45. Elevadores en Lisboa

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Preswen


Cuando era niña no podía dibujar triángulos. Todos mis intentos terminaban en círculos. Era como si fuera incapaz de hacer líneas rectas.

Me gustaban los giros, las curvas, la idea de no tener paradas y dar vueltas de forma infinita.

Cuando me decían que dibujara un triángulo, yo hacía el círculo, incluso cuando aprendí a dibujar el primero. La idea de usar regla, de medir y planificar, no era para mí. Me gustaba dibujar a pulso, sin ninguna clase de soporte y sin miedo a que no fuera perfecto. Entonces, con una nota de la maestra que decía: «Su hija se niega a hacer triángulos», mi madre me dijo que si en la escuela me pedían un triángulo, eso tenía que hacer. No un círculo ni un rombo, mucho menos dibujar un «Fuck you» en la pizarra al pasar al frente. (Creo que me suspendieron por eso).

Los triángulos son aburridos —insistí a mamá.

Todo en la vida es aburrido si no pones un poco de tu imaginación. Veamos... ¿Qué te parece si dibujas un triángulo P para mí?

No existe un triángulo que se llame así.

A pesar de negarme a dibujarlos, sabía cuáles eran los tipos. Categorizar me parecía lo equivalente a mirar una pared por horas. ¿Por qué no todos podían ser libres como el círculo? ¿Por qué tenían que encasillar a los malditos triángulos?

Debo admitir que una parte de mí era muy narcisista. Me gustaban los círculos porque luego bastaba con dibujar una línea hacia abajo y tenía la P de Preswen. No tiene mucho sentido, pero a los ocho años uno formula secretos y coincidencias. Su imaginación no sabe de límites o la racionalidad.

—Entonces invéntatelo —dijo.

Trazó en un papel un triángulo y posó el lápiz sobre la primera punta.

Este es el triángulo Preswen —explicó—. Cada punta equivale a algo que quieres en la vida y que comienza con P. Tienes que ir punta por punta hasta alcanzar la última. Míralo como el plan para lograr lo que más deseas.

Eso llamo mi atención. Todo lo que estuviera relacionado con deseos lo hacía.

P de Pasión, P de Poder y P de Paz. Quiero hacer lo que me apasiona, o sea comer y ver televisión hasta la madrugada, y gracias a eso convertirme en una mujer poderosa que llevará una corona y tendrá paz siempre que quiera dormir hasta el mediodía todos los días de todas las semanas de todos los meses de todos los años de todas las décadas.

Tal vez exageré, pero mi madre me escuchó como si fuera mi abogada y estuviéramos por cerrar un trato.

Dejé los círculos de lado y me obsesioné un poco con los triángulos. En mi adolescencia, aunque uno creería que lo hubiera olvidado, dibujaba triángulos cuando estaba aburrida y sonreía porque estaba segura de que cuando llegara a la vida adulta tendría pasión, poder y paz, con definiciones más acordes a la edad.

Ese era mi sueño, pero llegaron los chicos y lo hicieron añicos, o más bien se los permití.

Volví a los círculos. Daba vueltas, recorriendo corazón tras corazón una y otra vez, sin fin. Era un vicio, no sabía cómo salir, pero lo más preocupante es que ni quiera reconocía que me encontraba en uno. Creía que sabía lo que hacía, que mi sueño triangular con paradas en las estaciones Pasión, Poder y Paz estaba intacto.

Tal vez perdí parte de mi pasión por lo que amaba hacer a solas porque la puse en alguien más.

Tal vez cedí el poder a mis relaciones creyendo que se lo entregaba a mi corazón, cuando no era así.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora