CAPÍTULO 12.

293 46 10
                                    


05 de Mayo 2010

— Ya casi —digo para infundirme ánimos, mientras estiro todo lo que soy posible cada musculo de mis piernas, brazo, mano y dedos.

— ¿Necesitas ayuda?—pregunta una voz masculina detrás de mí.

— No. Yo puedo. Ya casi, solo necesito alcanzar... — y continúo estirándome.

— Déjame ayudarte —dice conteniendo la risa. "Pues ahora menos", pienso llena de orgullo.

— No, ya cas....— y alcanzo el libro que tanto ansío y que estaba en lo más alto del estante. Pero tumbo unos cuantos adicionales de forma accidental.

— En menos de un segundo sus manos, grandes y fuertes, me apartan con rapidez y delicadeza y ni un solo libro me golpea.

— ¿Estás bien?—me pregunta, sin zafarme de su abrazo.

Apenas logro pronunciar un débil "". Su amplia y brillante sonrisa me deja cautivada. Tiene una voz de barítono encantadora que combinan con un rostro delineado a la perfección por una mandíbula fuerte. Sus ojos son azabache, tan profundos como un océano, donde siento que me pierdo, y están adornados con unas cejas gruesas, negras y pobladas. El contraste entre sus dientes blancos y sus ojos negros me aturde los sentidos. No me zafo de su abrazo y él solo me da una sonrisa de esas torcidas, que resultan tan sexys. Tiene labios carnosos, en el punto justo para un hombre. Huele a calor mezclado con un aroma que se filtra con lentitud a través de su camisa; cuando respiro cosquillea en mi nariz una colonia ácida, rebelde, atrevida.

Con lentitud mi cabeza comienza a funcionar. Retrocedo un poco y no puedo evitar notar que tiene músculos bien definidos debajo de su uniforme de trabajo, tan bien formados que no le hace falta flexionar el brazo para que se le noten. Es alto, de espalda ancha y abundante cabello negro, que se le escapa en mechones rebeldes debajo de la gorra.

Levanta una ceja, tuerce la sonrisa y me vuelve a preguntar si estoy bien. Me derrito. Mis piernas me flaquean, mi corazón se desboca y mi estómago es un Lollapallooza de mariposas. No tengo palabras. No puedo creer que ese espécimen masculino exista.

—Sí, estoy genial — apenas consigo decir la frase sin tartamudear.

— Eso... — Su sonrisa pícara se amplia, cruza sus brazos sobre el pecho destacando sus bíceps a niveles alarmantes, y me da una mirada completa antes de responderme— ... no lo pongo en duda.

Me sonrojo. Sé que me sonrojo. Me acaloro. Pero Dios mío, ¿qué me pasa? Intento defenderme.

— No puedes mirar así a la clientela—le digo mientras cruzo mis brazos sobre mi pecho.

— Técnicamente— dice mientras centra su mirada en mí, haciendo hincapié en la palabra y levantando con ligereza sus cejas de forma divertida—, rechazaste mi asistencia, así que, técnicamente no eres cliente.

Una sonrisa lucha por salir de sus labios.

— Técnicamente—repito, sin poder decir otra cosa, con mi mirada fija en su boca. Me ha desarmado con su respuesta, cosa que nunca me ha pasado con nadie.

— ¿Necesitas algo más? —me pregunta divertido.

— Si te digo que sí, ¿comenzaré a ser cliente?— ¿Estoy coqueteando?, pero en serio ¿qué me pasa?

— Sí —frunce su ceño y en un segundo lo relaja. Una sonrisa vuelve a aparecer en su rostro—. ¿Marla, estás allí? —grita dirigiendo su voz por encima de sus hombros.

APRESADA. Hasta que la muerte por fin me libere.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora