Capítulo 29

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Mike

Salí corriendo hacia mi auto, estaba yendo tarde para la casa y mi papá notaría mi ausencia, lo cuál no significaría algo bueno. Sabría que tendría problemas en el colegio, y no sólo seré yo con quién discuta, también mamá.

Sigilosamente abrí la puerta de mi casa y entré, no lo ví por ningún lado. Seguro estaría durmiendo con una botella de cerveza en la mano, no me sorprendería si acertara. Es algo tan predecible cómo una película que hayas visto varias veces.
Cierro la puerta y busco a mi mamá, y la encuentro lavando la ropa con una expresión de cansancio y sueño que es imposible de pasar desapercibido.

—Hola mamá —sonreí dándole un beso en el cachete —¿Cómo está mi persona favorita? –le hice cosquillas para levantarle el ánimo, pero lo empeoré. Ya que se quejó de dolor. Me detuve asustado —¿Te lastimé?, perdón, perdón.

—No es tu culpa, Mike.

Lo entendí. Él la había vuelto a golpear.

—¿Lo volvió a hacer, verdad?

Dejó de mirarme para seguir con su labor, pero le tomé del hombro delicadamente para que me mire.

—Mamá, responde.

—Me caí de la cama esta mañana por levantarme rápido para hacer el desayuno. Ya era tarde.

—Le mentirás a todos sobre tus moretones, pero a tu hijo no lograrás convencerlo. Porqué sabe más que nadie, lo que estás pasando al lado de papá.

—Cállate, Mike, puede escucharnos y sabes que no terminará bien.

—No me interesa si me escucha, no puedo seguir haciéndome el tonto cada vez que veo tus hematomas. Lo mejor sería ir...

—Basta —susurró.

—¿Lo mejor sería ir a dónde?

Una voz ronca y rasposa habló a nuestras espaldas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo haciéndome sentir enfermo, mamá se tensó a mi lado. Esto me hizo ponerme firme, mostrando seguridad y valor. Lo miré a los ojos, y el igual.

—¿Te comieron la lengua los ratones? —río divertido, mientras se acercó a nosotros tambaleándose.

Estaba borracho.

—No.

—¿De qué estaban hablando que te callaste cuándo aparecí? —al notar mi silencio, insistió —¿Estaban pensando escapar de mí? ¿Eh?

—Estás equivocado, Fredd —lo corrigió la mujer a mi lado, mientras se acercaba a la salida —Tengo que seguir cocinando.

Quiso salir pero levantó la mano alejandola, mientras chasqueaba la lengua.

—En ningún momento te dí el permiso de salir, Samantha.

—Lo siento —bajó la mirada volviendo a su lugar. Fruncí mi ceño, no debía haberle pedido perdón.

—Ahora si te puedes retirar —se hizo a un lado dejándola pasar, y la seguí pero una mano en mi pecho me detiene.

Lo miré.

—¿Tengo tu permiso para pasar, papá? —pregunté con ironía, a lo que el frunce su ceño y aprieta con más fuerza de mi remera.

—No intentes desafiarme. Acabarás mal, hijo.

Apreté mis puños con fuerza conteniendo a no decirle sus verdades. Callé y me dejó pasar al ver que le daba la razón.
Cruzaba el pasillo para ir a la cocina, y escuché un rugido proveniente de un estómago.

Nath, la chica gorda. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora