4. El idioma de la decepción

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15 de octubre, 2015

Xian

—¡Espera!

«No te cierres, no te cierres, no te cierres».

Corro y me lanzo dentro de la caja metálica antes de que las puertas se junten. Ella, que de forma inútil comenzó a oprimir los botones en cuanto me vio, acepta la derrota cuando nos quedamos a solas descendiendo por el edificio.

—Tú... —La señalo sin aliento por la sesión de deporte improvisado—. Me robaste el móvil, maldito... —Jesús, estoy en muy mala forma, necesito un tanque de oxígeno—. ¡Maldito gnomo delincuente!

Sus ojos cafés carecen de arrepentimiento. A pesar de que no logra aparentar ser más grande o intimidante adquiriendo otra postura, de todas formas pone los brazos en jarras, cuadra los hombros y alza la barbilla en una actitud desafiante.

—Ni gnomo, ni delincuente. Soy una mujer de estatura promedio que, a falta de alguien que la ayude a exponer a su novio el infiel, se ve obligada a optar por decisiones poco convenientes como tomar prestados teléfonos ajenos. —Mete la mano dentro de su cartera y saca el celular. Extiendo la palma, entrega al rehén y da media vuelta en la espera que las puertas se abran—. Y buenos días para ti también, Xian —añade irónica.

Oprimo el botón de emergencias y el elevador se detiene de golpe.

—¿Qué diablos hiciste con esto durante todo este tiempo? ¿Qué viste?

No pienso dejarla marchar sin antes recibir respuestas. En el móvil tengo prácticamente toda mi vida, tanto personal como laboral. Con un mensaje de texto a la persona equivocada o apretando botones al azar podría haberme metido en un lío.

—Podría haberte denunciado por robo.

—Revisé lo justo y necesario. No sé nada sobre las siete páginas para adultos que tienes en favoritos ni cómo avanzaste hasta el último capítulo de Stranger Things tan rápido. —Se encoge de hombros—. ¿Y por qué no hiciste esa denuncia si tanto te preocupaba que estuviera hurgando entre tus cosas? Podrías haber dado de baja el teléfono.

—¿Te atreviste a terminar una serie desde mi cuenta de Netflix?

Sus labios se curvan con picardía. Se inclina hacia mí y da un golpe seco al botón. La caja de hojalata vuelva a funcionar.

—Nada te da derecho a revisar mi teléfono, ladrona.

—No tendría que haberlo hecho si hubieras colaborado conmigo —razona, pero no veo nada de razonamiento ahí—, y sí, soy consciente de que hurgar en lo ajeno está mal, pero te estoy haciendo un favor. —Está loca, perturbada, fuera de control psiquiátrico—. ¿De verdad te casarás con alguien que te está engañando? ¿Qué tan cegado estás por la fantasía de Brooke en ropa interior por el resto de tus días que no eres capaz de ver la realidad, Pan?

¿Pan? ¿Ahora me llama como un producto de panadería también?

—No me está engañando, no podría —insisto tan cerca de su rostro que puedo notar la pesada capa de maquillaje disimulando sus ojeras—. No sé qué diablos hiciste con mi móvil además de usar mi membresía de Netflix para mirar todas las películas de engaños amorosos habidos y por haber, pero créeme cuando te digo que no hay nada que puedas usar para probar tu teoría con lo que hay aquí.

Pego el teléfono a la punta de su nariz y me aparta de un manotazo cuando las puertas se despliegan a mi espalda.

No emite palabra. Me observa durante un segundo antes de pasar por mi lado enderezándose el abrigo. Sale a las calles de Nueva York cuando el guardia le abre la puerta con caballerosidad. Por un momento me quedo de pie en medio del ascensor. Trato de procesar lo que sea que acaba de pasar, pero entonces recuerdo que cuando Brooke está tramando algo o se enoja, no habla conmigo, solo me lanza una de sus miradas.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora