Capítulo 14.

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Allyson contó el dinero amontonado en el pequeño maletín metálico que Rob sostenía para que lo examinara.

—¿Es que no confía en mí después de tanto tiempo? —preguntó Christos, que estaba a su izquierda.

—No creo mucho en esa vieja expresión del "honor entre ladrones", señor Cabello.

—¿Ladrones? No somos ladrones, señorita Brooke. Simplemente estamos eludiendo a un cártel autorizado legalmente y a unos cuantos gobiernos codiciosos. Yo no pienso que esto sea latrocinio. Todo lo contrario, en realidad, creo que estamos devolviéndoles la pelota a una banda de ladrones organizada a nivel nacional.

—Todo un Robin Hood.

—Algo así. —Sonrió, abrió una bolsita de terciopelo y echó en ella los diamantes—. Esto es suyo, creo —dijo, ofreciendo el juguete para contrabando de Allyson. Ésta asintió, cogió el artilugio y se lo metió en el bolsillo del abrigo.

—Está todo —dijo, volviéndose al segundo oficial. Éste asintió y le pasó una bolsa de plástico. Rob echó el contenido del maletín en ella mientras Allyson la sujetaba.

—Es agradable hacer negocios con ustedes. Hasta la próxima. —Sonrió a Christos, quien le devolvió la sonrisa, inclinándose ligeramente. Un fuerte estallido reverberó por el edificio al tiempo que el cristal de las ventanillas de los dos coches salía disparado hacia fuera, cubriéndolos de fragmentos irregulares.

Lauren se deslizó por una fila de cajas vacías, sin apartar los ojos del grupo del medio. Quitó el seguro con el pulgar mientras se colocaba en posición para el disparo que quería. Poniéndose en pie, apuntó y disparó. La bala única entró por la ventanilla del costado trasero del coche más cercano, salió por la ventanilla delantera del pasajero y atravesó el parabrisas del otro coche. La fuerza fulminante de la bala destrozó todas las ventanillas, haciéndolas explotar hacia fuera. La bala siguió avanzando y se estrelló contra una pila de cajas abandonadas, haciéndolas pedazos al entrar en contacto y cubriendo de astillas de madera a las personas que intentaban agacharse y taparse. Durante unos segundos nadie se movió, pues todos estaban demasiado aturdidos para hacer nada.

Uno de los gorilas, un hombre alto de pelo rubio rapado, fue el primero en recuperarse. Se levantó sacando la pistola y miró a su alrededor frenético tratando de descubrir de dónde había salido el disparo. Los ecos del almacén vacío habían disfrazado con eficacia el punto de origen del ruido.

—Me impresionas —gritó Lauren, apuntando con la escopeta al hombre levantado—. Ahora baja la pistola. He matado un par de coches y no tengo problemas en añadir un idiota a la lista. Lo mismo va por cualquiera de los que estáis tirados ahí en el suelo.

El hombre vaciló, tratando de decidir si sería capaz de volverse con la pistola lo bastante rápido antes de que la mujer de la gran escopeta le hiciera un agujero en el costado del tamaño de un balón de fútbol.

—No merece la pena, rubito, deja la pistola en el suelo y dale una patada para mandarla hasta aquí —le dijo Lauren. Él siguió sin moverse, al parecer petrificado en el sitio, pero sin soltar la pistola.

—No habla inglés, señorita Jauregui —gritó Christos muy preocupado, con los brazos por encima de la cabeza y agachado en el suelo con todos los demás.

Lauren volvió a intentarlo, primero en francés, luego en griego y por último en italiano. Él siguió sin moverse.

—¿Qué demonios habla? —exigió.

—Alemán, habla alemán —chilló Christos, con la frente bañada en sudor.

—Bien. Vale, grandullón, pon despacio la pistola en el suelo y dale una patada hasta aquí. Si eres bueno, me pensaré si sólo te pongo una multa, ¿qué te parece? —dijo en alemán. El hombre frunció el ceño y se agachó despacio para colocar la pistola en el suelo. Se levantó y le dio una patada hasta dejarla a media distancia entre los dos.

LA COBARDE (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora