CAPÍTULO 17.

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21 de Noviembre de 2015

Trato de quitar de mi mente ese recuerdo tan doloroso. El vacío que dejaron mis amigas cuando las saqué de mi vida sigue siendo insoportable. Estoy segura que sin ellas no hubiese sobrevivido mi adolescencia, ni siquiera la universidad. Son, eran, la roca que me soportaba, a pesar de que ellas decían que yo era la pega del grupo, la que las mantenía unidas, sin embargo, eran ellas las que siempre mantuvieron todas mis partes empalmadas, funcionando y sobre todo, eran ellas las que me mantenían cuerda.

Cuando comencé la adolescencia, mientras mis amigas revoloteaban con los muchachos, enervadas por las hormonas desatadas, me encontraba en un estado completo de confusión. Nunca se los dije y ya nunca se enterarán. Pero en mi adolescencia odiaba a los niños. Era un odio/amor que me perturbaba. Esos sentimientos encontrados pujaban en mi interior con fuerza, volviéndome loca un día sí y otro también.

Me gustaban, me atraían, pero no quería que lo hicieran. Eran el enemigo. Simple. Y no me podía gustar el enemigo, aunque habían unos cuantos enemigos en mi colegio por los cuales sentía otra cosa distinta al odio y algunos de ellos, como para hacer fracasar mi consigna personal de "muerte a los hombres", se comportaban conmigo de forma amable, eran agradables, graciosos, respetuosos y algunos hasta coquetos. ¡Awwww!/ ¡Puaj! Así de confundida me sentía.

¿Cómo podía gustarme un ser tan vil y despreciable? No podían gustarme, porque si permitía que me gustaran significa que en algún momento anhelaría un beso, y si me daban el beso y lo disfrutaba, significaba que podrían querer algo más de mí y si aceptaba y me gustaba, significaba que.... No podían gustarme los hombres, porque si me gustaban era una traición hacia mí misma. No podía gustarme nada del día que me violaron, eso por supuesto incluía a los hombres, así que no podían gustarme ninguno y punto.

Cualquier test adolescente o joven adulto, incluye la pregunta "¿Cómo describirías al amor de tu vida?", pero nunca pude escoger la respuesta adecuada para mí. Así que siempre revisaba antes de hacer un test cuáles preguntas hacía y si esa estaba incluida, sabía que el test no sería concluyente y desistía de realizarlo.

Muchas veces intenté darle respuesta: Que me ame, me cuide, que me mime, que me adore, que sea sensible, que sea agradable, que sea gracioso, que no sea hombre, pero tampoco mujer. Allí era donde fracasaba cualquier intento de dar respuesta.

Con el pasar de los años entendí que estaba bien amar a los hombres y que solo podía odiar al que me violó, sin embargo, duré muchos años huyendo de ese sentimiento heterosexual, empeñándome en ser asexual y cuando conocí las palabras, prefería ser homosexual o bisexual, con tal de huirle a los hombres. Todas mis posibles preferencias sexuales entrañaban un gran problema: No me gustaban las niñas y solo escogía que me gustaran las niñas cuando un niño amenazaba con gustarme. ¿Tiene lógica? ¡Claro que no! Por supuesto que no la tiene, si la tuviese no hubiese estado confundida por tanto tiempo.

Mi razonamiento crecía con el tiempo, mi madurez llegaba poco a poco, pero seguía sin sentirme cómoda alrededor de los hombres. Siempre me sentía amenazada y si por alguna razón ese niño/hombre me correspondía, un sentimiento de pánico me embargaba y de inmediato sentía que me traicionaba y pasaba horas y días auto—adoctrinándome para odiar a los hombres y amar a las mujeres.

Al final, llegué a un acuerdo conmigo misma: Podían gustarme, podía soñarlos, podía incluso fantasearlos, pero nunca podía concretarlo. Concretar ese sentimiento implicaría la traición mayor. Así que satisfacía mi heterosexualidad fantaseando con personajes, con cantantes, actores, en fin con cualquier muchacho imposible, donde solo el amor que yo le pudiese profesar fuese solo una ilusión. Siempre había uno que lograba colarse, como aquel español, Gideon, que llegó de intercambio a mi instituto; pero en cuanto me dio dos besos en la mejilla más largos que al resto de la niña, decidí terminar por lo sano.

APRESADA. Hasta que la muerte por fin me libere.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora