12. Al confesionario

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Preswen

Camino de un lado al otro frente a la Torre Obsidiana mientras lamento mi existencia e inutilidad. En realidad, mi existir no es un hecho deplorable, pero creo que puedo insultarme a mí misma por ser inservible.

—¿Qué rayos pasó?

Me giro al oír a Xian. Camina a paso rápido con los brazos extendidos en la espera de una respuesta, pero que sus manos estén en los bolsillos de su saco lo hacen parecer un pájaro. Me pregunto si le gustará la ornitología. También me da curiosidad si sabe que muchas aves agitan las alas como forma de cortejo.

—Tenía el plan perfecto: iba a reír al mirar el celular, y él, como de costumbre, me preguntaría de qué me estaba riendo antes de echar una mirada sobre mi hombro para ver la foto que le saqué con Brooke anoche. Entonces, se le borraría la sonrisa y yo lo mandaría a volar con la Estación Espacial Internacional. —Ahogo un grito de frustración al esconder mi rostro entre mis manos—. ¡Pero la fotografía no se guardó porque no tenía más memoria!

No debí sacarme tantas fotos en los probadores de las tiendas. Es que los vestidos de esta temporada son tan lindos...

Silencio.

Silencio.

Silencio.

—¿Qué? —espeta en un tono fúnebre que no dura mucho—. ¡¿En serio?! —chilla incrédulo, lo que llama la atención de varias personas.

Lo miro entre mis dedos, sin quitar las manos de mi cara. Tengo miedo de que me lance un picotazo al ojo como el ave o persona con gran nariz que es.

—Merci —me disculpo en francés, recordando la última película subtitulada que vi.

Sus ojos se abren tanto que tengo el impulso de extender las palmas hacia ellos para sostenerlos en su lugar en caso de que quieran salirse de sus cuencas oculares. Me toma del codo y guía dentro del edificio, pasando al guardia. Una vez dentro del elevador, cuando ya subimos varios pisos, oprime el botón de emergencia. Nos detenemos tan de golpe que las tostadas que comí en el desayuno pretenden escalar su camino de vuelta a mi boca.

Junta las manos como si fuera a orar.

—No sé cómo decir esto sin estrangularte primero, ¿pero por qué no mandaste a Wells con tu padre, es decir con el mismísimo diablo, a pesar de eso? No importa la foto. Ya lo viste con tus propios ojos y sabes cada detalle de esa noche; qué llevaba puesto, a qué hora llegó, qué mesa le dieron y probablemente la cantidad de veces que pestañeó por minuto. No puedo creer que me hicieras venir hasta aquí para esto, ¿sabías que estaba a punto de enfrentar a Brooke cuando recibí tu mensaje? Tuve que mentir y pretender que todo estaba bien.

—¿Cómo ibas a hacer eso sin pruebas, pedazo de idiota? Acordamos que yo te enviaría la foto. Deberías haber sospechado que algo andaba mal cuando no lo hice. ¡Y no puedes enfrentarla sin evidencia fehaciente!

Tiene el color de una frambuesa a causa del enojo. Tal vez debería dejar de llamarlo como un producto de panadería y optar por recorrer el pasillo de las frutas en nuestro supermercado de los apodos.

—Soy un adulto, creo que puedo manejar esta situación como se me dé la reverenda gana, y sé lo que estás pensando…. No voy a ayudarte a conseguir más evidencia. No quiero dormir en la misma cama que Brooke ni una noche más.

Ahora soy yo la que junta sus manos.

—Por favor, solo necesitamos unos días —suplico sin negar mis intenciones—. Ella negará todo lo que le digas si no tienes pruebas que avalen la infidelidad. Por más detalles que le des de esa noche, te dirá que es una coincidencia y no es lo que crees. Se volverá contra ti ofendiéndose porque la seguiste como un maldito acosador.

Me señala con el índice y se acerca hasta que su nariz casi roza la mía.

—¡¿Y quién tiene la culpa de eso?! Tú me empujaste a hacerlo.

Tanto él como yo respiramos con dificultad. Hay una falta de oxígeno en esta caja de hojalata.

—¿Sabes qué? Tienes miedo de enfrentar a Wells porque temes perdonarlo cuando te entregue una patética explicación por su comportamiento. Tratas de extender esto de seguirlos solo para sufrir hasta el punto que no puedas seguir más, que la tortura por verlos juntos supere lo mucho que lo quieres y así te convenzas de que no vale la pena, pero yo no seguiré con tus juegos. Quiero terminar con todo esto de una vez y hacer el duelo por el que creí que sería el amor de mi vida. No seré un masoquista.

Me arde la garganta como si fuera una cascada de tequila. Estoy tan enojada con él y su observación. Más que nada asustada de que me deje por mi cuenta para lidiar con esto. Me sostiene la mirada por unos segundos más. Luego, estrella su puño sobre el botón y volvemos a bajar en un mutismo tenso.

Cierro los ojos y cuento los pisos. Cuando las puertas se abren, sale sin mirar atrás.

Antes de que vuelva a pisar la calle, justo en el momento en que el portero le abre la puerta, me confieso porque creo que es lo único que lo hará escucharme.

—Engañé a mi novio una vez.

—Engañé a mi novio una vez

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El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora