Capítulo 9

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Bajé del autobús con mis auriculares puestos, tarareando la canción de Pía Mia - Bitter Love. Camino unas cuadras para llegar a mi destino, la biblioteca.

El leer libros es como mi escapatoria de la realidad. El escritor hace que el lector se teletransporte a otro lugar y lo ayuda a huir de todo lo que sucede a su alrededor, aunque sea por un momento. Entro al paraíso y me quedo maravillada por... lo siento, perdí la cuenta de las veces que lo hice al observar tantos los libros que se encuentran en esos altos estantes y largos pasillos dónde contienen mundos.

Me quedaría todo el día a leer tranquilamente los libros de diferentes tramas, pero si la biblioteca no tuviera un horario de salida, apuesto que todos los lectores quedaríamos a vivir aquí.

Me acerco a la mesada dónde los encargados de la biblioteca, anotan las fechas donde los clientes llevan y entregan los libros prestados.

Mi mirada seguía en todos los libros, ni siquiera la aparté para mirar a Ámbar, una señora de tercera edad, bastante simpática. Siempre conversabamos cada vez que venía aquí.

—¡Buenas tardes, Ámbar! —apoyé mi codo en la mesa de madera sosteniendo mi mentón con una mano —¿No es un sueño, todo esto? —lancé un suspiro.

Recibí una risa masculina cómo respuesta, fruncí mi ceño confundida. ¿Cuándo cambió su voz suave a una gruesa? supongo que en alguna tienda de cambia voces... ¿ese lugar existe?. Miro a la persona que se río, pero no estaba la mujer de cincuenta años que compró una voz de hombre en la tienda, solo a un jóven de mi edad.

—Lo siento, pero no soy Ámbar.

Me sonrojé apenada por no prestar atención y quedarme embobada al ver tantos libros. Bueno, a todos los lectores nos pasa, ¿verdad?, vamos caminando inmersos en nuestros mundos, cuándo al pasar de largo nos damos cuenta que hay una librería, retrocedemos sin pereza y nos quedamos a mirar la vidriera por horas.

—Lo siento, no logro acostumbrame al ver tantos libros e imaginación en un lugar —moví de un lado a otro mis manos —El paraíso de los amantes de la lectura.

El presentimiento de que seremos grandes amigos, me invadió y nunca me pasó con alguien.

El de que puedas confiar en alguien, y ser tu mismo; revelarle tus secretos sin temor a que los contara; bromear y reír hasta que tu estómago duela. Sea tu pañuelo de lágrimas cómo tú para él, payasos para sacar una sonrisa, o ser el silencio. Alguien que comparta tus mismos gustos. Si el mundo te da la espalda, sentir su mano en tu hombro para que lo mires y veas que lo tienes a tu lado, que aún no estás solo.

Ojalá sea ese amigo que todos cuentan con admiración, cómo si tuvieran un tesoro en sus vidas.

—Te mentiría si dijera que no me pasó —respondió acomodándose sus gafas —¿Qué libro llevarás?

—Estaba buscando el libro de "Ciudades de papel", pero entre tantos libros, no lo encontré.

—Esperame un segundo, creo que lo tenía por aquí —se agachó y escuché libros chocar entre sí, se levanto rápidamente y me lo entregó —Aquí tienes uno de los libros más exitosos de un muy bien escritor —presentó con voz de comerciante, a lo que reí —¿Cuándo lo entregarás?

—En una semana.

Lo anotó y dejó a un lado la libreta —Ojalá disfrutes el libro, es realmente muy bueno.

—Confiaré en tí —miré la portada para luego guardarlo en mi mochila —Oye, ¿puedo preguntarte algo?

—Sí.

—¿Conoces a la mujer con la que te confundí? —asintió sin responder —¿Sabes que pasó con ella?

—Ayer por la tarde se jubiló, y ahora yo ocupo su lugar.

—Oh —logré decir mientras mi ánimo recaía —Gracias.

La extrañaré mucho, cada vez que tenía un mal día, se lo contaba y siempre encontraba las palabras indicadas para animarme. Además que aconsejaba libros buenísimos, la mayoría que conozco son gracias a ella, cómo éste.

—Sé que no estás triste de que haya conseguido trabajo gracias a Ámbar, si no, porqué ella se fué —apoyó su codo en la mesada de madera, adornada de distintas frases de libros muy conocidas —Pero, te tengo una buena noticia.

—¿Que es? —pregunté curiosa.

—En el trascurso en el que entregarás el libro, ella vendrá aquí de vez en cuándo visitando.

Solté un gritito que asustó al chico, salté en mi lugar sonriendo de oreja a oreja, podré despedirme de ella —¡Gracias por decírmelo!

—No fué nada —río por mi reacción —Pensé que te habías golpeado o algo que gritaste, me...

Un mensaje aparece en su teléfono captando su atención, mira sin disimulo y su sonrisa decae dejando sus palabras suspendidas en el aire.

—¿Estás bien? —mi voz salió preocupada, y lo estaba así realmente.

—Estoy perfecto.

Se limpió una lágrima antes de que saliera, para esto disimuló limpiar los vidrios de sus lentes con una servilleta en su bolsillo.

—Ese mensaje te hizo cambiar de ánimo, y para mal.

—No es nada.

Sus ojos me miraban ocultando emociones que querían salir, cuándo noté algo en su ojo que antes no había visto.

Un moretón violeta.

—Elliot, basta de charlas —un hombre de unos treinta cinco años se acerca a nosotros con una altura intimidante —Estás trabajando, y tu labor es entregar libro o recibirlos, nada más.

Él se pone derecho y puso la voz grave —Si, señor. Disculpe.

—Te perdono porque es la primera vez que sucede esto, pero estás avisado para la próxima.

Decido intervenir —Realmente señor, la culpa recae en mí. Ya que lo entretuve hablándole, no es su culpa.

—Señorita, buenas tardes —me miró —Ojalá disfrute el lugar, y los libros que tenemos aquí.

—Lo hago, gracias señor —sonreí con cortesía.

Sin más se va dejándonos solos.

—Lo siento, yo no quería entretenerte.

—No te disculpes —sonrió sincero, no parecía molesto.

Decidí preguntar lo que ví antes de que su jefe venga —¿Porqué tienes un moretón en tu ojo? ¿tienes problemas?

Su cuerpo se tensó, lo pude notar por sus musculos y las venas se hicieron notables, evitó mi mirada.

—Me golpeé en baloncesto, nada del otro mundo —miró a otro lugar pero menos a mis ojos, pude notar que tenía maquillaje en un intento de cubrir algo que decía mucho.

—Sé que pasa algo.

—Fue un placer hablar contigo, pero realmente debo volver a mi trabajo —miró detrás de mí, y al percatarme habían personas detras de mí esperando.

—Nathalie.

—¿Qué?

—Me llamo Nathalie.

—Elliot.

—Ten mi número, por si consideras hablar conmigo nuevamente.

—Gracias —sonrió.

—Adiós, Elliot.

—Adiós, Nathalie.

Deseo con todas mis fuerzas que lo haga, quisiera ayudarlo con lo que pueda; y si ambos estamos pasando por lo mismo, buscaré la manera de que no se sienta solo o no se considere una persona que siempre recibe insultos, y que éste acostumbrado a ello.

Cómo yo.

Nath, la chica gorda. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora