

También no puedo evitar darme cuenta que Agustín está esquiando cerca de mí, y me doy cuenta que me está mirando, listo para atraparme otra vez si lo necesito.

A lo mejor Luisa está en lo correcto. A lo mejor si se preocupa. Esquiamos por la mayor parte del día. Se vuelve más divertido cuando me vuelvo mejor en ello.

Inclusive Jorge lo está logrando, enviando nieve al final de la colina para hacer un salto que al final termina de cara cuando trata de hacerlo. Eso hace reír a Agustín también, quien parece ser cálido ahora que está frío, platicando casualmente conmigo e inclusive dejando que Jorge bromee a sus expensas.

—No eres tan mal chico —declara finalmente Jorge, quitándose la nieve de su cabello y señalando a Agustín, cuyos ojos se ampliaron en un momento de sorpresa que lo hizo lucir casi lindo. Cuando el sol comienza a asentarse debajo del horizonte y el viento reaparece, tenemos que entrar por algo de comida.

En el refrigerador, encontramos unos cuantos platos envueltos en papel aluminio, una botella de vino, y otra nota de parte de Luisa.  

“¡No se olviden de mirar el porche lateral!”

Lo cual Jorge hace inmediatamente. Regresa gritando.

—¡Jacuzzi, perras!

Chasqueo mis dedos en decepción.

Torrencial |Aguslina|✔|Adaptada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora