44. Para mi flor preferida

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Preswen

—No lo entiendo. —Amapola mira las dos cajas que le entregué, apiladas a nuestras pies—. ¿Por qué te vas?

—Porque tengo que encontrarme.

—¿Cómo sabes que te perdiste?

—Porque no sé dónde estoy.

Le acaricio el cabello y ella asiente, pensativa.

—¿Qué te da la seguridad de que vas a encontrarte en otro lado? ¿Qué si estás escondida aquí? —Señala la calle, pero sé que su mano no abarca solo esta cuadra, sino todas las manzanas de la ciudad, tiene a Nueva York en la palma con un solo gesto.

—Cuando juegas a las escondidas no optas siempre por el mismo sitio para esconderte. Sabes que te van a encontrar.

—Si tu lugar secreto es bueno, no te encontrarán.

Siento que mi corazón sale catapulcado directo a la calle y lo pisa un autobús.

—Mi lugar no es bueno, Amapola.

No quiero sonar triste, pero saber que me he estado asfixiando por estar escondiéndome en el mismo lugar me angustia y a la vez libera. Al final me percaté que necesito marcharme.

Hay algo en hablar con un niño y saber que no entiende lo mismo que tú, pero algún día lo hará. Es como un espejo de ti mismo, de cuando no comprendías lo que tenías adelante hasta que te arrasaron los problemas.

—¿Y no puedes dejar de jugar?

Me echo el bolso al hombro antes de tomar las dos valijas.

—Mientras puedas jugar, sigues jugando. Así aprendes, riendo y llorando en partes iguales, y Preswen Ellis es una ganadora. Aunque la hayan pillado un par de veces no se va a rendir. Tú tampoco deberías. Si renuncias a algo porque es difícil tomaré el primer vuelo para venir a patearte el trasero.

Le guiño un ojo y ella asiente con una tranquilidad que no es propia de una niña, como si ni siquiera concibiera la posibilidad de que esto es una despedida.

El taxi estaciona frente a nuestro edificio y apunto con la punta de mi tacón las cajas.

—Recuerda que la pequeña se la debes dar cuando venga y la más grande la guardas hasta que te envíe el paquete, ¿puedo confiar en que lo harás bien?

—¿Mejor de lo que tú lo hiciste siendo mi niñera? Completamente segura. Soy la mejor cuidadora de cajas de la ciudad.

Mientras el taxista se ocupa de guardar mi equipaje en el maletero, deposito un beso en su frente y tiro de una de sus trenzas, juguetona.

—Prométeme que mantendrás un ojo sobre Xian.

—Tengo que hacerlo, soy su padrina de bodas. Se supone que también debo prepararle una despedida de soltero, pero no estoy segura de lo que es eso.

—Eh... Mejor pregúntale a tu papá.

Evadir preguntas infantiles que conllevan respuestas adultas es algo que haré para siempre, no importa dónde o con quién esté.

Ya en el asiento trasero, veo a la niña de pie junto a las cajas, casi de su altura. No me saluda mientras espero que el conductor arranque, lo que por un momento me hace pensar que el pequeño demonio no tiene sentimientos, pero entonces saca algo de su bolsillo y lo sostiene en alto mientras me alejo.

Es un pretzel.

Me rio con ganas, tanto que me saltan lágrimas de un origen sentimental múltiple.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora