♡ 10 ♡

5.2K 330 10
                                    

La brisa sopló con suavidad haciendo que el cabello de la joven se moviera a un lado, eso no pareció molestarle, pues Leah se encontraba sentada contra el paredón que rodeaba al campus a la entrada de su universidad, con su cuadernillo de ideas reposado entre sus piernas, el cual estaba llenando con la gran inspiración que la había golpeado.

La joven suspiró ante sus recuerdos y atrapó su labio inferior entre sus dientes, dejando que su mano escribiese con libertad, sin dejar que su mente se interpusiese con ataques, simplemente estaba escribiendo con su corazón.

La mente de la menor estaba siendo atacada, sí, pero no por aquellos pensamientos que la torturaban día a día, no. Estaba siendo atacada por aquellos diamantes azules que brillaban cada vez que la observaban, por aquella sonrisa que podía hacer feliz a cualquiera, por aquel artista que había entrado a su vida y el cual, no quería que se fuera nunca.

Terminó su escrito y sonrió, estaba convencida, pero sabía que nadie nunca lo leería, porque aquellas palabras eran algo íntimo, algo único, algo que solo ella recordaría y entendería.

Una rosa se interpuso entre las hojas y ella sonrió, levantó su vista y suspiro con alegría al ver la suave sonrisa del hombre frente a ella.

—Creí que esta rosa merecía estar en manos de una diosa, su belleza es increíble, pero no creo que podrá opacar la tuya ni, aunque llevase tu rostro en ella. —la joven río levemente y la tomó con cuidado de no pincharse, cerró su cuaderno y observo la mano del mayor para luego tomarla y levantarse con su ayuda.

—Me encanta, es hermosa, muchas gracias. —Habló con suavidad observando al mayor, este sonrió y chasqueo la lengua.

—Te vi muy concentrada, supuse que estabas escribiendo arte. —La joven sonrió y bajo su mirada.

—Solo escribía lo que... Salía de mi corazón. —susurro sintiendo como sus mejillas tomaban color.

— ¿Podría ver ese arte? —La joven mordió su labio y asintió levemente, el hombre tomó con cuidado el libro y lo abrió. La menor no sabía si estaba haciendo lo correcto al dejar que el leyera sus pensamientos.

—Es algo... Vergonzoso y... Vago, no... No está terminado y no creo que sea...

"¿Cómo lo explico?" —interrumpió el mayor, comenzando a leer en voz lo suficiente alta para que solo ellos lo escucharan. — " ¿Cómo explico lo que sentí cuando tu mirada se posó sobre mí? ¿Cómo explico lo que sentí cuando tus ojos invadieron mi alma? Cuando tus manos abrazaron mi piel, quemando todos mis miedos, toda mi inseguridad. ¿Cómo explicó el sentimiento que me invadía con cada palabra que susurrabas aquella noche, entre cada beso, entre cada marca que dejabas sobre mí?
Nunca olvidaré esa sensación de sentir tu piel junto a la mía. Maldición, me jodiste. Lo hiciste a la perfección. No solo fue cuando tu cuerpo se unió al mío, lo hiciste cuando tus labios bailaron con los míos. Me jodiste tan bien con cada palabra que resonaba en mis oídos, haciéndome creer que en verdad estaba en el cielo. Lo hiciste cuando tus ojos vieron mi alma y la acogieron con tanta dulzura. Te culpo a ti, porque me volviste adicta a tus jodidas.
Si debo pedir un cielo, quiero que sea entre tus brazos, sintiendo tu piel, tan expuesta como la mía, en aquella cama, donde tú cuerpo se volvió mi hogar...

El hombre bajo lentamente el cuaderno y lo cerró con delicadeza mientras observaba a su musa, la mirada de la mejor estaba en el suelo, con sus mejillas enrojecidas de vergüenza y su labio inferior atrapado entre sus dientes.

Sin duda alguna el hombre se acercó aún más a su cuerpo, haciendo que la joven levantara su vista sonrojada y avergonzada por su escrito. No le dio permiso a decir nada ni tampoco poder actuar, porque había aplastado sus labios a la llamativa boca de su musa. La menor no tardó mucho en responder, pues ¿Quién era ella para negarse el privilegio de sentir los labios de tal hombre?

Con lentitud, las manos de Leah viajaron a la chaqueta del mayor, sujetándose de su pecho, intentando no desmayarse por aquel beso que le robaba el aliente, aquel beso que parecía hecho para hacerla desvanecerse de la realidad. Por otro lado, el artista tenía sus manos en la cintura de su musa, disfrutando de su cálida boca, sintiendo como su musa le daba libre acceso a inspeccionar su pequeña cavidad vocal con su lengua, deshaciéndose en sus labios, volviendo aquel beso, aún más profundo e intenso.

Cuando la falta de aire se hizo notar ambos se separaron, juntando sus frentes una con la otra, buscando el aire necesario y sintiendo sus respiraciones agitadas.

—Vamos al estudio musa, tenemos arte que hacer... —La joven lo observo a los ojos con debilidad, pues el mayor no dejaba de tentarla, rosando sus labios una y otra vez, y levemente asintió.

~*~*~

Ambos llegaron al estudio a toda prisa cuando la recepcionista los detuvo.

—Señor Horan... Tiene visitas.

—No hay prisa para el arte. —El artista se detuvo ante aquella dulce voz y sonrió dándose la vuelta, observando a la dueña de aquellas palabras. — ¿Oh sí?

—Oh, Marine... —El hombre se acercó a la joven morena, no más de 20 años, delgada, que vestía un ajustado vestido color carne y que hacía resaltar a la perfección sus ojos miel. — Que gusto volver a verte. —Abrazó por la cintura a la mujer causando que algo se revolviera en el interior de Leah quien era testigo de aquel reencuentro.

La joven se encontraba a un lado del escritorio de la recepcionista, observando a la mujer que se le hacía tan familiar, sin contar que su cuerpo desató su control mental y comenzó a ser nuevamente atacada por su inseguridad. Pero claramente, la joven no culpaba a la mujer, no, no era su culpa ser perfecta.

—Ha pasado tiempo. —El artista asintió sonriendo.

—Lo sé, Marine, quisiera presentarte a Leah. —el hombre abrió paso a la vista de la morena. —Ella es mi nueva musa. Leah, ella es Marine Montier, la inspiración de Sweet Body, una de mis primeras colecciones. —Habló con alegría el artista, la joven se acercó con una sonrisa nerviosa.

—Es un placer. —susurro con vergüenza.

—El placer es todo mío. Veo que no pierde el tiempo, señor Horan. —La mujer volvió su vista al artista. —Solo pasaba por aquí para recordar mis días en este lugar, además, estoy al tanto de tu futura nueva colección. Estoy ansiosa por ver el arte con el que nos vas a deleitar, estoy segura que será una gran colección, casi y tan buena como la nuestra. —Leah trago saliva al oír esas palabras. ¿Cómo una colección basada en ella podría superar a un arte creado a base de una mujer perfecta? Era imposible. ¿Cómo podía aquel artista tener fe de que crearía arte basándose en ella?

Leah no era como Marine, no se parecía en nada, ni a ella ni a ninguna de sus antiguas musas, y eso la aterraba, porque no quería ser ella la causante de una mala fama al artista, sabía que, si eso sucedía, no se lo podría perdonar nunca.

Sin darse cuenta del tiempo que había pasado, el artista y la morena se estaban despidiendo.

—Adiós Niall, Adiós Leah.

—Adiós... —Susurró la menor. La mujer se colocó sus lentes de sol y se retiró del lugar. El artista volvió su atención a su musa y sonrió.

—Subamos, tenemos trabajo que hacer. —Habló apoyando su mano en la espalda de la menor, ella trago saliva y asintió nerviosa.

Tenían todo un día por delante.   

Beautiful Muse © |njh|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora