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Dos años pueden parecer mucho tiempo, pero en realidad pasan en un abrir y cerrar de ojos cuando estás con la persona correcta. Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que nos vimos. Su sonrisa iluminó mi mundo en ese instante, y desde entonces, mi vida ha estado llena de momentos felices que compartimos juntos.
Era un día tranquilo de primavera. La ciudad estaba envuelta en una brisa suave, con el sol brillando intensamente. Me encontraba en mi apartamento, esperando su llegada. Habíamos planeado una noche tranquila, una de esas en las que simplemente disfrutamos de la compañía del otro sin necesidad de grandes planes. La rutina era algo que ambos habíamos aprendido a apreciar, especialmente en medio de nuestras agitadas vidas.
Escuché el timbre de la puerta y mi corazón dio un pequeño salto, como siempre lo hacía cuando sabía que era él. Abrí la puerta y allí estaba, con esa sonrisa que nunca dejaba de hacerme sentir como la persona más afortunada del mundo.
—Hola —me saludó, inclinándose para besarme en la frente—. Te traje algo.
Me entregó una pequeña bolsa de papel, y al abrirla, encontré mi postre favorito. Sabía que lo había comprado en esa pequeña tienda en la que habíamos estado varias veces. Sonreí y lo invité a entrar.
