27. Gallos

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Preswen


—¿Crees que el dinero crece de los árboles? —cuestiona.

Sigo tirando de la manga de su abrigo. Estas escaleras se harán eternas si se sigue quejando.

—¿Crees que, teniendo en cuenta que me acaban de ser infiel, me importa?

—Alquilaste un coche por todo el fin de semana y acabas de pagar un tour nocturno en autobús por una ciudad que conoces de toda la vida. Derrochas más efectivo que miseria a este punto.

Llegamos al segundo piso. Me gusta este porque está al descubierto, pero me sorprende no ver turistas inquietos listos para disparar sus flashes, cuando el primer piso estaba lleno. Aprovecho y tomo los primeros asientos.

—Que creas conocer algo no implica que lo conozcas de verdad, los detalles se escapan con facilidad y en ellos está lo significativo. —Con facilidad podría aplicar esa frase a las personas, pero pactamos que Brells Quimmers queda castigado dentro de nuestro elevador, así que no lo hago—. Por ejemplo, tú crees saber cómo se ve tu trasero, por ejemplo… ¿Pero realmente sabes cómo se ve desde cada ángulo aunque lo traigas contigo desde siempre? De seguro cambió con el tiempo.

—Sí, ahora está más velludo, como un armadillo. Admito que tu reflexión era bastante buena, incluso la hubiera puesto en un cuadro o calendario para regalarle a mi madre en su cumpleaños, pero la arruinaste al ejemplificar con mi trasero.

—Seguro que ni sabes qué día nació tu madre. A mí no me engañas, tú eres del tipo que si no fuera por las redes sociales hubiera quedado desheredado hace tiempo.

—Su cumpleaños es el primero de junio.

—No, ese es el de Tasha.

Sus ojos se estrechan desconfiados y hace cálculos en su mente.

—¿Aplicaste todos los métodos de espionaje que aprendiste en los últimos meses en mí?

—No, solo acepté la solicitud de tu hermana en Facebook. —Incredulidad cubre su rostro—. ¿Qué? Ella es todo lo que tú no eres, claro que quiero ser su amiga.

—Es como si acabara de presentar a Lucifer con un Orco para que traben una bonita amistad. La responsabilidad de posibles catástrofes recae sobre mí, no es justo. Aunque tampoco es justo que nos hayan puesto los cuernos, pero... ¡Eh, tranquila, Pretzel! —Chilla cuando le doy con el bolso en el pecho y levanta las manos en señal de inocencia—. Lo siento, olvidé que esta es exclusivamente nuestra noche.

Como si fuera una señal para reforzar la idea, el chofer enciende el motor. Nos dieron dos pares de auriculares al subir, los cuales debemos enchufar junto al panel de los asientos y elegir el idioma para comenzar con el curioso recorrido histórico, pero en cuanto Xian está por abrir la bolsa hermética en que vienen los suyos, se la arrebato.

—Nada de eso, vamos a hablar. —Tiro con descuido ambos paquetes unos asientos más atrás—. Tendremos los ojos en la ciudad y las orejas puestas en el otro. Ese es el plan, ¿crees que puedas recordarlo o es muy difícil para alguien que ni siquiera recuerda el cumpleaños de la mujer cuya vagina permitió su entrada al mundo?

Hace un mueca, no muy contento sobre hablar de temas vaginales que involucran a la señora Silver.

—Al menos guárdate los auriculares en el bolso. Los pagamos.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora