25. Protégelo

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Preswen

La confianza puede resultar tan ciega y fuerte como visible y frágil. Pasa de un estado al otro en cuestión de una acción. Tarda en formarse y ser entregada en su totalidad, lo cual contradice la rapidez con que puede ser arrebatada.

Me viene a la mente un vecino asesino.

Hay personas que ves todos los días, con las que hablas y compartes tus experiencias e inseguridades. En nuestra ingenuidad pensamos que ellos también lo hacen, ¿pero son sinceros? ¿No hacen pasar mentiras como verdades? ¿Qué hay detrás de lo que no dicen? Alguien que te sonríe todas las mañanas puede apuñalarte por la noche y enterrar tu cuerpo en su jardín trasero por la madrugada. La gente que miente, en su mayoría, cae en el terrible error de convertir una mentira en una cadena. Cuando para sostener una falsedad inventas otra y construyes un tren de decenas de vagones, el ticket es solo de ida, no de vuelta. La única solución, que ni siquiera asegura nada, es reconocer que los demás merecen la verdad y tú vivir sin mentiras, pero para que eso suceda uno debe enfrentarse a la gente y pedir perdón.

Muchos no comprenden por qué los mentirosos crean una telaraña de engaños y luego no son capaces de reconocer que son autores de la detestable obra maestra. Desde mi experiencia como araña venenosa y velluda —hay épocas donde depilarme no es una opción y soy feliz así—, puedo decir que a veces uno crea algo a partir de la pasión, pero el resultado, al verlo, puede ser cualquier cosa menos arte. A nadie le gusta exponer cosas de las que no se siente orgulloso.

Los infieles tejemos telarañas con huecos que quedan en evidencia cuando el otro comienza a sospechar y hacer preguntas. Nuestros tejidos son débiles, capaces de romperse. No somos grandes arquitectos, sino de los mediocres que esperan que su estructura resista lo suficiente para no pagar las consecuencias.

Wells no se asemeja a una araña en apariencia, pero en cuanto vi a Brooke estacionar frente al motel y bajar de su coche metida dentro de un abrigo cuyo frente desprendido revelaba solo un camisón debajo, supe que el alma de mi novio era el de una araña violinista, de las más letales del mundo.

La pantalla de mi teléfono brilla. Xian vuelve a llamar y le corto. Recibo una cadena de mensajes al instante.

Pongo el celular boca abajo en el piso y cierro los ojos

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Pongo el celular boca abajo en el piso y cierro los ojos. Trato de respirar como me enseñaron en mi clase de yoga, pero es inútil. Al pensar en yoga pienso en posiciones, al pensar en posiciones me viene el sexo a la mente, y recuerdo haber entrado a la recepción del motel y hablar con la secretaria. Le pedí que me diera el cuarto junto al que iba la rubia que había desfilado sobre sus tacones negros un minuto atrás. No pregunté quién había reservado la habitación porque sabía que era confidencial y solo podría obtener esa clase de información si se la robaba.

No estaba de ánimos para convertirme en ladrona cuando ni podía ser una espía confiable.

—¿Sospechas de infidelidad? —preguntó como si hubiera oído decenas de historias iguales, sacándose el suéter. Hacía calor ahí. Debió ser por la concentración de desleales destinados al infierno—. Lo sé, mis dos primeros novios me hicieron lo mismo. Solo no causes una escena. Espera a que salgan y hazla en la calle, no quiero problemas dentro del recinto y si llamo a seguridad tu noche no acabará muy bonita, cielo.

—¿Eres mi ángel de la guarda? —respondí incrédula ante su comprensión.

—Algo así, soy Hilda. —Me tendió la mano y la estreché—. Habitación 106 para ti. Venden helado a la vuelta por si lo necesitas. Por seguridad no te diré dónde queda la armería. No quiero que le dispares en las colinas traseras a nadie, aunque se lo merezca.

Ahora busco en mi bolso la petaca de whisky que siempre cargo conmigo, pero está vacía. En su lugar encuentro una barrita de cereal. Hago una mueca mientras la giro entre los dedos. ¿Por qué no cargo con comida digna de una posible crisis-ruptura amorosa? Hago memoria de los bombones que había sobre las almohadas del motel. Tendría que haberlos guardado en lugar de comérmelos mientras subía a la cama y pegaba mi oreja a la pared.

—Ahí estás —dice alguien, aliviado. No tengo que levantar la vista para saber que Xian está de pie fuera de las puertas del elevador—. Gnomo malo, me asustaste.

—Tu cara me asusta siempre que la veo y no me quejo.

Saco la barrita del envoltorio y él entra. Presiona el botón del piso más alto y luego se sienta junto a mí.

—Tengo cosas que decirte. —Flexiona las piernas y apoya sus codos en las rodillas—. Por lo que veo, tú también.

Parto la barrita y le ofrezco la mitad. Cuando nos miramos noto una culpa suave en sus ojos, de las que aparecen cuando te arrepientes de algo pero sabes que no es nada en comparación con los problemas más grandes; aquellas de las que eres consciente que se pueden superar si el otro está dispuesto.

Espero que vea la disposición en mí.

—Vamos a ponernos cómodos entonces —susurro.

Acepta mi ofrenda de paz. Sus dedos rozan los míos y al mismo tiempo damos un mordisco.

Qué asco, tiene pasas de uva.

Mientras masticamos en silencio me pregunto cómo reaccionará Xian cuando le muestre las fotografías.

No es la primera vez que lidio con un corazón roto, pero será la primera vez para él. Recuerdo lo que sentí —lo que siento— y quiero protegerlo. ¿Por qué no podía encontrar al afamado amor de su vida en el primer intento? ¿Por qué ella tuvo que elegir a alguien más? ¿Por qué ese alguien era mi novio?

¿Por qué Xian deberá lidiar con estos pensamientos sobre no ser suficiente o tener algo malo? Lo peor es que, diga lo que diga, no podré convencerlo de lo contrario. Tendrá que percatarse solo. Siento que tengo la respuesta de un examen que un amigo debe aprobar sí o sí para pasar de curso; uno para el que estudió mucho, pero en un momento se quedó en blanco. El reloj no lo espera. Tiene que contestar o caer otra vez en el viejo y doloroso círculo vicioso hasta rendir el examen otra vez.

 Tiene que contestar o caer otra vez en el viejo y doloroso círculo vicioso hasta rendir el examen otra vez

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El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora