18. Donde no soy tú

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27 de octubre, 2015

Preswen

—¿Cómo va el asunto del libro? —pregunta Wells mientras se afloja la corbata.

Niego con la cabeza para hacerle saber que no es un buen momento para hablarlo y apuro lo que resta de mi copa de vino por mi garganta, acurrucada contra la cabecera de la cama.

Se desabotona las mangas de la camisa y las enrolla hasta sus codos al sentarse a mi lado. Hay empatía en sus ojos cuando me sonríe. Cree que estoy desanimada por eso cuando lo que me lleva a beber alcohol en la cama es él.

—No te preocupes, linda. Tú…

—Por favor, no me digas una de esas frases de Disney sobre que los sueños se hacen realidad y solo debo esperar.

Me quita la copa y la deja en la mesa de noche. Su sonrisa es dulce.

—Jamás te diría eso. Es una mentira que los adultos dicen con demasiada frecuencia a los niños. Los sueños no se cumplen, tú debes cumplirlos. A la mayoría nada le cae regalado del cielo. Iba a decirte que sigo apoyándote. Conozco la clase de mujer que eres. Tú no te das por vencida. No importa la cantidad de veces que te pateen el trasero, eventualmente lo lograrás. Tómate el tiempo que necesites y trabaja las horas que sean necesarias.

Alza ambas de sus espesas cejas castañas, esperando una respuesta de mi parte. Es tan atractivo que suspiro, no solo por la tierna manera en que ladea la cabeza, inclina el mentón con interés o por lo bien que le quedan los primeros botones de la camisa desprendidos, sino porque de verdad me gusta. Me encanta Wells. Sus palabras siempre son las correctas. Sospecho que es de esas personas que ensaya lo que va a decir en cada ocasión, porque es imposible que alguien sea tan bueno hablando en los momentos en que más lo necesitas.

Sus oídos escuchan las inseguridades en tu cabeza para que no debas luchar para sacarlas a través de la voz.

—¿Cómo haces para ser tan perfecto? —pregunto, probándolo.

Se encoge de hombros.

—No lo soy.

—Más que yo sí, estoy segura.

Se ríe y todos los continentes tiemblan bajo esa risa.

—No existe una escala de perfección para los seres humanos, Pres. ¿Por qué eres tan dura contigo hoy? —cuestiona, pero luego reflexiona al examinarme—. En realidad, tal vez no sea cosa solo de hoy... ¿Por esto has estado tan rara las semanas?

—¿Rara?

Se pasa una mano por la nuca, disgustado pero dispuesto a decir lo que le molesta.

—Desde que empezaste a ir a editoriales nos hemos distanciado. Yo trabajo, y cuando estoy, tú no estás. Hay días que nos vemos solo por la noche y estamos tan cansados que apenas nos hablamos antes de ir a la cama. —No dice nada que no sepa y no le digo que a veces, mucho últimamente, finjo estar dormida para no hablarle—. A veces pienso que estamos tan ocupados que terminamos descuidando lo que más deberíamos cuidar, al otro.

Esa es la línea de película más dulce que escuché en mucho tiempo, y me enoja. Odio que me esté ocultando lo de Brooke, pero a su vez sé que se preocupa por mí. Las palabras de aliento sobre el libro fueron sinceras, lo sé. Aunque engañaba a Vicente me preocupaba por él, porque mentirle a una persona en un sentido no implica que seas deshonesto con ella en otros. Lo que me molesta de su frase es lo de descuidar lo que más deberíamos cuidar. Esa parte es un arma de doble filo.

—¿Y qué tienes pensado hacer al respecto?

—Hablarlo —responde con sencillez.

Es mi turno de reír.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora