Capítulo III El E-mail

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Lo ceñía más a mi cuerpo con todas mis fuerzas.

- No te detengas -. Susurré.

- No lo hago, nena -. Me respondió entre gemidos reprimidos.

Lo sentía tan delicioso, que clavé mis uñas en su espalda mientras me provocaba otro orgasmo, apreté su miembro con mi vagina, me besó los labios con suavidad mientras su miembro iba bajando de tamaño, hasta que salió de mí. Nos separamos y yo me acomodé el vestido, entré al cubículo del baño para tomar un poco de papel higiénico y entonces se escuchó que abrían la puerta de entrada, cuando reparé ya estábamos, ambos, encerrados en el cubículo del baño.

Se escuchaba como algunas chicas conversaban en los lavabos; el Rubio y yo nos empezamos a sonreír, por primera vez su semblante había cambiado en toda la noche, estábamos siendo conscientes de la locura que acabábamos de vivir. Me rodeó con sus brazos, parecía que su cuerpo tenía imán y me pegué tanto que podía sentir su bulto nuevamente en mi sexo.

- Hueles muy bien -. Me susurró al oído.

- Y tú, también -. Le respondí.

- Quiero saber más de ti -. Volvió a susurrar.

Me quedé helada, de pronto caí en cuenta que yo venía de chica mala sólo por esta noche, que iba disfrazada de chica audaz y peligrosa, pero que en cuanto llegue a casa iba a tirar el disfraz para no volverlo a usar. Mientras intentaba pensar en una buena excusa, él me giró y quedé de espaldas a él; comenzó a besar la parte descubierta de mis hombros, siguiendo la forma natural hasta el cuello, mientras sus manos iban subiendo hacia mis pechos, sincronizando una suave mordida en mi oreja y sus manos apretando mis pechos.

- Tus pechos me vuelven loco -. Susurró.

Una de sus manos bajó y siguió la línea de mi vestido, descubriéndome la parte de atrás, siguió la forma de mis glúteos, sentí como iba entrando su miembro en mi vagina ¿Qué poder tiene sobre mí este chico? Más que una chica mala era un maniquí en sus brazos, una muñeca que hacía a su antojo. Mi mente iba despertando, aunque mi cuerpo iba acoplándose a las lentas embestidas del chico rubio, me contenía de gemir hasta que escuché la puerta abriendo y cerrando, dejándonos otra vez solos. Entonces, me empujó hacia una de las paredes del cubículo del baño y fue embistiéndome suavemente, con un ritmo tan delicioso que para contener mis gemidos llevé su mano en puño a mi boca y la mordí.

Ya no podía seguir retrasando mi orgasmo, retiré su mano de mi boca que rápidamente llevó hacia mi cabeza tomando y tirando de mi cabello.

- Hazlo más duro, más fuerte -. Dije entre gemidos.

- Sube más los brazos -. Me respondió.

Obedecí, me sujetó por las muñecas y comenzó a embestirme con fuerza. Yo no dejaba de gemir, intenté sacar uno de mis brazos sin éxito, eso me excitaba tanto que tuve un orgasmo tan fuerte que lo reprimí mordiendo su brazo. Con su mano libre comenzó a jugar con mi clítoris sin dejar de embestirme con fuerza; éste chico me estaba volviendo loca de tanto placer. De pronto sentí su peso sobre mí y como iba saliendo su miembro de mí; una sensación cálida y húmeda se extendía por mi glúteo izquierdo. No tarde en escuchar como tomaba papel higiénico y sin dejar de sujetarme ambas manos, limpió el rastro de semen en mi glúteo. Entonces pude soltarme.

- Gracias -. Dije mientras me bajaba el vestido. - ¿Dónde dejaste mi ropa interior? -. Pregunté

- No lo sé, creo que la dejé en el lavabo -. Respondió mientras se acomodaba la ropa.

- ¿Puedes salir un momento, por favor? -. Le solicité, amablemente.

No respondió, sólo se limitó a salir, en cuanto escuché la puerta de la entrada abrir sabía que aquello había acabado, sentía como un conjunto de emociones se mezclaban, mientras tomaba el papel higiénico me sentí sucia, como alguien sin valor que sólo puede ser tomada y desechada al instante, pero igual me sentía satisfecha de haber tomado lo que quería, lo que deseaba tanto.

Fui al lavabo y me lavé, busqué la tanga y no la encontré ¡Perfecto! Sin ropa interior, mi vestido roto por un costado de la pierna, me tiré al chico más guapo y deseado de la discoteca ¡El cumpleaños perfecto! ¿Por qué me sabe tan mal? ¿Era tan mala que ni mi nombre preguntó? Ya no digo que me pidiera el número de teléfono, pero vamos ¡Ni mi nombre! Aunque yo tampoco pregunté nada, sólo me dejé llevar y deshacer.

Traté de recomponerme y poner mi cara de chica mala, aunque mi dignidad quedaría aquí dentro. En el espejo, una chica pelirroja de cabello rizado con unos ojos grandes y grises me encaraba. Sostuve la mirada al espejo con la firmeza de salir de la discoteca sin mirar más al chico rubio y misterioso. Abrí la puerta intentando poner la mejor cara que podía, y ahí estaba él, afuera esperándome. No pude evitar sonreír, sentí un alivio.

- Vamos por un trago, seguro tienes sed -. Dijo cortando el hielo.

- Claro -. Respondí sintiéndome aliviada y con algo de inseguridad.

- Por cierto, soy José -. Me dijo mientras nos dirigíamos a la barra.

Pidió nuestras bebidas y sugirió que nos sentáramos, lo cual no podía permitirme, pues no llevaba ropa interior. Así que me negué cortésmente diciendo que debía buscar a mi amiga para irnos, y que agradecía la bebida.

- Pero no me has dicho tu nombre -. Replicó.

- Isela, mucho gusto, José -. Le respondí extendiendo mi mano por costumbre.

Me tomó la mano y sin soltarla, me dijo:

- Antes de irte, dame tu número.

- ¿Me llamarás? -. Respondí riendo.

- Claro ¿Sino para qué lo pido? -. Respondió con seriedad y su semblante impasible regresaba.

- Discúlpame, debo buscar a mi amiga.

Me retiré un paso, pensando que él quería a la chica mala y audaz que llegó a la discoteca, a esa atrevida que baila con desconocidos y termina en el baño teniendo sexo.

- ¿Te sentarás en el taxi, si no quisiste sentarte aquí? -. Me preguntó señalando el bolsillo de su pantalón.

¡Mi tanga! Pensé al mismo tiempo que mis ojos lo miraban exaltados y él permanecía con ese semblante de imperturbable.

- ¡Me mentiste! -. Reclamé.

- Quieres algo y yo también.

- Te daré mi mail, sólo eso -. Resolví rápidamente.

- Vale, te acompaño al baño.

Caminamos nuevamente hacia el baño, que por suerte permanecía solo. En la puerta le di mi e-mail y hasta que no sonó la notificación de un nuevo mensaje, no me devolvió mi tanga, la cual tomé con desgana de sus manos y él sonreía nuevamente como un niño haciendo una travesura pequeña de la que nadie se da cuenta. 

El pulso del impulsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora