Capítulo 16.

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—Oh, Dios, estoy muerta y enterrada —gimió Lauren. Levantó atontada una mano para frotarse la cara, pero se encontró con una resistencia blanda pero impenetrable.

Intentó levantar la cabeza, pero estaba sujeta con firmeza bajo un peso constante. Por fin la maquinaria de un cerebro profundamente confuso consiguió ponerse en marcha. Tenía la cabeza tapada por una almohada de plumas, encima de la cual yacía un alma gemela dormida.

Volvió a gemir. Le dolía todo el cuerpo como si hubiera recorrido una temible pista de entrenamiento... dos veces. No, no era así, eso lo había hecho muchas veces y nunca le había dolido de esta forma. Las brumas se aclararon un poco más. Ah, sí... anoche, pensó. En su cara se dibujo una sonrisa salvaje. ¡Ooh, anoche! ¡Caray! ¿Quién iba a saberlo?

Empleando su considerable aunque algo gastada fuerza, Lauren se incorporó, haciendo rodar a Camila, que dormía, boca arriba en medio de la cama, donde siguió profundamente dormida, roncando suavemente.

—Parece que yo también te he dejado agotada, ¿eh? —Sonrió. Venga, Jauregui, no te pongas tan chula. Cualquiera diría que acabas de hacer el gran descubrimiento de las mujeres y has plantado una bandera o algo. Salió rodando de la cama y cayó al suelo a cuatro patas. Maldita sea, ¿qué me has hecho, brujilla insaciable?, maldijo. Ponerse de pie no parecía posible en estos momentos, de modo que recorrió a gatas el suelo del dormitorio hasta el cuarto de baño. Apoyándose en la bañera, consiguió izarse hasta sentarse en el retrete. El cubículo de la ducha nunca le había parecido tan lejano.
Apoyó la cara en el borde fresco del lavabo—. Dios, si siempre es así, ¿cómo consigue hacer algo la gente?

—No siempre es tan... explosivo, ni tan prolongado, si vamos a eso. Me parece que seis horas seguidas para ser tu primera vez está más que bien —dijo una voz ronca desde la puerta. Una cabeza castaña y despeinada estaba apoyada en el marco de la puerta y unos ojos verdes ligeramente inyectados en sangre la miraban con los párpados caídos—. Supongo que treinta años de acción volcánica reprimida tenían que estallar en algún momento, ¿eh? —dijo Camila.

—Estoy débil como un gatito —gimoteó Lauren, que seguía apoyada en el lavabo.

—Sí, ha habido unos cuantos terremotos, ya lo creo.

—Estarás orgullosa.

Camila sonrió como un gato que hubiera encontrado las llaves del armario de la crema.

—Oh, sí, Jauregui, oh, sí.

—¿Me vas a ayudar a meterme en la ducha o te vas a quedar ahí pavoneándote?

—Vale, venga, Tigre, vamos a limpiarte y a recargarte la batería.

—No lo iremos a hacer todo otra vez tan pronto, ¿verdad? —preguntó Lauren, con un ligero tono de pánico en su voz normalmente estoica.

—Tranquila, Jauregui, después de lo de anoche, creo que yo misma puedo tomarme libres los próximos treinta años.

—¿Tengo que esperar otros treinta años? —dijo Lauren, haciendo casi un puchero.

—Mmmm, mi Tigre ha descubierto un nuevo juguetito, qué cosa más mona.

—Por el amor de Dios, ten piedad, Cabello, cierra el pico y abre la ducha.

—A ver cómo me obligas, marimandona.

Lauren abrió un ojo, girándolo despacio para mirar a Camila. En su cara se formó una terrorífica sonrisa depredadora.

—Espera, espera, Jauregui —dijo Camila, saliendo despacio del cuarto de baño caminando hacia atrás. Lauren empezó a gruñir desde el fondo de la garganta. Camila chilló y se dio la vuelta para echar a correr, pero ya era tarde, una pantera súbitamente rejuvenecida se lanzó sobre ella por detrás, transformando el chillido en un alarido, seguido rápidamente de las risitas de dos personas.

LA COBARDE (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora