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Leah estaba nuevamente en el estudio del artista, estaba sentada en el sofá leyendo la biografía del hombre que había tomado prestado de la librería donde trabajaba. La señora Feller siempre le permitía llevarse algún libro si le interesaba, y es que la mujer era fiel a su ideal de que la lectura debía fomentarse y formar parte de la vida.

—Oh, veo que ese libro te parece interesante. —la joven se sobresaltó al oír la voz del artista. Levantó su vista y vio aquellos increíbles orbes azules acompañadas de la espléndida sonrisa del mayor. —¿Puedo preguntar que te llamo la atención de él?

—Yo... Quería... Quería saber... Más sobre... Usted. —tartamudeo la joven algo avergonzada. Al hombre le parecía tan tierna, Leah era como una niña pequeña y frágil que él anhelaba proteger.

—No necesitas de esto entonces, musa. —el hombre tuvo el atrevimiento de sacarle el libro y le extendió la mano para que la chica se levantara. Cuando la joven estuvo de pie el artista la tomó de su cintura apegándola a su cuerpo. —Puedes conocerme de otra manera si eso deseas. —Leah jadeo en respuesta, el calor que el hombre emanaba y su aroma varonil parecían embriagar sus fosas nasales. Y es que su perfume era exquisito. —Vamos.

Leah se separó levemente de su agarre y el hombre tomó su mano para guiarla a su estudio. Cuando estuvieron dentro de la habitación, dejó el libro sobre una pequeña mesa y se colocó detrás de la joven.

— ¿Me permites? —indicó tomando el saco de Leah y ella asintió agradeciendo por lo bajo cuando esté estuvo lejos de su cuerpo. —Bien, necesito que te quites la blusa. —Leah trago saliva ante sus palabras. —Si deseas puedo hacerlo yo hermosa. —aquellas palabras roncas resonaron en sus oídos haciéndola cerrar sus ojos y jadear.

Asintió levemente y el hombre sonrió tan complacido, tendría el honor de desvestir a su musa con sus propias manos nuevamente.
Las grandes manos del artista tomaron los bordes de su blusa y comenzaron a levantarla con lentitud, deleitando su vista con cada centímetro de piel que se iba dejando ver.

—Levanta los brazos amor... —Una corriente recorrió el cuerpo de Leah al oír aquellas palabras, la había llamado amor.

La joven obedeció y el hombre terminó de quitarle la blusa para dejarla sobre el libro junto a su saco en la mesa.

—Bien hermosa, siéntate en esa butaca por favor. —La joven abrió sus ojos y camino hasta el lugar indicado.

Estaba nerviosa por no llevar la prenda de arriba que cubriera sus imperfecciones, pero sabía que debía tener confianza, y es que él ya había visto su cuerpo al descubierto y no la había juzgado. O al menos no en voz alta.

Por su parte, el artista tomó asiento frente a su caballete y tomó las herramientas necesarias. Miró a su musa y sonrió, era tan hermosa y delicada como la rosa más bella de todas. Con sus mejillas sonrojada y sus labios carnosos, sus pestañas largas y curvadas levemente hacia arriba, todo aquel hermoso rostro acompañado de ese cabello castaño que caía como una cascada sobre los hombros de su la joven.

Oh, el hombre se sentía tan completo por poder deleitar su vista a cada segundo con aquella obra de arte.

—Mira hacia el costado amor. —la joven obedeció y miró a un lado. Le era tan extraño que la llamase de aquella manera, pero no podía negar que una corriente de gusto la recorría de pies a cabeza cada vez que lo oía llamarla así. —Bien hermosa, cuéntame de ti, no necesito que seas una estatua. Quiero que te sientas libre de poder hablar.

—¿Qué...? ¿Qué desea saber de mí? —Habló algo nerviosa.

—Te conocí en la universidad, ¿Estudias fotografía o literatura? —El hombre estaba tan tranquilo mientras comenzaba su trabajo sobre el lienzo.

—Estudio literatura, me gustaría mucho algún día poder llegar a publicar un libro que deje un mensaje e impacte sobre los demás. Sería muy lindo ser reconocida por ello.

—Estoy seguro, bella dama, que debes ser increíble con las palabras. —La joven se sonrojo levemente y susurro un pequeño "gracias" por lo bajo. —Y dime ¿Eres de aquí?

—No, yo vengo de Doncaster. Me mude aquí por la universidad, vivo en un pequeño piso sola.

—Oh, interesante. —El hombre miró a la joven unos segundos y sonrió al notarla más calmada. —Yo soy de Irlanda, vine aquí por inspiración y ciertos trabajos también. —Volvió su vista al lienzo. —Bien musa, cuéntame sobre tu familia.

—Mi madre aún vive en Doncaster con su novio, mi padre falleció cuando yo era pequeña. También tengo una hermana, Kendra Jones, es modelo. —Leah intento sonar lo mejor posible al hablar de su familia, y es que le era difícil hablar de aquel ámbito que la había llevado al pozo donde se encontraba.

—Oh, creo que la conozco, la he visto en algunas pasarelas por París. Suelo ir a desfiles por inspiración. —A Leah le sorprendió tanto que el hombre no haya elegido a su hermana para algún cuadro, y es que Kendra era muy hermosa, muchísimo más atractiva que ella. No pudo evitar sentir aquella duda. —Tu hermana es muy hermosa también, pero si te lo preguntas, no, no creo que ella sea la indicada para ser mi musa. —La joven abrió sus ojos de par en par. —Sé que he elegido a la musa correcta.

El hombre se oía tan tranquilo mientras movía sus manos con lentas pinceladas. Leah estaba tan sorprendida y a la vez asustada, nunca nadie en su vida había dicho que ella era mejor que Kendra. La joven comenzaba a pensar que el hombre en verdad estaba ciego o que tal vez aquella situación era una maldita broma de cámara oculta, porque no creía capaz a nadie de verla más bonita que su hermana.

— ¿Por qué cree eso? —Preguntó sin dudar. —¿Por qué yo? —El hombre suspiró y dejó los pinceles sobre la mesa.

Se levantó con cuidado y se acercó a su musa hasta quedar cara a cara. La tomó del mentón y la hizo mirarlo a sus ojos, brillaban tanto como dos diamantes recién pulidos.

—¿Por qué habría de haberme equivocado? ¿Acaso no crees que eres bonita?

—Solo míreme...—hablo en un hilo de voz, la joven se sentía tan pequeña bajo la mirada del artista.

—Y lo hago, vaya que lo hago. —el hombre la tomó de sus mejillas con ambas manos y acaricio su suave piel. —Eres tan hermosa, la musa ideal pequeña, y sé que tú eres la indicada porque así lo dice la voz más fuerte que existe en mi cuerpo... —acercó su rostro al de la menor y ella no pudo evitar cerrar sus ojos. —La voz de mi corazón.

Leah trago saliva al oír aquellas palabras, no pudo reaccionar, el hombre no le dio tiempo a decir algo porque sus labios ya estaban unidos. Ella no podía dar crédito a lo que estaba viviendo, la estaba besando, jamás la habían besado, y es que la joven jamás había conocido lo que es el amor.

El artista se sintió tan feliz cuando las manos de la menor fueron a su pecho y comenzaron a subir, pasando por sus hombros para llegar y tomarlo de su nuca con delicadeza. Él no quería despegar sus labios de los de su musa y ella tampoco tenía intenciones de hacerlo.

Poco a poco el aire les hizo falta y debieron separar aquel cálido beso, aquella pequeña danza de labios que, sin duda, les había encantado. Los ojos de la menor lo inspeccionaban esperando alguna burla, alguna palabra, algo que arruinará el momento y la hiriera, pero por el contrario solo recibió la sonrisa complacida del mayor.

—Creo que podríamos dejar la sesión hasta aquí. —Habló tranquilo. —¿Te gustaría acompañarme a cenar? —La joven asintió levemente y el hombre sonrió aún más.

Y es que él no necesitaba nada más que la compañía de su musa para ser feliz de verdad...

Beautiful Muse © |njh|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora