19. El día que lo arruinaste

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28 de octubre, 2015


Xian

Cuando no quiero pensar en cosas importantes recurro a mi gran amigo el sexo.

—¡Xian, no seas bruto! —Brooke ahoga su risa en mi hombro cuando lanzo su sostén por algún lado—. Creo que lo rompiste. Tendrás que coserlo.

—No sé coser.

En respuesta me besa tantas veces que me mareo. La parte posterior de sus rodillas choca contra la cama y se deshace de mi camiseta antes de caer de espaldas en el colchón, con una mirada juguetona.

—Pues aprende. Hay tutoriales en YouTube.

Me quito mis zapatos y luego le quito los suyos. Levanta su trasero para liberarse de la falda y desabrocho mi cinturón para darle libertad a mi tronco inferior. Estoy sobre ella en cuestión de segundos y somo una maraña de brazos, piernas y cabezas exploradoras. Odio cualquier clase de enredo que no sea este.

—¿Para qué aprender cuando puedo pedirle a la señora del cuarto piso el favor? Es costurera.

Se retuerce cuando mis manos bajan por su estómago y juego con el elástico de su ropa interior. Sus labios en mi cuello hacen cosquillas, pero intento mantenerme serio.

—Sabes que las costureras no trabajan gratis, ¿verdad? Y tú eres demasiado tacaño como para pagar lo que la gente exige por su trabajo a veces.

Aparto la tela y suspiro. Mis dedos están inquietos. Quiero hacer esto con todas mis fuerzas, pero a su vez no. Sin embargo, termino dejando que mis yemas vaguen por la zona. Brooke exhala complacida y eso me genera una erección con un montón de contradicciones en la cabeza. En las dos, por lo visto.

—Puedo ofrecerle otra cosa a cambio —comento al deslizar el índice y dedo medio en un patrón que sé que le gusta.

—Ajá... —Sonríe y cierra los ojos, sin prestarme atención. Debo controlarme para no echar el plan de Tasha por la borda—. ¿Le ofrecerías tu cuerpo a la costurera para que arregle mi sostén? Tu consideración es admirable.

Su espalda se arquea.

«Santo Santa Claus, Xian, contrólate».

Almaceno en mi memoria lo hermosa que se ve con su cabello extendido tal abanico sobre la almohada, y también el destello dorado en su piel gracias a la luz que arroja la lámpara de noche. Todo es perfecto hasta que decido meter la pata a propósito.

No puedo creer que mi plan sea estropear mi vida sexual.

No puedo creer haber accedido a estropear mi vida sexual.

—Serte infiel con la señora Hyland no estaría tan mal. —Hago ir más despacio a mis dedos—. Apuesto a que tú me engañarías con el cura con tal de que me expíe de mis pecados, como la vez que no le cedí el asiento del metro a... Bueno, precisamente la señora Hyland.

Se ríe y abre los ojos. Se asemejan a un cielo en verano. Detesto el sol y ese tipo de días que la mayoría adora, pero si estoy bajo su mirada en lugar de afuera, sí lo disfruto.

—No es por nada, pero tus manos están haciendo un magnífico trabajo que se ve opacado por todo lo que está saliendo de tu boca. —Acaricia mi nuca—. ¿Podemos dejar de hablar de nuestra vecina la costurera y concentrarnos en esto?

—Solo si respondes mi pregunta. —Pongo condiciones con mi mejor sonrisa, como si se tratase de un juego—. ¿Con quién me engañarías?

Le parece divertido. No se lo toma en serio y ese es el punto al principio. Mi mano sale de su ropa interior y reposa en su cadera. Su mirada revolotea por el techo, buscando una respuesta ingeniosa.

—El chofer de mi prima Harriet es bastante atractivo, es el que nos llevará al aeropuerto para la luna de miel... Hablando de eso, deberíamos seguir practicando.

Su mano quiere alcanzar mi cabeza sur, pero la detengo.

—¿Solo porque es atractivo?

Pretendo sonar casual, pero el tono de mi voz no es bueno manteniendo secretos.

Su sonrisa titubea. Debo ponerme más serio ahora, pero me lleva unos cuantos segundos hacerlo. Su cuerpo se tensa al notar el cambio y deja caer los brazos a los lados.

—¿Qué te pasa? —pregunta.

—¿Qué te pasa a ti?

La incomodidad es casi tangible en el cuarto. Me empuja para poder sentarse. Se lleva las rodillas al pecho, ocultando su desnudez al rodear las piernas con los brazos. Es su posición de preocupada. También me siento a su lado, pero apoyo los codos sobre mis muslos y me quedo mirando mis manos.

Odio esto. Sentirse incómodo alrededor de la única persona en quien confías es desgarrador. El pánico de que a partir de este momento no podamos volver a ser lo que éramos forma un nudo en mi garganta. Quiero retroceder el tiempo a cuando no teníamos dudas sobre el otro o adelantarme al futuro y ver si superamos las adversidades. Me gustaría deshacer este malentendido y darme cuenta que no era tan grave como creía, que seguimos siendo un equipo por sobre todas las cosas.

—Háblame —pide con suavidad.

Inhalo despacio, queriendo encontrar moléculas de coraje en el aire. Luce consternada, incluso afligida. Me digo que cuanto más rápido lo lance, menos tardará lo que vendrá después, que es la parte que más temo.

—¿Me estás siendo infiel?

Tal vez no fui tan sutil como las chicas querían.

Se queda boquiabierta. Espera un tiempo con la esperanza de que la corrija y asegure que ha oído mal, pero como no sucede, se levanta y empieza a vestirse sin mediar palabra.

Mier-da.

Mier-da

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El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora