Capítulo IV El remordimiento

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Entré al baño y me puse la tanga, sintiendo que todo estaba mal, pero al menos podría sentarme nuevamente, regresar casi entera a casa. Una desesperación por salir de la discoteca me embargó completamente; recordaba cuando unos minutos antes deseaba que el chico rubio y misterioso estuviera afuera esperando, pero ahora no quería verle, sólo quería irme a casa.

Salí del baño y él estaba ahí esperando afuera, creo que más por ser caballeroso que por otra cosa; tratando de salir de aquella situación un poco incómoda le dije que había disfrutado mucho, pero que ahora debía buscar a mi amiga para irnos de ahí. Al parecer, también se sentía algo incómodo pues no me respondió nada, sólo me miró, siguió mis pasos devuelta a la pista y se perdió.

¿Dónde está Alondra? Me pregunté mientras miraba para todos lados, revisé mi smartphone para llamarla, esperé por lo que me pareció una eternidad a que respondiera, mientras yo caminaba a la puerta de salida.

- Amiga, estoy afuera de la disco -. Me respondió.

- Perfecto, voy saliendo también -. Y colgué.

Afuera estaba mi amiga con cara de encantada despidiéndose del chico con el que había estado bailando. Se giró y me gritó:

- ¡Amiga! Creo que me he enamorado.

- Me alegro Alondra. Me puedes contar de camino a casa.

- ¿No te divertiste? Te dije que olvidaras al rubio -. Me dijo en tono de regaño. - ¿Qué pasó? -. Preguntó cambiando el tono al ver mi cara.

- No lo sé, es que ahí dentro no era yo.

- Tomemos un taxi y me cuentas en casa ¿Qué le pasó a tu vestido?

- Te cuento en casa.

Le conté todo con lujo de detalles en la sala de mi casa bebiendo té, y para mi sorpresa ella no parecía tan sorprendida como imaginaba que estaría, quizá yo siempre fui una chica mala y me había vestido de puritana todos estos años.

Después de contarle, guardó un breve silencio, tranquila y con aire sabiondo me dijo:

- Tomaste lo que querías, eso no me extraña, siempre has ido por lo que has querido, pero esta vez no es un empleo, no es un proyecto, ni nada parecido, es una persona. Lo mejor sería esperar si escribe o no y si escribe, ver hacia dónde te llevaría todo eso. Además, puedes escoger no responderle si al despertar decides que no vale la pena conocerlo.

- Tienes razón, iré a tomar una ducha y me voy a la cama ¿Necesitas algo más?

- No, todo está bien, descansa.

Una vez en la cama, cerré los ojos intentando poner la mente en blanco, pero rápido venían a mi toda esa excitación que sentí con José en la discoteca, su susurro dentro del cubículo del baño, su imagen esperando afuera, sus ojos azules y brillantes.

- ¿Qué haces aquí? -. Pregunté extrañada sin ninguna cortesía.

Me tomó de la cintura y me besó los labios con desesperación, por instinto di unos pasos hacia atrás sin separarme de sus labios. Sin saber cómo me encontraba en la cocina y me subió a la mesada que él había limpiado tirando todo al piso. Los vapores del guiso se podían oler, se bajó los pantalones y me penetró, sin decir una sola palabra, yo miraba sus ojos inexpresivos, lo rodé con piernas y brazos, dejándome embestir mirando de reojo la estufa. Sus labios recorrían mi cuello, mientras él desabotonaba mi blusa y yo su camisa.

Sentía que el clítoris me latía y unas ganas irrefrenables de hacer pipí, abrí los ojos y miré el techo de mi habitación. Rápido me levanté para ir al baño. De regreso miré la hora en mi despertador sobre la mesa de noche, eran las 5:05 de la mañana, no he dormido nada. Sentía las piernas pesadas, pero aún fui por un poco de agua a la cocina, miré la mesada y no pude evitar sonreírle.

De nuevo en mi cama, intentaba recordar la voz del chico rubio y misterioso, pero no pude. No puede ser que de todas las incógnitas que pudiera tener ahora como: de dónde viene, dónde vive, a qué se dedica, cuál es su apellido y algunas más banales como su color favorito o la música que escucha, de todas, las que más me intrigaba era su voz ¿Por qué no la recuerdo? Comencé a preguntarme si me escribiría o no, en realidad no me había arrepentido de lo que había hecho, pero quizá si lo hubiera conocido en otro lugar donde pudiera haber conversado más y conocer sus intereses, esto hubiera acabado de una manera diferente ¿Qué estoy pensando? Si no es mejor tener el corazón roto a tener el clítoris punzando por un desconocido que se llama José.

¡Debo ir a hacerme análisis! ¡Dios mío, si me arrepiento! ¡Apiádate de mí! Ya no pude dormir, apenas esperé a que dieran las ocho de la mañana para salir de casa e ir directo al laboratorio. ¡Dios, por favor! Pensaba mientras sacaban la muestra de sangre.

Saliendo, Alondra y yo fuimos a desayunar al aire libre, pero ella apenas si me dijo dos palabras, no paraba de recibir ni de enviar mensajes. 

El pulso del impulsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora