Calítulo 17.

3.7K 294 14
                                    


—Eres muy amable por llevarme, Judy. Creo que he tomado tres copas de más —farfulló Camila, con la cabeza apoyada en el reposacabezas de cuero del Mercedes y los ojos cerrados.

—No es nada, Camila —dijo Judy, frenando, y giró por una calle lateral y se detuvo junto a la acera.

—¿Por qué nos hemos parado? —preguntó Camila, abriendo los ojos y mirando desconcertada a su alrededor.

—Vamos a recoger a una amiga a la que le dije que la iba a llevar, no te preocupes. —Salió y echó el asiento hacia delante. Otra mujer entró en el coche y se colocó en el asiento trasero detrás de Camila. Judy volvió a entrar y arrancó el motor. El coche se apartó suavemente de la acera.

—Hola, Camila —dijo la mujer que iba detrás.

—Hola —masculló Camila. Frunció el ceño—. Oye, ¿yo no te conozco? —preguntó, volviéndose en el asiento para mirar por encima del hombro.

—Sí que nos hemos visto antes.

—¿Doctora?

—Vaya, así que no estás tan borracha, ¿eh, preciosa?

—¿Qué?

La mujer roció la cara de Camila con un espray. Camila se echó hacia atrás, cerrando los ojos con fuerza y llevándose automáticamente las manos a la cara.

—Yo no me frotaría, Camila, querida, se te pondrá peor.

—¿Qué me has hecho?

—Es una cosita que te desorienta, nada muy grave. Se te pasará dentro de unos minutos.

El coche se acercó a la acera y se detuvo de nuevo. Camila notó que dos pares de manos fuertes le agarraban los brazos, tiraban de ellos hasta colocarlos detrás del asiento y se los ataban.

—¿Qué está pasando, Judy? —jadeó Camila, con los ojos aún cerrados por el escozor.

—Vamos a hacer un viajecito y tú no vas a volver —replicó Judy.

Recorrió a Camila por delante con las manos, palpando debajo del cuello de su chaqueta.

—Ajá, ya sabía yo que Jauregui no te iba a perder de vista sin contar con algún tipo de refuerzo —dijo con tono de triunfo, mostrando un pequeño dispositivo negro.

—¿Qué es eso? —preguntó la mujer del asiento trasero.

—Un rastreador. A Jauregui le encantan sus juguetitos. —Tiró el dispositivo por la ventana. Judy volvió a poner el coche en marcha y arrancó de nuevo.

—Por favor, soltadme, os podéis quedar con el coche, no llevo mucho dinero encima, pero también os lo podéis quedar.

—¿Te crees que esto es un simple robo de coche?

Camila parpadeó, tratando de que le dejaran de llorar los ojos. Tiró de sus ataduras, pero no cedieron. Cuanto más tiraba, más parecían apretarse.

—¿Dónde me lleváis?

—He pensado que el río estaría bien. Un sitio agradable y tranquilo para despedirte del mundo.

—No tengo la menor intención de despedirme del mundo.

—Ah, pero lo vas a hacer, monada —dijo la médico desde el asiento trasero, acariciándole el pelo a Camila.

—¿Qué me vais a hacer? —preguntó Camila, intentando parecer más tranquila de lo que estaba.

—Hemos pensado que lo adecuado sería un final clásico. Ya estoy viendo los titulares, hija rebelde de un multimillonario hallada muerta en su coche, en la escena se encontró una nota de suicidio echándole la culpa a su novia por haberla abandonado. Se van a poner las botas.

LA COBARDE (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora